Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de junio de 2007 Num: 639

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Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Presencia de Carlos
EDUARDO MILÁN

Sin Ruth y sin Valia
NIKÓLAOS KALAS

Carta abierta a don
Paco Amighetti

RICARDO BADA

Sonata para un hombre bueno
JOSÉ MARÍA PÉREZ GAY

Nosotros te ayudamos
TOMÁS URIARTE

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Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
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Corporal
MANUEL STEPHENS

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JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


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Sonata para un hombre bueno

José María Pérez Gay


Escenas de la película La vida de los otros
(Das Leben der Anderen)

La vida de los otros (Das Leben der Anderen) el primer largometraje de Florian Henckel von Donnersmarck –director y guionista, ganador del Oscar a la Mejor Película extranjera 2007– regresa a la vida diaria de la desaparecida República Democrática Alemana (RDA). El filme se estrenó en Berlín el 23 de marzo de 2006; desde entonces ha recibido incontables premios y reconocimientos internacionales y nacionales.

Berlín Oriental, noviembre de 1984. Gerd Wiesler, capitán del Ministerio de Seguridad Nacional –abreviado por la gente como la Stasi– recibe la orden de espiar y controlar –el término en alemán es bespitzeln y en el filme lo traducen como monitorear– la vida de Georg Dreyman, conocido dramaturgo y reconocido por su lealtad al régimen de la República Democrática Alemana. Wiesler sospecha que tanta lealtad al régimen es sospechosa, pero no imagina que Bruno Hempf, el ministro de Cultura, apoya la decisión de investigar al escritor porque desea vivir con su mujer, la actriz Christa Maria Sieland, que mantiene con Hempf una forzada relación clandestina, decisiva para el destino de su carrera artística.

Si el espionaje y el control de la vida de Dreyman tienen éxito, si se encuentra algún rastro de deslealtad a la República, Anton Grubitz, coronel de la Stasi, le asegura a Wiesler una carrera llena de éxitos. Gerd Wiesler, un burócrata más del "socialismo realmente existente" –como entonces se le llamaba–, se hace a la tarea, cablea el apartamento, instala micrófonos, interviene teléfonos, lleva una bitácora de la vida del escritor, se traslada a vivir en el desván del edificio, entra a saco por la vida íntima del escritor y de la actriz, los oye hacer el amor, los sigue paso a paso, los conoce mejor que ellos mismos.

Wiesler confirma que Albert Jerska, un director de teatro amigo de Dreyman –al que se castigó con siete años de suspensión laboral (Berufsverbot) por sus comentarios contra el régimen–, se ha suicidado en la desesperanza. Unos días antes, en la fiesta de cumpleaños de Dreyman, Jerska lee algunos poemas de Bertold Brecht; al día siguiente, Wiesler entra clandestino en el apartamento del escritor, revisa como siempre la habitación y se lleva el libro de Brecht. La vida privada del capitán Wiesler no existe, se ahoga en un apartamento de interés social, entre informes burocráticos, el control de colaboradores no oficiales y prostitutas contratadas por teléfono. Al leer el poema de Brecht "Recuerdo de Marie A.", el capitán de la Stasi se estremece:

Si las nubes no hubieran estado allí.
Yo habría olvidado aquel beso hace mucho tiempo.
Las nubes las recuerdo todavía y las recordaré siempre,
Eran tan blancas y venían desde muy lejos.


Fotos de “peligrosos delincuentes barbudos” controlados por la Stasi

Después del suicidio de Albert Jerska, Georg Dreyman se convierte en un resuelto opositor al régimen del "socialismo" autoritario de Erich Honecker. El día de su cumpleaños, Jerska le regala la partitura de un estudio para piano: Sonata para un hombre bueno, cuyo título recuerda la obra de teatro de Brecht El hombre bueno de Sezuan –la historia de una prostituta que, aceptando todas las adversidades, se empeñó siempre en ayudar a los otros. Dreyman toca apasionado al piano la sonata, y Wiesler la escucha conmovido en los micrófonos que espían la vida del escritor.

