Usted está aquí: domingo 23 de septiembre de 2007 Cultura El premio Juan Rulfo a Fernando del Paso

Elena Poniatowska/ I

El premio Juan Rulfo a Fernando del Paso

Ampliar la imagen El escritor Fernando del Paso, en marzo de 2004 El escritor Fernando del Paso, en marzo de 2004 Foto: José Carlo González

El 3 de septiembre pasado nos enteramos con alegría que Fernando del Paso fue designado ganador del premio conocido como Juan Rulfo de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara. Novelista, dramaturgo, dibujante, poeta, ensayista, innovador, enciclopedista, amante del lenguaje, explorador de nuevas formas de escritura, ex publicista y ex periodista radiofónico de la BBC de Londres y actual director de la Biblioteca Octavio Paz de Guadalajara.

Las páginas de José Trigo, Palinuro de México, Noticias del Imperio y Linda 67, improvisaron danzas que sólo ellas podían bailar porque Del Paso es un investigador de recursos literarios, un escritor que no se parece a ningún otro, ya que se caracteriza por su exhaustiva investigación y por ser un creador de nuevas formas literarias, como las de su asombroso José Trigo y Noticias del Imperio, devorada por los lectores.

Fernando del Paso fue temerario y desde joven siempre aceptó el reto. Se lanzó a hacer lo que nadie. Recuerdo que a mi madre le escandalizaron los monólogos delirantes de Carlota, mientras que a mí me llamó muchísimo la atención Palinuro de México, el cual podría ser una autobiografía del propio Del Paso (él lo considera su libro favorito).

En la recién fundada Siglo XXI Editores, Fernando del Paso resultó ser un fenómeno que Arnaldo Orfila Reynal, gran editor, celebró con entusiasmo. José Trigo inauguró la colección La Creación Literaria y todos los fundadores de la editorial, desde Jesús Silva Herzog hasta Guillermo Haro y Pablo González Casanova, lo felicitaron encantados. Se iniciaba con él una nueva etapa de la literatura mexicana y a pesar de que algunos dijeron que era una novela casi inaccesible, constituyó el gran aporte literario del año.

El próximo 24 de noviembre, Del Paso recibirá el premio (consistente en cien mil dólares) en la FIL de Guadalajara.

Tengo muchas cuartillas escritas sobre Fernando del Paso, una entrevista de 60 páginas, pero ahora quisiera hablar de una faceta suya desconocida, la de Fernando del Paso diplomático. Su gran amor al savoir faire, su devoción por la palabra exacta, su universalidad, lo encaminaban hacia las tareas versallescas en las que resulta indispensable saber que el mejor caviar es el Beluga y la mejor champaña el Bollinger r.p. 82.

Fernando del Paso empezó a causar sensación en Londres y en París, no sólo porque sabía que una ensalada perigourdine y una cocotte de ternera aux fines herbes ameritan un Château Lafleur Petrus 82, sino porque los invitados a la sede diplomática mexicana se preguntaban cómo llegaría vestido el señor cónsul, cuál sería su atuendo para el día de hoy:

–Te apuesto que con un traje color borgoña.

–No, de pistache, el pistache le sienta muy bien.

–A mí me gustan sus trajes más severos –grises, azul marino– porque los acompaña con unas corbatas maravillosas de brocado de la Place Vendôme, cuando no de Bernini y Van Laack.

Era cierto, qué digo, es cierto, si en Londres y en París sus trajes eran tan elegantes que parecían recién salidos de las manos de los mejores sastres de Milán y Saville Row, en México, Fernando del Paso suele hacer apariciones incendiarias con sus camisas abiertas al sol, que estallan cual flamboyanes, aves del paraíso o frondosas buganvilias que recuerdan al rosa Tamayo. Acostumbra recurrir a los azules que se caen de morados, como los llamó Carlos Pellicer, los verdes que te quiero verde, los amarillos de copa de oro y el lila de las jacarandas que florean en marzo. Como una inmensa flor, Fernando del Paso levanta su corola hacia los primeros rayos de la mañana y se renueva en la noche. “Se ve muy bien con una camisa color lavanda haciendo juego con un pantalón de casimir gris perla” –asegura su secretaria.

A mi casa llegó con una camisa anaranjada, un pantalón blanco, zapatos negros perfectamente boleados, calcetines también negros, que acentuaban la finura de sus tobillos. Quizá me habría yo inclinado por zapatos blancos para hacer juego con el pantalón, pero no tomé en cuenta que también el pelo blanco de Del Paso hacía juego con el pantalón y, por tanto, los zapatos y calcetines negros no eran un pelo en la sopa. También de sopas sabe Fernando del Paso, de la de tortuga y la de corazón de alcachofas, del reconfortante minestrone y del borsh eslavo que calienta el alma en los días de invierno o que, helada, la refresca en las tardes tórridas del verano.

¿Cómo vistieron a Fernando del Paso en la cuna? Al levantar el velo de tul que ahuyenta a los moscos y los malos espíritus, apareció ante el concilio de hadas madrinas un bebé rosa y blanco acostadito en sábanas de batista, su redonda cabeza sobre pequeñas almohadas forradas de blondas y encajes. Ninguna bruja pudo ejercer maleficio alguno, al contrario, los dones fueron abundantes porque el niño Fernando nació en la cama de su madre y, la verdad, pocos pueden presumir de algo semejante, ya que ahora, todos nacemos en medio de la despiadada frialdad de un quirófano.

