Usted está aquí: jueves 20 de diciembre de 2007 Política Lo que se puede y lo que no

Octavio Rodríguez Araujo

Lo que se puede y lo que no

Aceptando sin conceder que de habérsele reconocido el triunfo a López Obrador éste hubiera sido más como Lula que como Chávez, según ha dicho a La Jornada Ricardo Gebrim, del Movimiento de los Sin Tierra (MST), de Brasil, estaríamos mejor que con Felipe Calderón.

Dije “aceptando sin conceder”, porque también hubiera sido posible que con López Obrador la caracterización del gobierno hubiera sido lopezobradorista, es decir, con personalidad propia y no necesariamente equiparable a paradigmas inventados por aquellos que siempre buscan explicaciones por analogía. ¿Lula es un modelo? ¿Chávez es un modelo? ¿Evo Morales es un modelo? ¿Por qué tendrían que serlo? Cada país tiene ciertas peculiaridades y una determinada correlación de fuerzas que fija, finalmente, los límites de estas fuerzas, sean privadas o sociales, imperialistas o gubernamentales.

Gebrim dice dos cosas dignas de ser tomadas en cuenta: 1) “el gobierno de Lula no es un gobierno represor”, y 2) en el momento actual del capitalismo, en nuestros países periféricos no es posible, como ocurrió en Europa durante la (segunda) posguerra, con los gobiernos de tipo socialdemócrata, que se hagan reformas con conquistas sociales equivalentes a las de aquella época.

El hecho de que el gobierno de Lula no sea represor y que al mismo tiempo, como también dice el representante del MST, haya provocado una “gran decepción”, tiene por lo menos dos aristas interesantes. La primera quiere decir que quienes ahora dicen que en el momento actual del capitalismo no se pueden hacer ciertas cosas que serían benéficas para los amplios sectores populares, no hicieron el mismo análisis antes. Si lo hubieran hecho no se justificaría esa “gran decepción”. La segunda contradice los “análisis” y pronósticos del subcomandante Marcos cuando dijo que, en el supuesto de que ganara López Obrador, “… la ilusión se acabaría a la hora en que se fuera viendo que nada había cambiado para los de abajo. Y entonces vendría una etapa de desánimo, desesperación y desilusión, es decir, el caldo de cultivo para el fascismo” (“Los zapatistas y la otra: los peatones de la historia”. Las cursivas son mías.) ¿Por qué esa decepción, esa desilusión, no ha sido el caldo de cultivo del fascismo en Brasil y sí lo hubiera sido en México? Quizá Marcos lo pueda explicar algún día, al igual que aquello que dijo en junio de 2005: que cuando [AMLO] gobernó el DF anidó “el huevo de la serpiente”, es decir, el nazismo, sólo visto por él en su gran sabiduría y perspicacia.

En el coloquio en memoria de Andrés Aubry, donde participó Gebrim, entre otros intelectuales (no todos de acuerdo), se señaló que los gobiernos de los países periféricos, especialmente los de América Latina, eran necesariamente débiles o vulnerables ante la potencia del imperio estadunidense, es decir, que aunque quisieran hacer grandes reformas tendrían que tomar en cuenta esa fuerza externa que, ostensiblemente, ha metido las manos en la región (Cuba y Venezuela son los mejores ejemplos). No hablo aquí de los gobiernos seguidores tardíos del Consenso de Washington y de la Ley Patriótica de Estados Unidos, y que quieren ser más papistas que el Papa, como el de Calderón en México. Lo que quisieron decir, y lo dice con claridad el representante del MST, es que hacen lo que pueden, y esto si quieren, porque no todos quieren hacer reformas a favor de la población mayoritaria de sus países.

Francois Houtart señaló en el coloquio mencionado algo que me parece muy importante. “Fue probablemente duro –dijo–, pero sabio, […] apoyar a Lula en Brasil a pesar de su política interior socialdemócrata, o en Nicaragua de votar [por] el Frente Sandinista a pesar de sus defectos institucionales y de las deficiencias de varios de sus líderes. Se trataba de impedir alternativas de derecha con graves consecuencias, tanto internas como para la nueva integración latinoamericana. Con todo respeto (¿al EZLN y la otra campaña?), uno podría preguntarse si en México un razonamiento similar no habría podido evitar una presidencia aún ilegítima, de derecha dura y entreguista”(http://enlacezapatista.ezln.org.mx/comision-sexta/857/). En mi interpretación lo dicho por Houtart es una crítica a los movimientos antisistémicos o que se autodenominan así y que en México llamaron a la abstención, al voto nulo y que dirigieron sus baterías contra López Obrador y el PRD de manera tan obsesiva como torpe. El ultraizquierdismo mexicano vive en el voluntarismo de sus dirigentes cada vez más aislados (de la gente y de la realidad), al igual que en Venezuela, donde el autodenominado Secretariado Internacional de la Unidad Internacional de los Trabajadores-Cuarta Internacional (los epígonos de Nahuel Moreno) llegó a declarar el 7 de diciembre que “perdió el gobierno de Chávez, no el proceso revolucionario” y que su gobierno favorece “a la derecha pro yanqui, por sus políticas de conciliación y de negociación con la burguesía”. Sólo les faltó decir que en el gobierno de Chávez anida el “huevo de la serpiente” (quizá no vieron la película de Bergman del mismo nombre).

Los compañeros del MST han tenido la virtud de combinar la lucha desde abajo y con los de abajo al mismo tiempo que han tenido la suficiente flexibilidad para ubicarse en una realidad que, pese a su creciente desprestigio, sigue vigente: la política de los de arriba y los partidos políticos electorales que, por fuerza, no pueden ser radicales ni excluyentes (si quieren permanecer como tales). Lo tienen muy claro, aspiran a tomar el poder, conquistar el Estado, pero saben que primero tienen que construir el poder popular (un doble poder, diría Salama), nuevas estructuras y ciertas condiciones que todavía no existen. Si es cierta mi interpretación sobre el MST, no es exactamente antisistémico y en el último Foro Social Mundial en Porto Alegre fueron de los muy pocos que plantearon sin ambages que su lucha era por el socialismo y no sólo por “otro mundo posible” sin decirnos, deliberadamente, cuál.

 
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