Usted está aquí: jueves 13 de diciembre de 2007 Espectáculos Fiel a sus orígenes, Bruce Springsteen echó chispas musicales en Madrid

Junto con su vieja pandilla, comenzó la parte europea de su gira mundial

Fiel a sus orígenes, Bruce Springsteen echó chispas musicales en Madrid

Estalló en escena con el tema que abre Radio nowhere, cedé que volvió a reunir a la banda

El Jefe es aún un hombre con la ropa en llamas, que usa botas de obrero siderúrgico de los 50

Phil Hogan (The Guardian)

Ampliar la imagen Bruce Springsteen, Steve van Zandt y la E Street Band, durante su presentación del pasado 10 de diciembre en Estocolmo, otro de los puntos de su gira Bruce Springsteen, Steve van Zandt y la E Street Band, durante su presentación del pasado 10 de diciembre en Estocolmo, otro de los puntos de su gira Foto: Ap

Madrid, diciembre. Son pasadas las 21:50 horas. Estoy sentado comiéndome una versión española de un hot dog, mientras espero a que Bruce Springsteen y su vieja pandilla –reunidos por primera vez en cinco años con un nuevo álbum– comiencen la parte europea de su gira mundial, aquí en el Palacio de los Deportes en Madrid. Llevan casi una hora de retraso, pero, como se sabe, nadie en este pueblo se va a la cama hasta que es hora de levantarse de nuevo, y este público, una vasta muchedumbre futbolera –que ruge ante cada destello de luz en el escenario, como perros ladrando a los aviones– parece feliz nomás de estar en este edificio.

Hay mucho amor aquí y no sólo emana de los vendedores de seguros de mediana edad. No, veo por ahí merodeando a veinteañeros y treintañeros en fachas gringas y hasta un grupo de ruidosas adolescentes güeras. La persona más vieja que veo es a Martin Scorsese, entre fornidos acompañantes, dos asientos frente a mi. El peso de la anticipación es enorme.

Fugas y romance

Desearía, sin embargo, haber visto a Springsteen en 1975, cuando yo era joven y me apantallaban los emocionantes escenarios de Bruce, con Chevrolets tronados y autopistas repletas de héroes rotos, de fugas y romance, de pronto sintiéndome vivo ante el presentimiento de quizá conseguir una chica que caminara conmigo en la cuerda floja, y ajustar sus manos sobre mi motor. Es verdad, la sucursal de Leeds, del Nacional Tyre Service (donde trabajaba en la oficina), estaba lejos de New Jersey, pero ¿quién podía saber si yo no estaba también destinado a correr?*

Me quedé con Springsteen durante el siguiente par de LP, inclusive me gustó el triste Nebraska. Pero no pude animarme a cantar su himno de rescate Born in the USA (generalmente malinterpretado como un nuevo himno de batalla de la república). Y, ¿qué estaba pensando Bruce cuando subió a la joven Courteney Cox al escenario a hacer un bailecito de pata de palo en ese video de Dancing in the dark, en 1984? Para algunos de nosotros, al volverse gigante, se volvió pequeño.

Pero eso era entonces. En años recientes, un Springsteen más serio se ha retraído, confinándose a aventuras acústicas folk. El sombrío Devils and dust (2005) tenía unas buenas cosas rasposas para un iPod, luego, el año pasado, grabó con The Seeger Sessions Band y salió de gira, soltando viejas canciones folk, country e himnos de derechos civiles en banjos, acordeones, violines y silbatos irlandeses. Springsteen, al abrazar aquella época de protesta, más pura, menos cínica (mezclando cosas como We shall overcome con nuevas versiones sepia de sus propias canciones), ¿buscaba algo que tuviera un mensaje político más auténtico?

Aquellos que quizá también percibieron un digno retiro del frente del rocanrol, se habrán sorprendido con su nuevo y deslumbrante álbum, Magic, un regreso al eco y trueno de guitarras masificadas, metales y torbellinescos teclados, que se convirtieron en los años 70 y 80 en el sonido característico de Springsteen del corazón estadunidense. Pero si bien las canciones aún tocan los familiares temas laborales, de amor, lucha y fuga, hay un oficio más maduro que ilumina su propósito como un ciudadano global, sin que todos tengan que darle puñetazos al aire.

Son estas canciones, más que las clásicas, las que no he podido sacarme de la cabeza desde que llegué. Y no soy el único. Cuando Springsteen y la banda estalla en escena con la pieza que abre el álbum, Radio nowhere –una chingona canción con un riff con tintineo árabe– parece que todo el público se sabe la letra (“Hay alguien vivo allá afuera…”).