Desde su guarida en el desván del edificio donde vive Dreyman –llena de cables y micrófonos– el capitán Weisler oculta los informes secretos que comprometen al escritor; "son cada vez menos interesantes, no revelan nada de su vida". El corresponsal de la acreditada revista alemana Der Spiegel le propone a Dreyman escribir un reportaje sobre la ola de suicidios en la Alemania Democrática, Dreyman acepta, y el corresponsal introduce de contrabando en la RDA una máquina de escribir –con cinta roja– que la Stasi no pueda descubrir. El reportaje se publica, el nombre del autor se desconoce, es un anónimo. La nomenclatura de la RDA enloquece con la crónica, todos se llaman a escándalo. Aunque lo sabe todo, Wiesler no interviene; antes al contrario, le brinda protección a Dreyman y, ante sus superiores, le resta importancia a la intriga. Cuando a su novia, la actriz Christa Maria Sieland, adicta a fuertes ansiolíticos, se le detiene por orden del ministro de Cultura, Hempf, y se le trasladada a la Central de la Stasi en Berlín; cuando se le somete a un interrogatorio y se le amenaza con poner fin a su carrera artística, Christa denuncia a Dreyman como autor del reportaje de la revista Der Spiegel. Sin embargo, los agentes de la Stasi no encuentran el escondite donde Dreyman guarda la máquina de escribir, y el coronel Grubitz, superior de Weisler, pone a prueba la lealtad del capitán. Weisler somete a la actriz a otro interrogatorio, ella revela el escondite de la máquina de escribir y, en ese momento, pasa a ser una colaboradora no oficial (Inoffizieller Mitarbeiter) de la Stasi.

Cuando el coronel Grubitz ordena un segundo allanamiento del apartamento de Dreyman, Weisler se adelanta y retira la máquina. Sin saber que la habían retirado, Christa no resiste el peso de su traición; sale a la calle a toda prisa, un camión la atropella y muere. Sin que sus superiores puedan probárselo, se dan cuenta de que Weisler protegió a Dreyman y lo degradan; se le traslada a los sótanos de la Stasi, donde se dedica a revisar todos los días el correo de los ciudadanos de la RDA.


Al frente Willy Brandt y detrás, de lentes obscuros Günther Guillaume

Unos cinco años después, cuando se derrumba el Muro de Berlín y Alemania se reunifica, el ex ministro Hempf se encuentra a Dreyman en un teatro y, con un cinismo interminable, le pregunta por qué hace tiempo que no publica un libro. Dreyman le pregunta a su vez por qué razón nunca lo sometieron a la vigilancia de la Stasi. Hempf contesta: "Usted estuvo siempre vigilado, día a día, palmo a palmo. Todos los contactos eléctricos de su apartamento, la red de los cables, estaban conectados a nuestra central." Dreyman, asombrado, lee después su expediente en los archivos de la Stasi y se da cuenta de que el agente HGW XX/7 –Gerd Weisler– no sólo no informaba la verdad de los acontecimientos, sino que lo protegió siempre. Una huella digital color rojo –en una acta– le revela a Dreyman que Weisler había retirado la máquina de escribir.

A principios de la década de los noventa, Dreyman localiza a Gerd Weisler que, en el nuevo Berlín, trabajaba llevando un carrito de mano y repartiendo folletos de publicidad en los buzones, una suerte de cartero venido a menos. Dos años después, cuando Weisler pasa por casualidad por una librería de Berlín ve una fotografía de Georg Dreyman, y el anuncio de su nuevo libro: Sonata para un hombre bueno. El ex capitán de la Stasi entra en la librería, compra un ejemplar y lee la dedicatoria: "Para HGW XX/7 con toda mi gratitud." El empleado de la librería le pregunta si le envuelve el libro para regalo, Weisler responde: "No, no, es para mí."

