Usted está aquí: lunes 31 de marzo de 2008 Política La premonición de don José

Bernardo Bátiz V.
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La premonición de don José

Don José González Torres fue un distinguido militante del PAN, partido del que salió con otros integrantes del Foro Democrático en 1992; fue candidato a la presidencia de la República y compitió con gallardía en contra de Gustavo Díaz Ordaz, candidato oficial; fue también secretario de Organización del partido y presidente nacional del mismo. Durante su gestión en ambos cargos, Acción Nacional se extendió por todo el país y surgió una incipiente, pero sólida estructura que al crecer dio pronto buenos frutos.

Don José, nacido en Cotija, Michoacán (no tiene nada que ver con la familia de apellidos iguales que administra, entre otras cosas, farmacias y partidos políticos), allá por los años 1987 u 88, cuando se discutía en el seno del viejo partido de oposición si se aceptaban o no los subsidios ofrecidos por el gobierno que en épocas anteriores habían sido severamente criticados con justa razón por los opositores al sistema, advirtió en una reunión del consejo nacional que la decadencia del partido se iniciaría en el momento en que se recibiera dinero por ejercer la ciudadanía; esto es, nos prevenía de lo que después habría de suceder, que fue el cambio de ideales por pragmatismo.

Aseguraba don José que el día en que se dejara de trabajar en los cargos partidistas y en los cargos públicos por convicción y por ideales, los miles de voluntarios que mantenían viva a la institución política y que le daban presencia importante en la vida pública, en época de elecciones y fuera de ésta, dejarían de prestar su colaboración desinteresada y se convertirían en aspirantes a mercenarios en busca de beneficios económicos por cualquier servicio al partido o a México.

Tenía mucha razón: de entonces a la fecha, han pasado poco menos de 20 años y quedan muy pocos militantes en el PAN que aún luchan por sus ideales sin esperar nada a cambio; el grande o pequeño estipendio que por su actividad recibirán es la motivación de su actuar en política, especialmente en las altas esferas de la burocracia partidista. Quedan, sin duda, ciudadanos de la vieja cepa, pero los que están más a la vista, los que están al frente, en lugar de influir en la clase política para mejorar las formas de trabajar en el servicio público, con desinterés y vocación de servicio, lamentablemente cambiaron la causa final de sus acciones y se dejaron envolver por el ambiente de oportunismo y por la ambición de grandes negocios.

Ciertamente esta degradación ciudadana no es exclusiva de Acción Nacional; lamentablemente podemos encontrarla en todas partes y bajo los emblemas de todos los colores, pero es en este partido, que ahora acepta alegremente el calificativo de derechista, donde se puede percibir con más claridad el contraste entre lo que se dice y lo que se hace. Es ahí donde se cobran altos sueldos y se obtienen ventajas y prestaciones por “servir a la patria” y es ahí también donde se ha desarrollado con mayor virulencia la enfermedad del influyentismo.

En el PRI hubo (y hay) personajes que abierta o veladamente inclinaban decisiones administrativas, políticas o judiciales según los intereses de sus clientes, pero es en el PAN donde este vicio ha alcanzado alturas difíciles de comparar con otros momentos de la historia reciente de México.

Los ejemplos se multiplican a la vista de todos y dirigentes relevantes han sabido usar, sin parar en consideraciones de justicia o de moral, su derecho de picaporte en Los Pinos, en Gobernación, en Obras Públicas y en otras secretarías de Estado y dependencias diversas. El último y más conocido ejemplo ha sido motivo de una valiente denuncia por quien fue proclamado por la convención nacional democrática Presidente Legítimo de México, quien ha puesto a la vista del gran público en qué forma un panista de los últimos tiempos, funcionario joven y con rauda carrera política, no ha tenido el menor empacho en ser simultáneamente servidor público y gestor y representante de empresas privadas, y no ve nada reprobable en hacer negocios con el gobierno, precisamente en el área oficial en la que él se ha desenvuelto y en la que se espera que se actúe en defensa de los intereses del Estado mexicano.

Tenía razón don José; su experiencia en la vida, su brillante inteligencia y su gran sentido político hicieron oportunamente la advertencia, desoída entonces y olvidada hoy. El país está resintiendo los efectos de esa sordera histórica; el mismo Felipe Calderón tuvo oportunidad de enterarse de primera mano del previsor llamado, que se dio precisamente con motivo del dilema entre aceptar o no dinero público para el sostenimiento del partido.

En diversas ocasiones, el consejo nacional acordó rechazar cualquier ayuda oficial que proviniera del erario, que necesariamente se nutría de las contribuciones de los ciudadanos. No sabíamos entonces, cuando participábamos en el último debate, que en el equipo de Manuel Clouthier recién llegados al PAN estaban ya recibiendo recursos de Gobernación a espaldas de la mayoría de los consejeros, recursos, con la explicación (que era mero pretexto) de que el dinero se empleaba en la sala de prensa y en el traslado de periodistas a los actos de campaña.

El descaro con que ahora se acepta que no tiene nada de malo servir al mismo tiempo intereses públicos e intereses privados, y que no es incorrecto aprovechar los cargos para gestionar cobrando importantes honorarios, se gestó entonces, y quienes por años y años cuidaron ese punto de honor partidista verían hoy que la pendiente en la que entonces se puso al partido lo ha llevado cada vez más bajo, hasta las pantanosas administraciones de Fox y Calderón.

Los bienes particulares prevalecieron a fin de cuentas sobre el bien común, contradiciendo así uno de los principios más caros al panismo histórico: la prioridad del bien común sobre los bienes sectoriales o particulares.

 
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