Usted está aquí: domingo 29 de junio de 2008 Cultura Estremecedora clausura del homenaje a Salvador Allende en el Metropólitan

■ Con puños izquierdos en alto, el público siguió las notas de Quilapayún y Los Folkloristas

Estremecedora clausura del homenaje a Salvador Allende en el Metropólitan

■ Al iniciar el concierto dedicaron un minuto de silencio al presidente chileno y otros luchadores

■ Los temas Yo me muero como viví y Tierra mestiza provocaron gritos y aplausos de los asistentes

Jorge Anaya

Ampliar la imagen Las imágenes proyectadas en inmensas pantallas evocaron la vida del presidente y la traición pinochetista Las imágenes proyectadas en inmensas pantallas evocaron la vida del presidente y la traición pinochetista Foto: cortesía El Juglar

La libertad vuela en las notas de una canción. Así como el pueblo italiano, en tiempos de la ocupación austriaca, coreaba con Verdi Va’, pensiero, sull’alli dorate, la noche de este viernes el pueblo latinoamericano entonó “¡Vuela tu vuelo, paloma mía!” junto a Quilapayún y Los Folkloristas en el emotivo final del homenaje a Salvador Allende en el teatro Metropólitan.

Porque de evocar a Allende y salvar a América Latina de quienes “quieren venderla en subasta pública” se trataba, según el guión de Hiquíngari Carranza, que fue rubricado con gritos de “¡El petróleo es nuestro!” y “¡La patria no se vende, se defiende!”, como queriendo decir que la globalización neoliberal no es sino el nuevo rostro del poder imperial que en 1973 asesinó al presidente que encarnaba los sueños no sólo de los chilenos, sino de millones de personas en todo el orbe.

La mecha tardó en prender, porque el guión –leído con solvencia y devoción por Luisa Huertas, Angelina Peláez, Óscar Narváez y Víctor Huggo Martín– se entretuvo en innecesarias comparaciones entre este tiempo y hace un siglo –1908, año en que nació Allende–, cuando “no había celulares ni iPods”, seguidas por gastados elogios que dejaron al doctor en el pedestal de prócer en vez de mostrarlo, sobre todo a los jóvenes y niños, como el entrañable ser humano que fue. Las imágenes proyectadas reproducían momentos importantes de la vida del presidente y de la traición pinochetista, pero, quizá por la falta de sonido, no lograron crear el efecto previsto.

La música misma demoró en cumplir su objetivo. Los Folkloristas comenzaron con aires indígenas, Quilapayún abrió con El Santo Padre, de Violeta Parra; ejecuciones impecables, pero frías. La idea de colocar un grupo a cada lado de la pantalla y oscurecer al que estaba en receso tampoco fue muy afortunada; uno hubiera deseado verlos abarcando el escenario en unidad, como ocurrió, por ejemplo, en aquel memorable concierto Inti + Quila, en el auditorio Víctor Jara de Santiago.

El público tardaba en entrar en clima y ni siquiera la trepidante Canción final de la Cantata de Santa María de Iquique levantó a nadie de su asiento. Tal vez la programaron demasiado pronto, al igual que Venceremos, que la precedió. De hecho, fueron Los Folkloristas, con Yo me muero como viví, Vamos a andar y Canto de libertad, los que provocaron las primeras palmas, pero el parteaguas de la noche fue la poesía: el Canto a la pobreza, de Neruda.

Duelo a todo pulmón

Quila abordó Ventolera, en la que siete sonoras palmas acentúan el duelo de guitarras y charangos, y luego Allende y La patria crearon una atmósfera solemne. Entonces el grupo mexicano interpretó por primera vez La paloma, el chileno respondió con La muralla, ambas cantadas a todo pulmón por cientos de los presentes, y de ahí en delante público y artistas vibraron al unísono.

El tema Tierra mestiza, de Gerardo Tamez, levantó gritos de “¡Viva México!”, y Quilapayún ligó dos números en los que la sátira política se pone a bailar con sabrosura –Tío caimán y La batea–, como recordando con Iván Ilich que la revolución se hace con la sonrisa en los labios.

El guión se desplazó a las inquietudes del presente y a la evocación de los luchadores latinoamericanos por los que al despuntar el concierto se había pedido un minuto de silencio –una larga lista que incluía desde Cuauhtémoc y Túpac Amaru hasta Camilo Torres, el Che Guevara y, por supuesto, Salvador Allende–, sin faltar la obligada y ovacionada referencia a cierta presidencia ilegítima.

Quilapayún cerró –no podía ser de otro modo– con El pueblo unido jamás será vencido, ya con la sala en plena ebullición de puños izquierdos en alto y luces encendidas, y para el encore ambos grupos finalmente rompieron el plano y se combinaron en una estremecedora redición de La paloma, que fue saludada con un estruendoso “¡Mé-xi-co-Chi-le, Mé-xi-co-Chi-le…!”

Y así, lo que no lograron el discurso ni la imagen lo consiguió, como siempre, la canción. Los niños que en hombros de sus padres vivieron esa culminación recordarán por siempre esa noche de viernes en que el pensamiento voló en alas doradas y el teatro Metropólitan se convirtió, con todo y su pesada decoración neoclásica, en territorio libre de América.

 
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