Usted está aquí: miércoles 2 de enero de 2008 Economía Burbujas hipotecarias

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Burbujas hipotecarias

Las lecciones de la crisis financiera de Japón deberían preocupar y avergonzar a EU

Ampliar la imagen Jean-Claude Trichet, presidente de Banco Central Europeo Jean-Claude Trichet, presidente de Banco Central Europeo Foto: Ap

Ampliar la imagen El presidente francés, Nicolas Sarkozy, el 20 de diciembre pasado en Roma El presidente francés, Nicolas Sarkozy, el 20 de diciembre pasado en Roma Foto: Reuters

Otro mes, otro banco en problemas, otra estimación de activos deteriorados en el sistema financiero y otro movimiento del banco central para atender y contener el problema: para los observadores japoneses, la expansión de la constricción crediticia estadunidense tiene un toque inquietantemente familiar.

Aunque las diferencias entre la crisis subprime y la explosión de la burbuja inmobiliaria en Japón luego de 1989 sean inevitablemente grandes, las semejanzas son asombrosas. Como señala Kazuto Uchida, economista en jefe del Banco de Tokio-Mitsubishi UFJ, tanto las burbujas japonesas como las estadunidenses crecieron en un tiempo de experimentación financiera y crédito fácil. Estados Unidos (EU) presenció un enorme crecimiento de activos hipotecarios garantizados y “vehículos de inversión estructurada” cuando la Reserva Federal proporcionó dinero barato. De igual manera, a mediados de los años 80, Japón enfrentó la presión de EU para que liberalizara sus mercados. Esto causó una ola de “ingeniería financiera” y la proliferación de nuevos productos como los derivados crediticios. El coctel burbujeó con la presión estadunidense para revaluar el yen: en respuesta a una moneda al alza, el Banco de Japón redujo las tasas de interés, lo que inundó de dinero barato la economía. Todo eso reforzó la impresión de que la economía se había liberado de los tradicionales ciclos de auge-quiebra.

De forma decisiva, ambas burbujas estuvieron relacionadas con la propiedad inmueble: comercial en Japón y residencial en EU. De manera irónica, después que el Banco de Japón elevó las tasas y reventó la burbuja, los banqueros y los legisladores estadunidenses se apresuraron a censurar al banco japonés. Como cuatro quintas partes del crédito japonés estaban relacionadas con la propiedad, los estadunidenses no podían creer que los bancos hubieran sido lo bastante tontos para prestar contra garantías colaterales cuyo valor podía bajar o subir. En EU, decían, los bancos prestaban contra flujo de caja, el mejor indicador de la capacidad de pago de un deudor. Japón se vio en aprietos al asumir que el precio de los inmuebles sólo podía elevarse (en las ciudades, desde entonces, ha caído casi 70%). Pero los financieros estadunidenses han hecho las mismas suposiciones tontas, y han entregado alegremente su dinero a acreditados ninjas: personas sin ningún ingreso, trabajo o activos. Y aunque algunos mercados inmobiliarios locales pudiesen reventar, creían que una quiebra a escala nacional era casi inconcebible. Y estaban en un gran error.

Una razón por la que, en ambas crisis, no se tomó a tiempo una medida adecuada, fue que la mayoría de las señales de advertencia no llegaron a las casas matrices de los bancos, sino a empresas afiliadas, sucursales y otras filiales oscuras. En Japón, esos afiliados eran a menudo los clientes más grandes del banco matriz. Y no se sentían obligados a precaverse contra activos deteriorados. Después de todo, si algo malo sucediera, creían que su matriz los avalaría. Por otra parte, la mayor parte del crédito de los grandes bancos fue a dar a instituciones financieras más pequeñas que prestaban a deudores subprime. Esta cadena de préstamos hipotecarios mantuvo ocultos los problemas demasiado tiempo, dice Tetsuro Sugiura, economista en jefe del Instituto de Investigación Mizuho. “Si hubiésemos tenido balances integrados que reflejaran el panorama entero del crédito bancario, habríamos sido capaces de reconocer los problemas mucho antes”. La frase suena conocida.

La capacidad de las crisis financieras para extenderse desde sus áreas de procreación es también demasiado familiar. Una vez que se percibió que los bancos de Japón estaban contaminados, ya no pudieron recabar fondos en los mercados de dinero a corto plazo. En consecuencia, redujeron créditos a sus clientes corporativos (incluso extranjeros), quienes lo resintieron muy rápido. Sin recibir dinero de bancos o mercados de capital, las empresas japonesas dejaron de prestarse unas a otras: el crédito comercial, que había representado casi un tercio del financiamiento total, se había agotado.

Mientras tanto, los depositantes retiraron su dinero de los bancos y lo guardaron en sus apartados postales o bajo el colchón. Esto agravó la crisis del sistema bancario. El primer cálculo de préstamos bancarios incobrables que efectuó el Ministerio de Finanzas a principios de los años 90 los ubicó en 8 mil mdd; una década más tarde, los analistas bancarios aceptaron que la cifra más cercana era de 200 mil millones de dólares (mdd).

Algunos dirán que por la velocidad con la cual los bancos estadunidenses y sus reguladoras han atendido la crisis subprime es improcedente cualquier comparación. Japón afrontó con extremo nerviosismo esos problemas. Al principio se presumió que los precios de las propiedades volverían a subir alegremente. Al menos hasta 1994, las entidades reguladoras conspiraron de manera activa con los bancos para ocultar la dimensión de los préstamos incobrables. Apenas a finales de los años 90 el gobierno japonés intervino para avalar al sistema bancario, y sólo después de 2002 tomó medidas para que los bancos afrontaran sus préstamos incobrables: 12 años después de la explosión de la burbuja.

Sin duda la súbita crisis estadunidense ha engendrado una respuesta más rápida. Los economistas japoneses y los banqueros centrales perciben peligros similares en la intervención para apuntalar los mercados, algo que empaña la transparencia y evita que los precios de los activos alcancen pronto un nuevo equilibrio. El deseo del gobierno estadunidense de capitalizar algunas tasas de intereses hipotecarios es un ejemplo. Más preocupante, dicen, es su apoyo al “superhondo” propuesto por Citigroup, el Banco de América y JPMorgan Chase, al cual podrá fluir todo tipo de activos tóxicos, lejos de la vista y de la mente. Pero no existe ningún Schadenfreude en Japón. Después de todo, la crisis subprime amenaza también la recuperación económica que Japón desea con desesperación.

Fuente: The Economist

Newspaper Limited

Traducción de texto: Jorge Anaya

 
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