"El profesor en la Escuela de Cine de Munich nos decía que debíamos entrenar nuestra imaginación –escribe el director Florian Henckel von Donnersmarck– como Arnold Schwarzenegger sus músculos y pectorales. Cuando yo escuchaba la Appasionata o la Sonata claro de luna entendía el texto de Lenin según el cual la música era siempre superior a cualquier ideología. Me imaginé a Lenin escuchando la Appasionata y pensé que quizá, en esas circunstancias, no habría existido la Unión Soviética. Desde entonces una imagen persiguió a Von Donnermarck: ‘un hombre con audifonos que escucha música no por placer, sino porque está vigilando a un enemigo político, ¿quién es éste hombre que escucha una sonata? ¿A quién vigila? ¿Quién es vigilado? ¿Puede enamorarse de la música y olvidar al enemigo, puede ayudar al enemigo? ’ Desde ese momento vi con toda claridad el guión de La vida de los otros."


El beso de Breznev y Honecker representado en el Muro de Berlín

La vida de los otros es también un capítulo de la historia del Ministerio para la Seguridad del Estado (Ministerium für Staatssicherheit) de la RDA. A principios de febrero de 1950, la Seguridad del Estado en la Zona de Ocupación soviética de Alemania se había establecido sobre los cimientos de dos organizaciones policíacas que le precedieron. La Policía Secreta del Estado (Gestapo) del Nacionalsocialismo (1934-1945) y el Ministerio del Interior para la Seguridad del Estado de la Unión Soviética (1928–1991) que organizó Laurenti Beria. Al fundarse la República Democrática Alemana, la Seguridad del Estado contaba con mil 700 miembros. El 17 de junio de 1953, cuando los obreros de Berlín Oriental se levantan contra los tanques soviéticos, y la matanza de cientos es inevitable, la Seguridad del Estado se convierte en una Subsecretaría de Estado y, tres años más tarde, un ventarrón político trasforma la dependencia en un Ministerio para la Seguridad del Estado. El Secretario General del Partido Socialista Unificado de Alemania, Walter Ulbricht, estalinista incorregible y fanático, pone a prueba a su servicio de inteligencia militar ante el poder de la otan. No obstante, la personalidad que robó la atención de los Servicios de Espionaje de la República Federal de Alemania (RFA) fue el nuevo ministro de Seguridad, Erich Mielke, quien permaneció treinta y dos años en ese puesto (1957-1989), y convirtió a la República Democrática Alemana en un infierno increíble de espías y delatores.

UNO DE CADA CINCUENTA

El 29 de diciembre de 1991, el Parlamento (Bundestag) alemán aprueba por una gran mayoría la Ley de los Expedientes de la Stasi (Stasi-Unterlagen-Gesetz) que permite a los ciudadanos alemanes el acceso sin límites a las actas y los expedientes del Servicio de Seguridad del Estado de la difunta República Democrática Alemana. Por primera vez, el ciudadano –el común de los mortales– tiene la oportunidad de leer los expedientes que el Servicio Secreto ha escrito sobre él o sus familiares a lo largo de casi cincuenta años. Por el nombramiento de un Comisionado Federal para los Expedientes de los Servicios de Seguridad de la entonces República Democrática Alemana, se garantizó la clasificación rigurosa de los expedientes –conocido por los nombres de sus comisionados, la administración de Gauck o, más tarde, de Birthler.


Los “frascos de olor” de la Stasi, para la localización de sospechosos. Foto: Museo de la Stasi

En abril de 2006, la comisionada Marianne Birthler reveló que un grupo de altos ex dirigentes de la Stasi, ahora constituidos en agrupaciones civiles, intentaban limpiar la imagen de la RDA, en particular la de la Stasi y "transformar hechos históricos en mentiras". Si en las 30 mil diligencias presentadas por los ciudadanos contra miembros de la Stasi, sólo se obtuvieron veinte sentencias –argumentan estas agrupaciones– "entonces la situación no era tan aterradora como se creía". "Esta conclusión –dice Birthler– es de un cinismo rampante. Si apenas se dictaron unas cuantas sentencias fue porque en un Estado de derecho, sólo se pueden sentenciar los hechos que en su momento quebrantaron alguna ley. Las leyes, como se sabe, no tienen carácter retroactivo."

