Usted está aquí: martes 21 de agosto de 2007 Cultura Itacate

Itacate

Cristina Barros , Marco Buenrostro
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Café de Uruapan

Los caminos de entrada del café fueron distintos en México. La mayor parte de los sembradíos y huertos del aromático provienen de granos de matas adaptadas en Europa y en las islas del Caribe y Centroamérica.

En el caso de Michoacán, el general Mariano Michelena –quien participó con Hidalgo en la gestación de la Independencia de México– llevó unos granos de café desde el puerto de Moka, en Arabia, a su casa en Morelia. Más tarde trasladó las matas a su hacienda llamada La Parota, en las fértiles tierras de la planicie de Urecho.

Lo curioso es que, de acuerdo con el historiador Eduardo Ruiz, muy poca gente entonces tenía consciencia del uso de las semillas del cafeto y de las posibilidades económicas de su cultivo; de hecho, al ser los árboles tan bellos y elegantes, “de algunas poblaciones enviaron por cafetos para el adorno de patios y aun de las mismas huertas”. Es así como el café llegó a Tacámbaro y Taretan, así como a Los Reyes y al estado de Colima.

En su interesante libro Breve historia del café en Michoacán, que llegó a nosotros gracias a nuestro generoso amigo Filiberto Vargas Tentori, Gerardo Sánchez Díaz reseña cómo llegó el café a Uruapan.

Fue el señor Manuel Farías, quien en 1840 sembró ahí cerca de 400 matas, de las que sólo se lograron unas decenas. Sin embargo, 20 años después ya se cosechaban en los huertos de Uruapan hasta 100 arrobas de buen café, esto es, más de mil kilos. En 1876 el café de Uruapan obtuvo un premio internacional por su calidad y buen sabor, y muchos historiadores, escritores y viajeros lo alabaron en algún momento. Entre otros, William Bullock (Seis meses de residencia y viajes en México) y José Martí.

En una carta a Manuel Mercado, dice el cubano: “Cuando oigo decir Uruapan me parece que oigo hablar de un país en el que estuve o de cosa que fue mía. Y daría algo que valiese la pena por tener cerca de mi un paisaje de Uruapan: un río cargado de frutas, un monte espeso como esmeraldas húmedas, una taza de café, cielo puro”.

Para finales del siglo XIX, el café estaba tan arraigado en Michoacán que en su Manual de cocina michoacana, Vicenta Torres de Rubio recomienda que se siembre café, ajonjolí y arroz en los llanos de Antúnez. También da la receta de una delicada crema. Para prepararla se hace un poco de café, ”que no sea precisamente extracto, sino café para tomarse, es decir, un tanto delgado”. Se le añade medio litro de leche “acabada de ordeñar”, hasta que se reduzca a dos terceras partes, siempre meneando “para evitar siniestros”.

Se deja enfriar. En un cazo hondo se ponen cinco yemas de huevo; se les mezcla una cucharada de “harina flor” y poco a poco se les agrega el café con la leche. Esto se pone a cocer a baño María hasta que tome punto de crema.

Actualmente se ha reducido el cultivo de café, aunque es muy apreciado. En Uruapan, Tingamabato, Ziracuaretiro, Tancítaro, Tingüindín, Periban y Tacámbaro es asociado al del aguacate.

 
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