Número 142 | Jueves 8 de mayo de 2008
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

El tal Monsiváis
Joaquín Hurtado

Debo escribir sobre un gigante y yo aquí disminuido, chiquito, arrimadito al calor de los ojos de una viejecilla que no conozco. Desde muy lejos su voz me dice ponga su mano así y su pierna acá y ahora de vuelta despacito. Entonces reparo en una silla desconchiflada, un trapo percudido; una cama donde yace una mujer gorda, parapléjica; unos niños que arman tanto barullo que no deja que doña Esperanza,  señora cabal de mi cuerpo, se concentre en su tarea de sacarme los demonios.

-¿Pues qué traes, muchacho? –me pregunta la viejita cuando una lágrima se me escapa al calor de sus manos.

-Ay señora, si le dijera, es que estoy pensando en Monsiváis.

-Y quién es el tal Esponsiváis.

-Es un viejo que carga en su morral el alma de los pobrecitos mexicanos.

Y la viejecilla entiende que con mis músculos, tendones y nervios consumidos por el virus yo estoy fascinado con el lobo del cuento; que no tengo remedio. La pobre lucha con sus menguadas energías pero mis diablos no ceden.

A doña Esperanza apenas la oigo, murmura detrás de los rugidos de la telenovela que mira su hija tullida. La vieja acaricia, mima, reza para asilenciar mis afligidas canillas. Y yo sigo emperrado: el tal Monsiváis es el chamuco para los que cursamos catecismo y nos dijeron que fornicar significa besar de lengüita, es un esguince espiritual que provoca espasmos, un héroe nacional sin capilla y sin día de asueto, un milagro guadalupano. Es una enfermedad que provoca en sus víctimas un tormento gozoso.

Monsiváis, señora, es el chisguete de sangre sana que todavía navega en mis venas. También es una piedra en el zapato que ya quisieran muchos para un domingo en la tardecita. Un dulce que arde y amarga.  Un luchador en el ring de mis entrañas. 

Doña Esperanza llega a mi vientre y dice aquí hay algo raro. Ya le dije, seño, que eso es el tal Monsiváis. Es un cuete que me truena en los entresijos cada quince de septiembre. Es una estampa escolar que da pánico pegar en tu libreta de tareas. Es una mano que produce toques. Es un palabreador que siempre llega a las últimas consecuencias del caos que es esta realidad. Es el loco que nos salva de la locura. Es el salvador de las locas como yo.

-¿Qué mal tan duro traes que me estás dando tanto trabajo, hombre? –exclama ella pulsando mis costillas, recogiendo mi alma desparramada.
-Ninguno, doña, es que se me pasó la mano con antivirales, mota, antihistamínicos, pastillas para dormir y un libro del tal Monsiváis en la madrugada. Cuentos sobre indios remisos. Filtros y recetas escritas por un brujo  amorosamente tirano que exige verme en mi justa dimensión, escarneciendo de mí mismo y mis atroces ridiculeces, chillando agradecido, convertido en nada, en esta plancha donde vienen los más jodidos de Monterrey, en un barrio del piojo.  No me haga caso y dígame cuánto debo a sus manos prehistóricas porque Monsiváis, buena señora, es un vicio del que no quiero curarme.