Usted está aquí: viernes 11 de abril de 2008 Economía Economía Moral

Economía Moral

Julio Boltvinik
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■ Experimentos, tortura y teorías acústicas en el arte

■ Autoridad y contaminación acústica

En El huevo de la serpiente (1977), una de las obras maestras del cine de Ingmar Bergman, Hans Vergérus, quien lleva a cabo experimentos médicos con seres humanos, muestra al protagonista del filme uno de ellos: una “voluntaria”, en buen estado de salud física y mental, acepta quedar encerrada con un bebé que padece un daño cerebral y que no cesa de llorar día y noche. Las primeras 12 horas la mujer conserva sus facultades y ánimo e intenta consolar al nene. Pero hacia las 24 horas entra en un estado de angustia y depresión y lo desatiende. Siente impulsos de matarlo, pero resiste durante seis horas y, finalmente, lo asfixia.

Camino a Guantánamo (2006), película basada en relatos de ex presos de dicha cárcel, muestra el trato que reciben los “terroristas”. Viven en jaulas de zoológico y antes de los interrogatorios se les lleva a recintos totalmente cerrados, se les coloca en una posición en cuclillas en la que los brazos quedan atados a las piernas con esposas, y el lugar se inunda de música a muy alto volumen. La tortura posicional asegura que los presos no podrán taparse los oídos con las manos para tratar de aminorar la tortura acústica. Los prisioneros gritan de desesperación.

La novela de historia-ficción de Matilde Asensi sobre los incas, El origen perdido, gira en torno al poder de las palabras, que habría alcanzado su punto más alto con la lengua perfecta, el aymará, sobre todo el hablado por los yatiris (grupo que se constituyó en guardián de la sabiduría antigua y, ante la inminente llegada de los españoles, se escondió del mundo). La autora pone en boca de un personaje, la doctora Bigelow, que forma parte de la expedición que va a la selva boliviana en busca de los yatiris, lo siguiente que constituye una explicación científica (la primera parte) y esotérica (la segunda), del cómo los sonidos (y el aymará en particular) afectan al ser humano:

“Se han realizado grandes avances en el estudio del cerebro humano… la inmensa actividad eléctrica del cerebro emite infinidad de tipos de ondas que provoca que las neuronas emitan ciertas sustancias químicas (neurotransmisores) que controlan nuestros estados de ánimo y sentimientos y, por lo tanto, los comportamientos provocados por los mismos. Estos neurotransmisores [dopamina, noradrenalina, endorfinas y otros] pueden operar en lugares bastante específicos con resultados muy diferentes…. Si la dopamina circula por su cerebro, usted sentirá placer… tanto el miedo como el amor, la timidez, el deseo sexual, el hambre, el odio, la serenidad, etcétera, nacen porque hay una sustancia química que se activa por una pequeña descarga eléctrica. Hay una clase especial de neurotransmisores, los peptídicos, que trabajan de una manera mucho más precisa y que pueden hacer que cualquiera de nosotros odie el color amarillo, tenga ganas de escuchar música o de leer un libro. Si mi teoría es cierta, y es lo que quiero descubrir con este viaje, el aymará, que es la lengua más perfecta… es un vehículo perfecto para bombardear el cerebro con sonidos. ¿Han visto la típica escena de película en la que una copa de cristal estalla cuando se produce cerca un sonido muy fuerte o muy agudo? Pues el cerebro responde de la misma manera cuando se le bombardea con ondas sonoras… Resuena. Responde a la vibración del sonido. Estoy convencida de que lo que hace el aymará es propiciar que un determinado tipo de ondas puedan ser producidas por los órganos fonadores de la boca y la garganta y que lleguen al cerebro a través del sonido disparando los neurotransmisores que provocan tal o cual estado de ánimo o tal o cual sentimiento. Y si lo que activa son los neurotransmisores peptídicos, entonces puede conseguir casi cualquier cosa.”

En nuestra sociedad ha venido aumentando la conciencia de los efectos negativos en la salud de la contaminación general del aire y de la provocada por los fumadores. Así en el DF los automóviles deben verificarse y la nueva “Ley para la Protección de los no Fumadores” prohíbe fumar en lugares cerrados. Una autoridad exigente que cuida a los particulares para que no contaminen el aire que respiran los demás. Pero esa misma autoridad, en el caso de la delegación Tlalpan con mucha frecuencia contamina acústicamente el aire (con conciertos al aire libre en volúmenes de sonido de 110 decibeles), lo que ha llegado a extremos increíbles en el Festival Ollin Kan. Este festival, de enorme calidad musical para quien está en el concierto y quiere oírlo (pero que es ruido puro y simple para quien está en su casa y no quiere escucharlo), ha programado en el estacionamiento del Bosque de Tlalpan 10 conciertos en cuatro fines de semana (uno menos que el año pasado) empezando el 25 de abril. El programa del festival indica a qué horas empiezan los conciertos, pero no a qué hora acaban, aun así podemos calcular que habrá entre 26 y 32 horas de ruido los primeros tres fines de semana. Pero a esto hay que añadir los ensayos (muchas horas a lo largo de la semana), de manera que el total de horas de ruido semanal puede llegar a 50 (casi 33 por ciento de las 168 horas de una semana), muchas más que las requeridas para que la mujer de los experimentos de Vergérus matara al bebé, y muchas veces más que las horas a las que se somete a la música voluminosa a los presos de Guantánamo. Supongo que el delegado de Tlalpan y los otros servidores públicos que organizan el festival ignoran (de otra manera tendría que suponer maldad de su parte) que esos estímulos acústicos serán respondidos por el cerebro de cada una de las casi 50 mil personas que vivimos alrededor del estacionamiento del Bosque de Tlalpan, que cada uno de ellos emitirá descargas eléctricas durante 50 horas, las que activarán diversos neurotransmisores que producirán toda clase de efectos negativos en la salud mental y física, así como cambios imprevisibles en la conducta de todos nosotros. Nosotros no lo ignoramos y nos estamos organizando para resistir.

 
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