Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de marzo de 2008 Num: 679

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El diccionario de
los que no están

GABRIELA VALENZUELA NAVARRETE

Eurídice
SATAVROS VAVOÚRIS

Sandor Marai y el
ocaso de un imperio

SERGIO A. LÓPEZ RIVERA

Berlinale 2008
ESTHER ANDRADI

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
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Manuel Stephens

Dos diálogos con dos soliloquios

Perfilándose como una tradición para la danza contemporánea, el Centro Cultural Los Talleres, dirigido por Isabel Beteta, presenta Soliloquios y Diálogos Bailados, temporada que apuesta por una tendencia que se manifiesta también en la organización de pequeños y grandes festivales: convocar a solistas y duetos. Sin demeritar este formato coreográfico, hay que mencionar que para las instituciones resulta operativamente mucho más fácil y económico de manejar que el de compañías con mayor número de integrantes. En el caso de Los Talleres, la elección se justifica porque el foro es de cámara y es el tipo de espectáculos que estructuralmente puede recibir. Beteta se ha encargado férreamente de ir transformando un espacio no construido ex profeso como teatro y lo ha vuelto poco a poco más amable para artistas y público. Un trabajo sostenido a favor del arte, en especial de la danza, ha hecho que Los Talleres sea un lugar clave en el mapa coyoacanense y del sur del Distrito Federal.

En esta temporada de seis fines de semana participan únicamente solistas, mexicanos y extranjeros. Gregorio Coral, bailarín y coreógrafo tijuanense, presentó El vacío… Esta obra combina la danza y el video, a las que se incorpora de manera contundente el uso del vestuario, el cual cuenta con elementos que pretenden influir en la construcción de significados y dar un impulso dramático a la coreografía. Un personaje aparece con cabeza rapada y pintado de blanco –a la usanza del Butoh–, completando monocromáticamente su presencia con el vestuario. La obra alterna segmentos coreográficos con un video de animación que se fragmenta y que retoma la figura de Francisco de Goya y de personajes de su obra pictórica –particularmente la Maja y algunos pertenecientes a la serie de grabados Los caprichos. El video narra la relación pesadillesca del pintor con sus criaturas. Frente a la elocuencia del video, las danzas no alcanzan a establecer una relación clara con lo que sucede en pantalla y en sí mismas son inocuas. La cantidad de significaciones posibles a que alude el coreógrafo con una conjunción intermedial tan localizada y compleja no llega a buen puerto por su débil articulación. Sin embargo, la tercera danza, en la que el personaje se desdobla por efecto del uso de una-otra cabeza adherida a su hombro, muestra a un coreógrafo con posibilidades de crecimiento si logra acceder a un pleno control de sus materiales y a las cargas de sentido que conllevan.


Fotos: Gloria Minauro/ www.escenica7.com

Por otra parte, Vestido de piel, de Cecilia Appleton, dedicada a la maestra Mirta Blostein, es una meditación sobre el paso del tiempo en el cuerpo. Appleton alude a atmósferas emotivas en las que su personaje toma conciencia de sus transformaciones: de que a cada momento, hasta el presente, está deviniendo en otra y acercándose a la muerte. Esto se patentiza con textos en off y con tres ventanas proyectadas en video, de la autoría de Mario Villa, que muestran el exterior del espacio cerrado en que se desarrolla la escena y en las cuales se intuyen paisajes otoño-invernales, también en movimiento. Appleton es una bailarina madura en pleno dominio de la escena y la utilización del vestuario como metáfora del desprendimiento, de los cambios de piel, del paso del tiempo, están resueltos con fluidez –exceptuando el de las totalmente innecesarias mallas con dibujos de flores. Destaca el momento en que el personaje queda de espaldas con una falda que le ciñe la cintura y las piernas y en el cual juega con los tirantes de las piezas del vestuario dejando toda la expresividad a espalda y brazos. Esta obra de corte intimista y de tono melancólico, desafortunadamente es violentada por un vestuario a todas luces burdo, que utiliza telas sumamente brillantes y sin ninguna armonía en la elección de los colores de las varias faldas con capas que se usan; a esto se suman otras prendas que parecen de uso cotidiano, o ya usadas, que rompen con la delicadeza que la coreografía requiere. Teniendo el vestuario una carga simbólica tan importante –es como la piel del personaje, nada menos– es de lamentar la pobreza del diseño, así como la del atrezo. Es imposible no relacionar a la mujer que interpreta Appleton con ella misma y con Blostein. Vestido de piel puede interpretarse como un retrato biográfico de ambas: la bailarina madura que vive un cuerpo que sigue siendo suyo, pero que ya es otro, y en el que hay que volver a reconocerse.