Usted está aquí: martes 1 de julio de 2008 Política Astillero

Astillero

Julio Hernández López
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■ Dos años atrás

■ De las urnas a la división

■ El fraude germinal

Ampliar la imagen Integrantes de Greenpeace-México protestaron frente a la sede de la embajada de Japón en la ciudad de México, por la detención en ese país de ambientalistas que daban a conocer información sobre el tráfico ilegal de carne de ballena Integrantes de Greenpeace-México protestaron frente a la sede de la embajada de Japón en la ciudad de México, por la detención en ese país de ambientalistas que daban a conocer información sobre el tráfico ilegal de carne de ballena Foto: Cristina Rodríguez

Dos años atrás, a pesar de la intensa guerra sucia y los indicios tempranos de preparativos de fraude electoral, los mexicanos se alistaban, relativamente confiados, a ir a las urnas. Hoy, la nación está dividida, sin representación política legítima, con gobernantes que en los tres niveles actúan creciente e impunemente contra los ciudadanos y convierten el erario en botín, con los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial cada vez más desacreditados (al igual que los partidos y las elecciones), con una institucionalidad devastada (en particular los órganos “autónomos”, como los relacionados con lo electoral y la transparencia informativa), militarizada e inhumanamente ensangrentada, y a merced de peligrosos intereses extranjeros (sobre todo con el proyecto de privatización petrolera).

Al comparar el pasado reciente con la aplastante realidad de hoy, es necesario siempre tener presente que el virus germinal de la acelerada descompostura nacional en curso fue el fraude electoral. Con tal de mantenerse en el poder, la derecha panista, corrupta y (por tanto, entre otras cosas) sin apego doctrinario, instaló en México el odio, la división social y un peligroso hartazgo sobre las evidentemente muy insuficientes vías de lo electoral y lo político para resolver los conflictos colectivos. Fox ni siquiera traicionó los principios del partido blanquiazul, porque nunca los ha conocido ni practicado, pero Calderón (cuyo padre, Luis, renunció décadas atrás, por sus desviaciones, al partido del que fue historiador) no sólo ha hecho a un lado los principios del panismo sino que, empeñado en fabricarse una legitimidad de la que muy bien sabe que carece, ha trazado líneas bélicas de acción política para tratar de marginar y, de ser posible, exterminar políticamente, a la mitad nacional que no votó en su favor y que en términos generales (más allá de los juegos manipulables de las encuestas públicas diseñadas conforme al interés del patrocinador) mantiene una postura de rechazo a la usurpación de 2006 y a las posteriores decisiones excluyentes de ese gobierno formal.

Tanta es su ilegitimidad de origen que el calderonismo ha gastado ya una tercera parte de su tiempo políticamente útil (dentro de cuatro años habrá, según las previsiones institucionales, un nuevo presidente electo) en combatir fallidamente a su adversario histórico, el variopinto movimiento cívico encabezado por Andrés Manuel López Obrador. Si el foxismo construyó la candidatura presidencial del tabasqueño, con empecinamientos torpes como el del desafuero del entonces jefe de Gobierno capitalino, el felipismo ha hecho lo suficiente para que el adversario bombardeado de manera masiva y con las cargas más modernas (misiles televisivos aire-tierra, entre otros) haya podido sostenerse con vida e incluso, como sucede ya, se haya fortalecido y tenga la vista puesta en la revancha natural de 2012.

En la búsqueda de la legitimidad nunca perdida (porque nunca la ha tenido), el extraño señor F.C. ha invertido cuanto capital le ha sido posible en la improbable tarea de desacreditar, desde las trincheras mediáticas electrónicas y escritas en su poder, la convicción de un segmento importante de la sociedad de que él llegó al poder mediante fraude. A las sugerentes peculiaridades negativas que se dieron en los meses inmediatamente anteriores a la elección presidencial y en el tramo procesal de conteo y “validación” de resultados, se han añadido las cínicas confesiones de personajes como el entonces presidente Fox y la profesora Gordillo (siempre adulteradora electoral), y los premios en especie aeronáutica dados a los prestanombres empresariales que dieron la cara en la guerra sucia de mensajes contra AMLO.

Por lo que hace dos años pasó, por lo que hoy está sucediendo y por lo que acontecerá si no es frenado el citado poder ilegítimo, es necesario mantener activa la denuncia, una y otra vez, no sólo en función testimonial, del crimen patrio cometido dos años atrás en las urnas a las que en otro primero de julio, en otro calendario político, en otro México, se encaminaban con relativa confianza ciudadanos que por lo entonces conocido continúan en lucha.

Astillas

En su crónica jornalera de la pasada reunión dominical del Zócalo, Arturo Cano consignó dos elementos interesantes: más de una vez mencionó que el discurso de López Obrador fue escuchado por algunos asistentes sin la reverencia del pasado y también apuntó la insatisfacción de otros ante la indefinición práctica del discurso del comandante en jefe de la resistencia civil. Sobre esos puntos, el irreverente e impráctico tecleador de estas líneas ha de expresar que hasta ahora, y debido en buena medida a la personalísima guerra sucia desatada en su contra, el movimiento de oposición al fraude electoral y de defensa del petróleo ha girado en derredor de una figura tabasqueña pero, justamente a causa de esa órbita, no ha podido construir una estructura amplia y fuerte que pueda sostener ese movimiento en caso de falta (por cualquiera de las varias causas posibles) de ese referente central. Entre otras causas de ese sabido proceso de concentración personalísima de poder (antes, Cuauhtémoc; ahora, Andrés Manuel) está la satanización de las críticas al movimiento y al máximo líder, por considerar que con ellas “se hace el juego” a la derecha o a los opositores de esos procesos de lucha social. Ni puede ni debe haber reverencia y sí crítica y autocrítica permanentes... “Se acabó la música”, dijo don Plutarco al final de El violín, pero don Ángel Tavira seguirá tocando y viviendo no sólo en las ejecuciones musicales preservadas del abandono y practicadas con amor popular sino también en el recuerdo de su experiencia cinematográfica que le dio lauros en Cannes. Don Plutarco a lomo de burra que convierte su estuche protector de instrumento sonoro en abastecedor simbólico de cargas de fuego para Genaros y Lucios obviamente insurrectos. La música, en realidad, don Ángel, no ha terminado… Y, mientras Carlos Salinas sigue siendo eje político explícito, tanto en bodas de hijas de súper senador como en procesos de sucesión, ¡hasta mañana, ya con el nuevo impuesto sobre depósitos en efectivo!

 
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