Frenético como siempre

“Hola Madrid”, vocifera Bruce. “¿Hay alguien en casa allá fuera?” No espera la respuesta obvia, y se lanza a No surrender –adoptado como canción de batalla en la fracasada campaña de John Kerry en 2004– y luego Lonesome day, de The Rising. Springsteen está tan frenético como siempre. A estas alturas, nadie espera que se deslice sobre sus rodillas por el escenario, pero aún es un hombre con la ropa en llamas, corriendo del pilar al poste, intercambiando frases de guitarra con Miami Steve van Zandt (mejor conocido, cosa bizarra en estas circunstancias, como Sil, de Los Soprano) o merodeando con Big Clarence Clemons en el saxofón tenor, o corriendo hacia el público y dándole duro a su guitarra a centímetros de las manos estiradas de las masas alzadas hacia él. Inclusive el más contemplativo interludio de Magic (“Confía en nada de lo que escuchas, y en menos de lo que ves”) echa chispas con la energía contenida, mientras le sisea a la audiencia para que mantenga bajo el volúmen –un momento que recuerda un incidente en tiempos recientes durante uno de los shows acústicos, cuando sacó a alguien por usar su celular. No le llaman El Jefe en balde. Todos están de pie.

Springsteen tiene la apariencia de alguien que envejece bien, recompensado, quizá, por mantenerse fiel a sus orígenes y a su llamado. Aún se viste como un obrero siderúrgico de los años 50; aún tiene el cabello de alguien a quien le gusta forcejear con perros; se ha resistido a la tentación de los dientes de Hollywood. El mechón de la barba waitsiana bajo el labio nos recuerda sus recientes coqueteos con las clases del ‘no-rock’. Pero esta es un noche de obreros, y nadie hace que el entretenimiento se parezca tanto a un trabajo manual. Los ocho E Streeters impresionan: las guitarras que aúllan, de Nils Lofgren; las entregas alegres de piano, de Roy Bittan; el fresco swing y golpeteo de Max Weinberg en la batería. Y Springsteen ama a estos tipos, animándolos a improbables clímaxes, como alguien que apostó todo a un caballo. Su compenetración con Miami Steve parece especialmente cálida, mientras comparten el micrófono. ¿Alguna vez dos hombres llegaron a estar tan cerca sin haber intercambiado fluidos orales?

Escalofriantes aullidos de la armónica

Su labor en Reason to believe –Van Zandt tocando una guitarra blanca Teardrop contra el repiquetear de un tambor. Springsteen induciendo escalofriantes aullidos de su armónica (¿tiene un animal allá dentro?)– es poderoso y conmovedor, pero no ordeña los aplausos, transita casi impacientemente a Darkness at the edge of town. Clemmons sale a escena para tocar un abrasante saxofón en She’s the one, actualmente mi favorita del cedé. Sale sobrando decir que todos estos españoles ya se saben la letra (“No te preocupes, cariño, oye, no te enfades, estamos viviendo en el futuro, nada de esto ha ocurrido aún”). Bruce conduce el canto, luego corre por la pasarela en la parte trasera para visitar a la gente que sólo puede ver su nuca. “¡Madrid! ¡Fantástico!”, grita, y luego lee un poco halagador mensaje en español acerca de Estados Unidos de cara a Irak. Le sigue el hermoso, elegíaco Girls in their summer clothes, mi otro favorito. Esta noche, más de un tercio de las canciones vienen en su nuevo álbum. Este no es un show de grandes éxitos.

Claro que canta Thunder road y Born to run. Ambos más inyectados de combustible y cromados de lo que uno hubiera pensado posible. A estas alturas todo el lugar está bañado en luz, quizá nomás para presenciar cómo se ve, de verdad, un océano de ondulantes brazos. Asombroso, es la respuesta, con secciones de la muchedumbre atraídas como bancos de pecesillos hacia el escenario cuando él se acerca, retrayéndose cuando se aleja. Scorsese también se está moviendo, quizá para alcanzar el último camión.

Bruce culmina con una canción del álbum de Seeger, American land, un jovial jig inmigrante, con acordeones y violín, una canción de esperanza y oportunidad, pero también de traición y desilusión. Esta noche, sin embargo, mostró el don de hacer que todo parezca posible.

*El reportero juega con frases de canciones de Springsteen. N de la T.

© Guardian News & Media 2007.

Traducción: Tania Molina Ramírez

 
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