Si por ese entonces no se violaron las leyes de la RDA, no era posible pronunciar en la Alemania unificada una nueva sentencia. Sólo crímenes incorregibles, homicidios o, por ejemplo, la orden de disparar contra los ciudadanos que se fugaban a la República Federal, permanecieron como materia de sentencia. De modo que los funcionarios del Ministerio de Seguridad del Estado que ejercieron la tortura física o psicológica contra prisioneros o sospechosos, no pueden ser llevados a juicio. "Sin embargo, concluir que no se trataba de una injusticia –subraya la comisionada Birthler– es el colmo del cinismo."

El fundamento jurídico –que legitima las actividades de la Stasi– lo constituye la Ley sobre la Formación de un Ministerio de Seguridad del Estado, aprobada en 1953 y en 1969, cuyo párrafo 20 le confiere a sus agentes rangos militares. A finales de la década de los ochenta, se calculaba que la Stasi contaba con 91 mil altos funcionarios que eran, al mismo tiempo, "escudos y espadas" del Partido Socialista Unificado Alemán. Además se contaba con 160 mil colaboradores no oficiales (Inoffizielle Mitarbeiter), cuya mayoría radicaba en la RDA; en el lenguaje burocrático se les llamaba "exploradores de la paz". Si la República Democrática Alemana tenía 16 millones de habitantes, uno de cada cincuenta ciudadanos –cuyas edades fluctuaban entre los dieciocho y los ochenta años–, el dos por ciento de la población total, trabajaban de "colaboradores no oficiales" para la Stasi.

Muchos "colaboradores no oficiales" eran policías, burócratas y militares, sobre todo profesionistas, colegas, académicos, meseros, taxistas, carteros, peluqueros, maestros de primaria, empleados de limpieza, ministros de la Iglesia protestante, conductores de trenes y vendedores de autos. Al regreso de una estancia en Berlín, el año de 1992, escribí una crónica sobre la caída del Muro, indicaba que la Stasi había reclutado 60 mil agentes y, en una cena de ocasión, una persona muy cercana me dijo: "Creo que, como siempre, le añades detalles a la realidad." Después del primer control de los expedientes verificado por la Comisión de Gauck (2004), se registra que la Stasi contaba con 180 mil "colaboradores no oficiales". Por desgracia, me faltó un amplio fragmento de la realidad para añadirle ciertos detalles.

Al desaparecer la RDA (1989) trabajaban en Alemania Occidental mil quinientos espías de la Stasi, que apoyaron siempre a grupos políticos subversivos. La comisionada Birthler reconstruyó la historia del grupo Ralf Forster: la Sección ha XXII de la Stasi le dio refugio a ocho miembros de la banda Baader-Meinhoff, les entregó armas y les enseñó el manejo de explosivos; les cambió la identidad en sus pasaportes y los trasladó a otros países. Sin embargo, el registro de "colaboradores no oficiales" era sólo un indicio menor de actividades en el servicio secreto. Por las actas y los expedientes, nadie puede saber qué tan intensa fue la relación entre los colaboradores y sus directores. Un número incontable de actas y declaraciones obligatorias del compromiso entre colaboradores no oficiales y la Seguridad del Estado ardieron o fueron destruidas antes de que el régimen de la República Democrática Alemana desapareciera en la noche de la historia.


Una “cámara espía” de la Stasi
Foto: Museo de la Stasi

En la República Federal de Alemania, la Stasi tenía entre 20 y 30 mil "colaboradores no oficiales", muchos de ellos habían "escapado" del socialismo autoritario y se habían "establecido" en Occidente. No obstante, la gran mayoría había nacido en Alemania Federal y trabajaba por simpatía con el régimen socialista. Las crónicas de los "colaboradores no oficiales" describían la conducta de los miembros de su familia, los amigos íntimos y, en muchos casos, la esposa o el esposo que espiaba a su cónyuge: las vidas privadas y secretas se confundían; las lealtades y las traiciones, también. Las redes de la ignominia pudrieron poco a poco al régimen de Erich Honecker, se convirtieron en un sistema de erosión de la privacidad, de vigilancia política totalitaria. Las diferencias internas entre los distintos "colaboradores no oficiales" fueron a veces decisivas en los espacios políticos: en un extremo "el ciudadano públicamente leal al Estado" (Der öffentlich staatsloyalen Bürger); en el otro, la observación de "los colaboradores no oficiales" (Informeller Mitarbeiter Beobachtung) y la intriga permanente de los informantes de las vidas privadas (Informeller Mitarbeiter Sicherheit).

