Usted está aquí: viernes 29 de junio de 2007 Cultura Documentan cómo una casona porfiriana devino hábitat de Frida

Tesoros de la Casa Azul

Beatriz Scharrer comparte la historia que escribe sobre el inmueble con La Jornada

Documentan cómo una casona porfiriana devino hábitat de Frida

Kahlo y Rivera la transformaron en una pieza de arte “netamente mexicano”, dice la experta

“quí se siente la energía invertida por ambos y su mundo que sigue impresionando”

MONICA MATEOS-VEGA

Ampliar la imagen Cuando Frida pintó su árbol genealógico en 1936, se dibujó niña en el patio de su casa, cuyas paredes pintó de azul, aunque en ese entonces no estaban así. En la parte inferior de la reproducción del cuadro, se observa el croquis de la casona trazado por la artista, recientemente descubierto en sus archivos privados Foto: Cristina Rodríguez

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Ampliar la imagen Cuando Frida pintó su árbol genealógico en 1936, se dibujó niña en el patio de su casa, cuyas paredes pintó de azul, aunque en ese entonces no estaban así. En la parte inferior de la reproducción del cuadro, se observa el croquis de la casona trazado por la artista, recientemente descubierto en sus archivos privados

Ampliar la imagen Detalle del croquis de la Casa Azul (imagen de arriba) hecho por Frida, donde plasmó las figuras de sus compañeros inseparables: tres perros, algunos gatos, varias aves, un mono, una tortuga, y a modo de broma, un pez y una jirafa. Abajo de estas líneas, a la izquierda, la hoz y el martillo, símbolo revolucionario que Diego Rivera perpetuó en uno de los techos del inmueble, justo debajo del estudio de Kahlo, que para algunos visitantes pasa inadvertido porque no dirigen la mirada hacia arriba. En la siguiente fotografía, detalle del patio según el plano hecho por la pintora, en el cual se pueden observar el tendedero para la ropa, el lavadero, el taller de Diego, el baño para la servidumbre y las plantas del jardín (cactus, membrillo, granada). "quí nací", escribió Frida en inglés, en ese documento para señalar el lugar exacto donde vino al mundo hace un siglo  Fotos: Detalle del croquis de la Casa Azul (imagen de arriba) hecho por Frida, donde plasmó las figuras de sus compañeros inseparables: tres perros, algunos gatos, varias aves, un mono, una tortuga, y a modo de broma, un pez y una jirafa. Abajo de estas líneas, a la izquierda, la hoz y el martillo, símbolo revolucionario que Diego Rivera perpetuó en uno de los techos del inmueble, justo debajo del estudio de Kahlo, que para algunos visitantes pasa inadvertido porque no dirigen la mirada hacia arriba. En la siguiente fotografía, detalle del patio según el plano hecho por la pintora, en el cual se pueden observar el tendedero para la ropa, el lavadero, el taller de Diego, el baño para la servidumbre y las plantas del jardín (cactus, membrillo, granada). “quí nací”, escribió Frida en inglés, en ese documento para señalar el lugar exacto donde vino al mundo hace un siglo Fotos: Foto: Cristina Rodríguez

La sobria casa porfiriana donde nació hace cien años Frida Kahlo poco tiene ya de aquel inmueble de paredes claras y conservadoras que en 1905 adquirió el fotógrafo Guillermo Kahlo para vivir con su familia.

Ahora es una bella obra arquitectónica, legada al país por Diego Rivera y la pintora, transformada por ambos en una pieza de arte “netamente mexicano”, con su toque revolucionario (la hoz y el martillo, en uno de los techos), explica a La Jornada la historiadora Beatriz Scharrer, dedicada desde hace algunos meses a escribir la historia de la Casa Azul, de Coyoacán.

El punto de partida de su investigación es un croquis de la casona, elaborado por la propia Frida, en el que con humor y espíritu infantil detalla la ubicación de cada espacio. El documento fue hallado en el llamado “archivo secreto” de los artistas, del que ha dado cuenta a detalle La Jornada.

