Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de octubre de 2007 Num: 660

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

El filósofo de la seducción
JUAN E. FERNÁNDEZ ROMAR

Carta al cónsul de Chile

Generación NN: poetas chilenos durante la dictadura militar
FABIÁN MUÑOZ

Dos poemas
E.E. CUMMINGS

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Columnas:
Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

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Carta al cónsul de Chile

Ciudad de México, 23 de septiembre de 2007

Respetable cónsul de Chile en México:

Se preguntará por qué lo escojo fortuitamente como interlocutor de estas cartas. Lo hago porque ocupa el lugar de un representante del Estado chileno. Como no puedo dirigirme en actitud de interpelación al Estado abstracto, cuyo rostro no se atisba más allá de su carácter privado, paradoja demencial de nuestro tiempo, lo hago en la tribuna que la vida me ofrece: la de un dignatario y delegado de ese Estado en mi país de exilio.

Se trata de un representante que además es persona y tiene la elegida obligación, posibilidad e inclusive oportunidad de entrar en contacto con una comunidad singular de sus coterráneos que subsiste en “otro” territorio y cuya experiencia y significado humano no puede reducirse a uno, como tampoco su reconstrucción de los recuerdos históricos. Ese rescate de los “hechos” históricos por lo demás no es posible como tarea absoluta; trabaja con material reminiscente y peligroso. La disparidad en la oralidad dicha o muda de los chilenos se multiplica en la experiencia cotidiana, en la vida de todos los días, en esta ciudad sin confines. Y también en la cordial provincia mexicana que, le aseguro, incluye atardeceres muy íngrimos para los chilenos que allí alzaron sus casas.

Hay un aspecto y un espectro de monumento derrumbado que debe haber usted notado en instantes de recepción sensible. Un universo deshilachado que contiene un poco de todo, aun riquezas inconmensurables mediante las cuales una comunidad defiende un patrimonio disperso. Nos interceptan el camino fracciones diminutas de relatos desintegrados en torno a un tópico infinito que no agota la totalidad de los sentidos desintegrados. Incluye a los que nacimos con los símbolos rotos, los que nacimos y sobrevivimos en los bordes accidentados de las identidades. Es inútil consignar la inconmensurable variedad de formas y sustancias de los recuerdos y el duelo. La mayoría de nosotros, empujados por la biología a sobrevivir, nos hemos fabricado una existencia. Con las magníficas artesanías del inconsciente es posible allegarse a una cierta “felicidad de duelo”, un estado de tortuoso deleite por el dulce combate del vivir. Aun el que está más pobre puede encontrar el esplendor de la vida bajo el manto oscuro de su pobreza. Muchos chilenos del exilio, condición existencial por sobre cualquier otra disquisición, hemos construido una fisiología aceptable para nuestras vidas. Sabemos por demás que no existe esa “otra parte”. En nuestros cuerpos persiste la ausencia de “lo único”. Ese único muerto no deja dormir a la ciudad, escribió De Certeau, refiriéndose a una época clásica en que tuvo lugar el nacimiento de la amnistía como forma de conjurar el duelo.


11 de septiembre 1973,
La Moneda bombardeada

¿Qué es lo que queda? ¿Qué subsiste en el alma contestataria? El idioma y los significados compartidos. No me refiero a la lengua castellana, sino a lo idiomático, los ruidos, murmullos, sonidos, connotaciones, incluidos los clasismos y racismos que pululan en nuestro hablar común, los estigmas que contaminan con lenguajes bárbaros el discurso impoluto de la Concertación. Algo está en el aire, lo percibí en la festividad chilena del 18 de septiembre en la casa cultural Jaime Sabines. Lo había palpado con impronta total en el sepelio de Álvaro Poblete, amigo entrañable y camarada de mir , nombre tan difícil de pronunciar sin tumultos emocionales. Más acá de la teoría, su caso ejemplifica la desafiliación. Álvaro trabajó varios años en el sector cultural del gobierno federal en un escalafón modesto. El último tiempo, a causa de una cruel enfermedad, no pudo ofrecer plenamente los frutos de su trabajo. Cuánto tiempo sin embargo y en qué cantidad brindó cualidades sustanciales a manos llenas, a la faena cultural mexicana, a la gente y las causas, a los amigos. Es muy difícil apalabrar esta muerte que a todos nos pertenece. Los mínimos derechos de Álvaro fueron inobservados. Como sucede con centenares de “despojos” de la dictadura chilena removidos por la desidia inconmovible de un Estado ausentista e irresponsable. No hubo poder soberano que tomara compromiso. Álvaro no gozó de previsión de ningún tipo, ni de indemnización postlaboral en México. Se le privó de pasaporte chileno en avanzada época del gobierno de Bachelet sin ser sometido a proceso en un tribunal establecido. No alcanzó la garantía más digna: morir en su propia tierra. Una reflexión más sobre la fiesta dieciochesca: una sensación tumultuosa se colaba en el aire de las conversaciones y turbaciones de los abrazos. Trascendía con mucho las puras oralidades de paisanaje. No hay cura emocional posible sin pasar por el desgarro. Es indispensable llegar hasta la cloaca de las cosas, rastrear los estercoleros que rodean los centros discursivo-monumentales de la Historia. Descubrir el resplandor que emana de la basura, de lo que quedó, de ese pisoteo amargo vivido en Chile desde 1973 hasta la fecha. El valor adicional e ilimitado de estos deshechos chilenos es lo que nos permite, echando mano de la extraordinaria inventiva humana, realizar injertos para crear otra cosa, una nueva apuesta. La argamasa que pega todo no será otra que los principios morales, ideales de vida y memoria de las víctimas para la restitución de lo justo. Que nunca ocurrirá en el caso de Chile, porque los muertos no se pueden reponer ni se les puede restituir la dignidad mirándolos. Queda el derecho a un juicio justo para los culpables vivos que llevan hoy apacibles vidas sin ser molestados, y el repudio nacional veraz. Hay un justo castigo indispensable para asentar la lección moral que restaura el tejido colectivo y rehumaniza. Tañen estas líneas con ingenuidad pavorosa. Contrastan penosamente con la timorata complejidad analítica que legitima los procesos concertacionarios. Esa no es mi disputa, ni la de muchos. El que calla otorga. Un Estado no criminal no debe solapar el olvido de las víctimas: Si retiramos la mirada del dolor de las víctimas dejamos de alimentar el pensamiento que nutre la verdadera ética. *

Agradezco su desprendida lectura de esta carta y reciba un cordial saludo:

Rossana Cassigoli Salamon

* José María Mardones y Reyes Mate, Introducción,
La ética ante las víctimas , Anthropos, España, 2003.