Directora General: CARMEN LIRA SAADE
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Domingo 20 de julio de 2008 Num: 698

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Juan Domingo Argüelles

Poesía y utilidad: Giacomo Leopardi

En su Zibaldone de pensamientos (existe una edición antológica, en versión de Ricardo Pochtar y con selección y prólogo de Rafael Argullol, Barcelona, Tusquets, 1990), el gran poeta italiano Giacomo Leopardi (1798-1837) afirma: “Lo útil no es el fin de la poesía aunque pueda convenirle. E incluso el poeta puede buscar expresamente la utilidad, y alcanzarla (como quizás haya hecho Homero), sin que por ello lo útil sea el fin de la poesía.”

Añade Leopardi que la poesía puede ser útil sólo de modo indirecto, “pero lo útil no es su fin natural, aquello sin lo cual no puede existir, como no puede existir sin lo agradable, porque agradar es el oficio natural de la poesía”. El fin de la poesía es el deleite.

Ahora que se ha cumplido el 210 aniversario natal de este clásico universal (nacido el 29 de junio), que murió prematuramente (próximo a alcanzar los treinta y nueve años, el 14 de junio), recordamos no sólo su extraordinaria poesía, sino también su lúcida poética contenida sobre todo en sus diarios, que abarcan de 1817 (cuando tenía diecinueve años de edad) a 1832 (un lustro antes de su fallecimiento).

En uno de sus hermosos poemas, “Scherzo”, Leopardi escribió: “Cuando yo era joven/ acudí a la escuela de las Musas./ Tomándome de la mano, una de ellas,/ me llevó a pasear por el taller./ Mostróme uno por uno/ los instrumentos del Arte/ y los diversos usos/ a que están destinados cada uno de ellos/ para crear la prosa o la poesía./ Yo, mirándolo todo, pregunté:/ ‘Musa mía, ¿la lima dónde está?’ Dijo la Diosa:/ ‘La lima se ha gastado; sin ella trabajamos’./ Y le dije: ‘¿Pero no os preocupáis/ puesto que ya no sirve de hacer otra?’/ Me respondió: ‘Se debe hacer, pero nos falta el tiempo.’”

Este poema, que viene a ser un arte poética de Leopardi, encierra también la lección más vital de este poeta a quien también le faltó tiempo para todo aquello que “debía hacer” en la poesía y en la prosa. Sin embargo, cuanto dejó el autor de los Cantos nos revela a un extraordinario artista y a un no menos extraordinario pensador, cuya reflexión sobre la poesía y el arte es vigente y necesaria.


Ilustración de Félix Valloton / commons.wikipedia.org

Leopardi sostenía que “no existe más verdad absoluta que aquella que nos dice que todo es relativo”. Bajo esta premisa indiscutible creó una obra poética y reflexiva que es tan actual que parece escrita por un contemporáneo. Dado que todo es relativo, “las buenas poesías son igualmente inteligibles para los hombres de imaginación y sentimiento, que para los que carecen de esas cualidades”, y la única diferencia de comportamiento ante esos buenos poemas no reside en las virtudes del poeta sino en la experiencia, las pasiones, las cualidades y los defectos de los lectores. Cuánta gente que lee hoy no comprende esto que es tan básico para poder entender que la letra escrita es siempre letra muerta mientras no la reviva nuestro espíritu.

Si la poesía de Leopardi es extraordinaria por su profundo lirismo y por su concentrada inteligencia, su obra en prosa representa uno de los momentos más elevados de la poética filosófica. Ésta nos ayuda a comprender mucho mejor el objeto del poema, y aquélla nos ofrece la certeza de que lo importante de la vida es la vida misma. La poesía se hace con palabras (y con música y con significados), pero lo que más importa es que esas palabras pueden llevarnos, así sea por un momento, a mitigar los dolores de la realidad. “El verdadero objeto de la vida es la vida”, dice Leopardi.

En cuanto a la felicidad, no hay que hacerse demasiadas ilusiones, y ni siquiera la poesía nos la puede prometer, mucho menos garantizar. La inutilidad de la poesía sigue siendo su mayor utilidad, y mientras más creamos en las utopías más nos alejamos de la verdad.

La poesía no sirve para evitarnos el sufrimiento de vivir. Si alguna utilidad tiene es la que cada quien puede encontrarle para atemperar el dolor. “¿Qué es la vida?”, se pregunta el autor de los Cantos en un apunte del 17 de enero de 1826, en Bolonia, y él mismo se responde: “El viaje de un hombre cojo y enfermo que camina sin descansar jamás, de día y de noche, durante muchas jornadas, con una carga pesadísima sobre las espaldas, por montañas muy escarpadas y sitios escabrosos, arduos y difíciles, bajo la nieve, el hielo, la lluvia, el viento, el sol ardiente, para llegar a cierto precipicio o foso, y caer inevitablemente en él”