Usted está aquí: jueves 31 de enero de 2008 Cultura McFerrin regresa a México tras una ausencia de casi tres años

El artista se presentará en Guadalajara y el DF

McFerrin regresa a México tras una ausencia de casi tres años

El 13 de febrero actuará en el Teatro Diana de la capital jalisciense y los días 14 y 17 en el Palacio de Bellas Artes

Ángel Vargas

Ampliar la imagen Bobby McFerrin, polifacético creador estadunidense, imparte una clase magistral en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, durante su visita en 2005 Bobby McFerrin, polifacético creador estadunidense, imparte una clase magistral en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes, durante su visita en 2005 Foto: José Carlo González

Para Bobby McFerrin, en la música no hay monopolios, en cuanto a su convicción de que todo género y autor poseen un poder curativo y terapéutico: “Cuando era pequeño, para aliviarme del dolor mi madre me daba una aspirina, pero también me ponía música en la radio, usualmente clásica. Estoy convencido que toda música tiene la capacidad de influir y cambiar el humor. Lo mismo sirve el rock que el jazz o lo que se quiera”.

De esa manera de pensar se deriva su rechazo a la división que se hace en el arte sonoro entre lo culto y popular, al considerar que la frontera entre ambos mundos es muy difusa. Como ejemplo recuerda que la de Mozart era tomada como música popular en su época.

Pianista, clarinetista, director de orquesta, pero “sobre todo cantante”, este polifacético artista estadunidense regresa a México a casi tres años de su primera visita, para ofrecer una serie de tres presentaciones en febrero, dos en el máximo escenario cultural del país, el Teatro del Palacio de Bellas Artes, los días 14 y 17. Antes, el 13, actuará en el Teatro Diana, de Guadalajara.

Carisma y sencillez

En su anterior visita, que se realizó en el contexto del Festival de México en el Centro Histórico, en 2005, McFerrin dio cuenta reiterada, mediante sus palabras y quehacer en el escenario, de su particular manera de asumir y ejercer el arte sonoro.

Mucho de ello se debe acaso a un juvenil e infructuoso deseo de ser sacerdote: “El Señor quiso finalmente que la música fuera mi mundo. Ahora la veo como un viaje maravilloso y creo firmemente en ella como actividad mística. En el pasado se le utilizaba, por ejemplo, para alentar a los soldados en la guerra”.

Según comentó en aquella ocasión, en lo personal, la asume y la toma como un don que va más allá de ser sólo un medio de gozo y expresión: “La utilizo como un poder calmante cuando me siento angustiado o tengo miedo; siempre canto cuando me siento así, conduce a mi mente por lugares lejanos. No me parece accidental, de hecho, que en medio de la Biblia se encuentre el libro de Los salmos, que finalmente son canciones”.

Merecedor a 10 premios Grammy, mancuerna de grandes músicos como el violonchelista Yo-Yo Ma o el jazzista Chick Corea, solista de las más importantes orquestas, entre ellas la Filarmónica de Viena, a McFerrin, en el trato personal, se le percibe como un hombre carismático, magnético, pero sobre todo de gran sencillez.

Testimonio de ello es la forma como le impactó que se le preguntara si se consideraba una persona sobrenatural o un artista superdotado, debido a la sorprendente habilidad que posee para usar su voz con el propósito de crear efectos sonoros, amén de su peculiar rango vocal de cuatro octavas.

Meditabundo primero y luego sonriente, respondió: “Estoy muy lejos de siquiera creérmelo o pensar en ello”, y reviró: “Me siento muy bien con lo que soy, con esta posibilidad de seguir siendo natural en mi música”.

Para McFerrin la voz es el instrumento perfecto, “más aún: la voz es la madre de todos los instrumentos, mientras el tambor es el padre”.

Entre otros aspectos, en aquella ocasión contó asimismo que su faceta como director de orquesta se manifestó por “mera casualidad”, aseguró que lo suyo era el canto, e inclusive confesó que su ingreso al mundo clásico le implicó vencer una serie de dificultades.

Esto último se dio sobre todo en su faceta como director de orquesta, al advertir cómo los atrilistas veían con recelo y desdén que alguien de peinado rastafari y vestido tan informalmente, con pantalón de mezclilla, playera de algodón y a veces huaraches, pudiera decirles algo acerca de grandes autores, como Mozart o Beethoven.

 
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