■ Compartieron escena con Celso Piña
Cimbró la música gitana de Mahala Rai Banda a la capital potosina
■ La agrupación rumana se presentó en el octavo Festival de San Luis
Ampliar la imagen La sección de alientos de la Mahala Rai Banda de Rumania en la Plaza Fundadores de San Luis Potosí, la noche del sábado Foto: Pablo Espinosa
San Luis Potosí, 4 de mayo. El encanto arrasador de la música gitana cimbró nuevamente tierras mexicanas. Mahala Rai Banda, agrupamiento rumano de música tradicional, prendió la mecha del octavo Festival de San Luis. Dos tubas, dos trompetas, un sax, un set percusivo enardeciente, violín electrificado y voz iniciaron la ignición que convirtió enseguida en fogata inmensa el excelente músico Celso Piña con su Ronda Bogotá.
La polirritmia balcánica inconfundible, su basamento rítmico de compases alocados, la emulsión ritualística de sus evoluciones y las cantinelas hipnóticas de este pequeño conjunto popular que suena como mil antorchas encendidas puso en órbita a la así encendida multitud que atiborró la Plaza Fundadores, en el corazón de la capital potosina.
Al aire libre, como suelen activar sus instrumentos estos músicos de los barrios suburbanos de Bucarest, pusieron en movimiento un vasto sistema de esferas como estela cósmica, a manera de continuación coincidente con la reciente visita de otro trabuco de gitanos balcánicos que hicieron trepidar a México hace apenas pocos días, la Banda de Boda y Funeral de Goran Bregovic.
La Mahala Rai Banda (que en español significa algo así como La Banda Noble del Gueto) es el grupo líder en su tipo en Rumania, junto a sus paisanos Taraf de Haidouks, conocidos por sus visitas en años anteriores a México y sus grabaciones, difundidas por Discos Corason, y comparten tal lugar de honor con la Kocani Orkestar, aún inédita en presentaciones en vivo por estos lares.
Son músicos de honda raigambre popular, nacidos y crecidos en un ambiente donde los alientos trepidantes acompañan a los nacimientos, los bautizos, las bodas y todos los acontecimientos compartidos por la gente que desfila por las calles con estos músicos de melopeas enardecientes.
El misterio anidado en sus decires sonoros produce incandescencias abrumadoras, estados de euforia y de sonrisas que resultan irresistibles para todos. La noche potosina del sábado no fue la excepción. La muchedumbre se mecía en el sillerío y las gradas y las filigranas de danza inimaginada impelían movimientos de baile que no alcanzaron su definición hasta que apareció en escena la tremebunda eficacia de las cumbias y los vallenatos de Celso Piña con sus nuevas propuestas de fusión.
El debut mexicano de la Mahala Rai Banda mereció apenas media hora en escena. Su última pieza la compartió con Celso Piña y sus músicos en una mezcla inédita, un coctel molotov inusitado, una suerte de cumbia balcánica, de ska rumano, una licuadora sónica que alcanzó su punto máximo y en esa altura tomó las riendas la Ronda Bogotá con su eficacia musical bailable.
Teloneros, abridores, calentadores de la escena, los rumanos presentaron en 30 minutos algunas de sus piezas conocidas, estrenaron un par de creaciones en su proverbial estilo de fusión de música callejera confundida con su raigambre de tradición y ritual desinhibido y dejaron la mesa puesta a las propuestas de Celso Piña y sus músicos. Fusión genera más fusiones.
Lo que siguió fue otra hora y media de guacharaca, cumbia, vallenato, acordeón a mil por hora, eficacia y excelencia musical, referencias a García Márquez (“cada vez que va a Monterrey mi amigo el premio Nobel –compartía en el micrófono Celso Piña– me pide que le toque su cumbia preferida, él la baila y se va”), estallidos de júbilo esparcidos por la plaza entera y mucho baile.
Fue el inicio de ocho jornadas donde convivirán todos los géneros, desde ópera, música sinfónica, recitales, conferencias, talleres, representaciones teatrales y dancísticas, proyecciones cinematográficas y jornadas nocturnas populares en el templete construido en la Plaza Fundadores para la muchedumbre complacida.
Un equilibrio extraño que parece marcar el rumbo de los festivales culturales mexicanos, cada vez más orientados hacia la complacencia de las masas al aire libre, tendencia que por cierto encabeza el mismísimo Festival Cervantino desde hace algunos años, convivencia peculiar que concita lo que todavía es considerado como “elitista” junto a lo todavía considerado “popular”.