Además, la cama materna era de latón y doña Irene pudo agarrarse de los barrotes para soportar los espantosos dolores de dar a luz a un niño tan lleno de palabras, el autor que habría de emular a Joyce y a Flaubert y concentrar el esfuerzo de toda una vida en tres libros fundamentales: José Trigo (1966), Palinuro de México (1977) y Noticias del Imperio (1987). En ellos, Del Paso busca agotar las posibilidades del lenguaje, un viejo mito que también Goethe y Cervantes quisieron abarcar. No le basta una palabra: el mundo es infinito y cada cosa tiene irremediablemente un solo nombre, pero Fernando quiere que tengan más y a cada una le amarra una suntuosa cauda de palabras que parece no tener fin. ¿Cometas, papalotes? Mapa de la Vía Láctea el cuerpo del libro, José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio crecen geométricamente, multiplican lo simple, están vivas y el escritor las coloca en el papel sin que éstas se petrifiquen. Que el idioma fluya como el agua de los ríos es el reto del escritor; conseguir que una palabra conduzca a la otra es el triunfo de Del Paso, porque de su vientre y del vientre de cada una de ellas se genera la que le sigue: cada una contiene todas las demás.

Tras el niño Fernando se erguían no sólo la casa de la calle de Orizaba 150, que recrea en Palinuro de México, sino los castillitos traídos por don Porfirio a la colonia Roma y todos los castillos en que Del Paso habría de habitar: Schonbrunn, Miramar, Chapultepec, Bouchout, cuyos pasillos y salas de trono contemplamos en su prosa barroca. Su abuelo materno, José Morante Villarreal, era un hombre muy gordo que nació en Bagdad. Del Paso lo identificaba con Harún Al Rashid.

En realidad, Bagdad fue un pueblecito de Tamaulipas que apareció durante el auge petrolero sólo para que el abuelo pudiera confundirse para el niño con un personaje de Las mil y una noches.

Morante Villarreal comenzó como peón de vía en Ferrocarriles Nacionales y se hizo político, llegó a presidente municipal de San Ángel, senador, presidente de la Cámara de Senadores y gobernador interino de Tamaulipas. Muy despilfarrador, gastó todo el dinero de la familia, salvo esa casa de Orizaba 150, lugar de nacimiento del escritor que Edmundo Valadés y Agustín Ramos consideran como el mejor prosista mexicano de todos los tiempos.

Fernando del Paso fue hijo único hasta los siete años de edad cuando nació su hermana Irene, ella sí en la maternidad. Estudió en el colegio Benito Juárez, que tenía fama de ser la mejor primaria de la ciudad de México. En ella estuvieron José López Portillo y José Luis Cuevas. A Fernando lo inscribieron después en la Secundaria 14, en la antigua cárcel de Belén, cuando todos sus compañeros iban a una en la avenida Chapultepec:

“Fui muy infeliz en los primeros meses, después ya no porque a esa edad nunca se es totalmente infeliz.”

Su adolescencia en la colonia de los Doctores ¿influyó en su deseo de ser médico? ¿se soñó otro Claudio Bernard? ¿otro Rafael Lucio?

“Yo quería ser médico militar, siendo antimilitarista como soy, porque la Médico Militar es la mejor de México.”

Pero conoció a Socorro Eduviges Estefanía Carlota y “con el corazón atravesado por una flecha” decidió abandonar la medicina porque la carrera es muy exigente. El amor de Socorro Eduviges Estefanía Carlota era mejor que cualquier hospital. Después de un largo noviazgo, a la antigüita, Fernando se casó y entró a trabajar en publicidad y a estudiar economía en las noches.

“Me decidí por la economía simplemente porque los economistas tenían muy buenos salarios, pero cuando empecé a trabajar en la publicidad me di cuenta que podía ganar tanto o más que un economista.”

Del Paso trabajó durante 14 años como copywriter en las sucursales mexicanas de las grandes agencias de publicidad de Madison Avenue, como Walter Thompson y Young and Rubicam. Idear campañas para toda clase de productos, desde pastas de dientes y ginebras hasta plumas fuente y alimentos para gallinas significó, para él, “una gimnasia diaria del lenguaje y la imaginación”.

Fue durante su época de publicista, que Del Paso realizó una de sus grandes hazañas: en una novillada, y como antes lo había hecho su padre de joven, actuó como Tancredo. Esto es:

“Todo vestido de blanco, todo parado en un banco, estaba yo en el centro del ruedo cuando abrieron los toriles y salió de ellos el animal más grande y babeante que he visto en mi vida, y que, gracias a que me confundió con un poste, ya que yo me paralicé del terror, pasó a sólo unos milímetros de mí...”

En un momento dado –allá por los años 60– en una agencia, de la que era jefe Jimmy Stanton –un gringo muy mexicano, un mexicano muy gringo–se reunieron varias luminarias: Álvaro Mutis, Arturo Ripstein, Jorge Fons, María Luisa La China Mendoza; Eugenia Caso, la hija de don Alfonso, el descubridor de la tumba siete de Monte Albán, Chaneca Maldonado, brazo derecho de Stanton, y el mismo Fernando del Paso, jefe de redactores. Aquello fue un semillero fantástico de ingenios entre quienes sobresalía Gabriel García Márquez, quien trabajaba en la agencia como free lance.

“Me gustó mucho ser publicista, aunque resultó angustioso también porque uno se llevaba el trabajo a la casa cuando las ideas no salían y había una fecha límite de entrega, un dead line sagrado. Cada nueva idea era un reto para la imaginación. Lo malo es que los fines eran bastardos, ¿no?, para vender productos.”

 
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