Dibujado, primero a lápiz y luego remarcado con tinta, probablemente para calcar el plano original de autor anónimo –que también se conserva–, contiene indicaciones en inglés, “para explicarle a algún amigo en qué habitación sería hospedado. No sabemos quién era el destinatario, pues probablemente Frida nunca le dio el dibujo, pero es muy significativo”, dice la investigadora.

El color de la mexicanidad

Kahlo indica en el croquis dónde está su estudio, precisamente el cuarto que conforma la esquina de las calles de Londres y Allende; además, explica: “aquí nací”. También describe el estudio de Diego, desde la ubicación de su caballete, las sillas, los petates, los ídolos prehispánicos, las mesas.

En el jardín, pinta a los árboles de naranja, pino, chabacano y granada, las 35 macetas, los cactus, e irónica afirma: “¡No hay animales!”, pero dibuja toda una fila de sus entrañables compañeros: los perro El Nahual, La Sombra y La Burguesa (con todo y sus chichitas); un par de patos llamados Tu y Yo; el gato Monroy, el perico Cartucho, una gallina poniendo un huevo, un mono, una tortuga y, muy quitados de la pena, un pez y una jirafa.

La descripción del patio donde se tendía la ropa también es una delicia: en un mecate hay una sábana rosa (sólo pone los nombres del color), unos calzones largos verdes, un corpiño amarillo y una camiseta sin mangas violeta. En el otro lazo, más calzones, de esos con olanes, uno blanco y otro rojo, una falda rosa, un pantalón negro y unas sábanas café y naranja. Un ojo observa una blusa azul.

“Ese color era para Diego y Frida el de la mexicanidad. La casa probablemente fue blanca en un principio, pero durante la estancia de Trotski, entre 1937 y 1939, se pintó de azul, no creo que los artistas hayan querido hospedar en una casona a todas vistas porfiriana a un líder revolucionario”, dice Scharrer.

“Mi casa no es muy cómoda, pero tiene un lindo color... azul”, escribió Kahlo en el croquis. Además de los planos, la investigadora encontró en los “tesoros” de la Casa Azul imágenes que muestran las modificaciones y ampliaciones del inmueble y el terreno, así como notas que detallan cuánto pagaban los artistas por los materiales de construcción para el reacondicionamiento emprendido por Rivera, “por ejemplo, la pirámide, que en un principio tenía en la cima una palapa, costó unos 300 pesos de aquella época”.

El terreno original de la residencia era de 800 metros cuadrados. En los años 30, Rivera salvó del embargo a la casona al pagar la hipoteca que los Kahlo adeudaban y puso las escrituras del inmueble a nombre de su esposa Frida.

Después adquirió los mil 40 metros cuadrados del terreno de junto, en primera instancia, para evitar un atentado contra Trotski. Inclusive, se construyó una torre de vigilancia en la entrada principal.

Luego, con la asesoría de Juan O’Gorman construyó un estudio para Frida, con piedra volcánica, un material que lo acercaba más a la cultura del México antiguo que tanto admiraba. El estanque y las figuras montadas afuera del pequeño cuarto que hoy ocupan las oficinas, en su momento fue llamado la capilla de Tláloc.

En general, todo el jardín fue diseñado con la intención de evocar la idea de fertilidad, pues “hace alusión a la lluvia, al maíz, a elementos de la cosmogonía prehispánica. La casa museo de hoy es un lugar maravilloso, aquí se siente la energía que Frida y Diego invirtieron en este lugar, su hogar, su mundo que sigue impresionando”, concluye Sharrer.

A ocho días del centenario de Frida, la Casa Azul es un hervidero: camiones y camiones con escolares arriban, además del incesante flujo de turistas extranjeros y público nacional, así como una nube de periodistas (desde Televisa hasta la revista Hola) que desean ya recorrer la exposición Tesoros…, una parte de la cual ha sido dada a conocer por La Jornada como exclusiva para sus lectores. La muestra se abrirá el 7 de julio.

 
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