Usted está aquí: lunes 19 de noviembre de 2007 Política Ciudad Perdida

Ciudad Perdida

Miguel Angel Velázquez
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Mandoki y los días que aún estremecen a México

El silencio oscuro de la sala se rasgaba conforme transcurrían las escenas, a punta de suspiros y resuellos; de voces altas, casi gritos, que juzgaban con una mentada, con el clásico “¡qué poca madre!”, el relato de Luis Mandoki, sobre el fraude electoral que privó al país de un cambio que si no peor, si no mejor, seguramente sería más justo.

La sala estaba casi llena, las resistencias parecían por fin rotas. El nombre de la cinta Fraude: México 2006 estaba en el listín de la marquesina, los boletos que se compraban en la taquilla señalaban con precisión la sala y la hora en la que exhibe el filme, y la gente obtenía, con cierta facilidad, información completa sobre la película.

Eso es casi increíble, pero más, mucho más, la respuesta de la gente que al final –cuando aparecen en la pantalla los últimos datos sobre el fraude–, aún con la oscuridad encima, estalló en aplausos que aprobaban el trabajo del cineasta.

Durante la hora y pico de duración, las apariciones de Vicente Fox se coreaban con carcajadas de burla e insultos, equiparables sólo con los que se proferían hacia Felipe Calderón, o hacia algunos conductores de televisión, que si hace más de un año se miraban parciales en favor del poder, ahora, en retrospectiva, provocaban una lista interminable de calificativos, bastante negativos.

Y luego la luz que descubría los ojos enrojecidos, los puños cerrados, las mandíbulas apretadas, y el grito: “es un honor...” y el clásico: “no estás solo, no estás solo” que se columpiaba entre los aplausos prolongados, como hace mucho tiempo –cuando menos nosotros– no habíamos escuchado en las salas de cine.

En el corredor de salida, los comentarios, que no esperaban al café o la cena, medían el éxito de la película, y los más iban por la valentía del director, y la causa justa que defiende López Obrador. No fueron muchos, quizá un par de señores, vestían la camiseta amarilla con leyendas sobre la presidencia legítima: “Yo te Amlo, por eso defiendo mi voto” se leía en la espalda de uno de ellos.

Habían estado en el Zócalo –la misma camiseta, era una prueba irrefutable de que allí estuvieron–, donde Andrés Manuel refrendó su compromiso en defensa de los recursos energéticos del país, y prometió seguir la lucha para impedir el alza irracional de los precios que acarreará el gasolinazo que se pondrá en marcha al iniciar el próximo año.

La siguiente función no tardará. A las puertas de la sala ya se empieza a formar la gente que no quiere olvidar, porque el que olvida no aprende, y busca, además, refrendar su postura con los argumentos que exhibe Mandoki, en esa edición casi perfecta, de aquellos días que aún estremecen a México.

De Pasadita

Desde la Catedral sonaron las campanas con las que se quiso acallar la voz de la señora Rosario Ibarra de Piedra, ayer, durante el primer informe del presidente legítimo, y para la gente eso fue una provocación, manejada por quien da órdenes en esa iglesia.

A partir de ya, el escándalo escalará los tiempos de radio y televisión, y, desde luego, se condenará el hecho como un insulto a los fieles de la religión mayoritaria en el país, de aquello que pareció una provocación, seguramente nadie dirá nada, o bien se argumentará alguna de esa razones infames para justificarla, pero lo cierto es que quien exige respeto debe empezar por otorgarlo, o qué, ¿eso no es de buenos cristianos?

 
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