Usted está aquí: domingo 27 de abril de 2008 Política Bajo la Lupa

Bajo la Lupa

Alfredo Jalife-Rahme

■ La geopolítica del alza de hidrocarburos y alimentos

Ampliar la imagen Esta semana los precios récord del arroz en Estados Unidos y Asia alentaron los temores a una crisis mundial de alimentos. En la imagen, un productor de India Esta semana los precios récord del arroz en Estados Unidos y Asia alentaron los temores a una crisis mundial de alimentos. En la imagen, un productor de India Foto: AP

Richard Haass (RH), director del influyente Consejo de Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés), confiesa el fin de la hegemonía unipolar de Estados Unidos y, en lugar de la obvia multipolaridad donde se ha instalado el planeta, propone la absurda “no polaridad” de amplio multilateralismo y sin un claro poder al frente (Foreign Affairs, mayo-junio de 2008). Lo relevante de la confesión de RH no radica en su propuesta, muy discutible para el presente y el futuro, sino en la admisión del fin de la unipolaridad, que había ejercido ese país de manera impúdica. RH había adelantado sus exequias unipolares en The Financial Times (16/4/08): “la era unipolar, una época de dominio estadunidense sin precedente, se acabó”.

Quien no se consuela del fin de la hegemonía estadunidense es el centro de pensamiento texano-israelí Stratfor –de menor estatura y alcances que el CFR–, el cual todavía no se entera del deterioro global de Estados Unidos en todos los rubros de su desempeño y suele alucinar sobre la invulnerabilidad eterna del poder militar de la otrora superpotencia unipolar y su prodigiosa tecnología.

En ese tenor, Stratfor, que se ha equivocado demasiado en fechas recientes debido a su obsesivo dogmatismo unilateralista, que nutre las alucinaciones geopolíticas de la principales trasnacionales estadunidenses de Wall Street, se quita las máscaras y da a entender que nos encontramos ante una verdadera guerra alimentaria (ver Bajo la Lupa, 16 y 23/4/08), en la que saldrán como “vencedores” Estados Unidos y la Unión Europea (UE), los supremos acaparadores de alimentos a escala global y quienes someterán finalmente a las rebeldes naciones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), cuyo talón de Aquiles son justamente los alimentos (“La importancia geopolítica de las materias primas”, 24/4/08): “los eventos de las pasadas semanas pueden ser profundamente desestabilizadores para el sistema geopolítico, ya que pueden causar no solamente inestabilidad interna, sino potencialmente cambios en el equilibrio del poder”.

Brett Arends, columnista de The Wall Street Journal (21/4/08), reclama que “ya es tiempo de que los estadunidenses comiencen a almacenar alimentos”, mientras Wal-Mart y Costco limitan la venta de arroz, que ha alcanzado precios demenciales (Breitbart.com 23/4/08).

Si no estamos ya en una “guerra alimentaria”, que no se atreve a pronunciar su nombre, entonces, ¿cómo llamar a la serie de tales eventos que acontecen en los “mercados” sin el menor sustento económico?

Stratfor enuncia la verdad de Perogrullo, que intentaron sepultar los neoliberales mediante sus apuestas financieras: “las materias primas son la madre de todos los mercados globales. Representan activos estratégicos, desde el punto de vista geopolítico, puesto que la fábrica entera del sistema internacional puede ser reconfigurada por el costo y la asequibilidad a la energía, los metales y los alimentos”.

Los hidrocarburos y los metales, como el cobre y el aluminio, se han disparado desde el segundo trimestre de 2004, pero también han sido alcanzados desde el año pasado, en su espiral ascendente, por los alimentos maíz, trigo, arroz y soya.

La tesis nodal de Stratfor es que “los alimentos se comercian de manera diferente a otras materias primas”, en particular a los hidrocarburos: “el precio de los alimentos es más fundamental para la estabilidad política que el precio del petróleo”. Cuando se interrumpe el abasto de los alimentos, “las poblaciones sufren hambrunas y luego se rebelan –entonces, los gobiernos se encuentran sacudidos en sus entrañas”.

En esta crítica coyuntura de desplome financiero global, ¿conviene a Estados Unidos y a la Unión Europea, principales exportadores y acaparadores de granos del planeta, desestabilizar a sus triunfantes competidores geoeconómicos mediante la ominosa arma alimentaria?

Stratfor no emite la más mínima compunción sobre los afectados del planeta por la guerra alimentaria y parece refocilarse con los resultados: “en granos, los vencedores son Estados Unidos y Europa”, que podrían “definir juntos una política alimentaria común”, mediante la creación del equivalente a la “OPEP de los granos y otros productos alimenticios”.

En similitud con la fase final de la guerra fría, cuando la URSS se vio obligada a negociar la importación de trigo con Estados Unidos, lo cual significó el inicio de su ocaso, ahora también la dupla EU-UE puede variar dramáticamente el equilibrio del poder mundial: “en la situación presente, los alimentos son oligopolistas y se encuentran controlados por manos fuertes (sic), países que producen y retienen granos sin provocar a sus poblaciones estrés indebido”. ¡Ni más ni menos que la guerra alimentaria!

Sin contar el futuro control alimentario por las trasnacionales anglosajonas sobre los organismos genéticamente modificados, que significaría la mayor esclavitud jamás vivida por el género humano mediante la bioingeniería alimenticia, el centro de pensamiento texano-israelí maneja los alimentos convencionales como instrumentos de poder: “cuando los precios se encuentran elevados y los mercados interrumpidos, cualquiera (sic) que mantenga superávits vendibles puede hacer algo más que acumular dinero. Puede redefinir el equilibrio del poder global, cosa que el petróleo nunca ha hecho”.

Así las cosas, Estados Unidos y Europa dispondrían de una “influencia masiva global”, en particular “sobre varios países productores de petróleo, que pensaban disponer de todas las cartas hasta ahora”. Pese a la “manía del etanol” (se calcula que en 2010, 30 por ciento de cosechas de Estados Unidos servirán para biocombustibles), esa nación posee un superávit con capacidad susceptible para doblegar a los “países carentes de alimentos”. ¡Dios Santo!

En la reformulación de un neomalthusianismo radical y vertical, Stratfor aduce que estadunidenses y europeos “no padecerán hambrunas (sic), y sus ingresos disponibles los hacen mejor capacitados para manejar los choques de los precios que los ciudadanos del mundo en vías de desarrollo”. ¡Que se mueran los feos!

En síntesis, a juicio de Stratfor, la carta vencedora de la geopolítica son los alimentos y no el petróleo.

A nuestro juicio son los dos, más los “fondos soberanos de riqueza” –que detentan Rusia, India y China, la OPEP y algunas potencias mercantiles sudasiáticas–, menos la colosal deuda anglosajona, entre otros factores geopolíticos relevantes (v.gr desenlace de la debacle militar de Estados Unidos en Irak y su empantanamiento en Afganistán). Como se nota, el mundo es mucho más complejo que el unilateralismo muy primitivo de Stratfor. De todas formas, la “guerra alimentaria” anglosajona ya está causando daño considerable.

 
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