El 16 de junio de 1951, el secretario general del Partido, Walter Ulbricht, inauguró, en Potsdam, la Escuela del Ministerio de Seguridad del Estado. Por increíble que parezca, la Escuela se convirtió veinte años después en la Universidad del Ministerio de la Seguridad del Estado (10 mil estudiantes), cuyas principales facultades fueron Derecho y Ciencias. El 18 de julio de 1968, el primer oficial de la Stasi presentó su examen de doctorado en Derecho; todos los trabajos de tesis se mantuvieron en estricto secreto. Unos años después, los alumnos tomaron sus cátedras de Espionaje, Actividades Ideológicas y Políticas, Traición y Confesión y Cuestiones Fundamentales de las Operaciones Secretas. En esta universidad de locos y paranoicos –que sólo los alemanes o los rusos pueden haber imaginado– se preparaban los espías que mantenían la red de informaciones y sabotajes. El Ministerio para la Seguridad del Estado tenía al frente a los espías alemanes más distinguidos desde el fin de la segunda guerra mundial. Ernst Wollweber, Peter Kaster y, sobre todo, Markus Wolf, director de inteligencia y espionaje en el extranjero.

En La guerra secreta, Markus Wolf nos cuenta su vida. Nació el año de 1923, su padre fue un médico y escritor judío, un cuadro valioso del Comité Central del Partido Comunista Alemán. Al llegar los nazis al poder, los Wolf se exiliaron en Suiza, luego en Francia y, al final, en la Unión Soviética. Markus estudió en la Escuela Aereonaútica de Moscú y fue locutor de la estación de radio soviética Deutsche Volkssender, que producía programas en alemán antinazis de amplia difusión. En 1945, Markus Wolf, uno los primeros alemanes en regresar del exilio, fue acreditado con el seudónimo de Michael Storm, el año de 1945, en los Juicios de Nuremberg. En octubre de 1953, se le encargó –a la edad de treinta años– organizar el Servicio de Inteligencia en el Extranjero (Hauptverwaltung Aufklärung. hva), y se convirtió en el segundo hombre más importante de la Stasi.


Clasificación de la correspondencia

Durante su dirección se llevó a cabo la Operación Romeo. Markus Wolf había infiltrado en Bonn a numerosos agentes bien parecidos y "galanes", que se dedicaron a seducir a las secretarias particulares y solteras de los altos funcionarios del gobierno federal y obtener las informaciones necesarias. No obstante, a principios de 1974, la Stasi lograría su mayor triunfo en la guerra del espionaje contra la otra Alemania. Günther Guillaume, uno más de los espías infiltrados de Markus Wolf, llegaría a cambiar el curso político de la República Federal de Alemania.

UN DUELO EN LAS SOMBRAS

Me he propuesto recordar la historia de la Stasi no sólo por el amargo encanto de una película como La vida de los otros, sino porque viví en Berlín Occidental ocho años, y fui también testigo indirecto de sus chantajes y fechorías, de sus reportajes hipócritas y sigilosos, conocí a dos o tres "colaboradores no oficiales" y tomé nota de su ideología y sus traiciones. Hace ya muchos años que oí contar por primera vez la desgracia de una "izquierda" cuyo arquetipo se resumía en las miserias de la Seguridad del Estado de Alemania Democrática. Si, como quiere Luis Villoro, la izquierda en política no es una ideología, una doctrina, sino una elección de vida para la sociedad, nada más lejos de esta izquierda que la historia de los crímenes de la Gestapo y la Policía Política Soviética que la Stasi alemana llevó hasta su final.

La guerra entre los espías de las dos Alemanias (1949–1989) fue siempre un duelo en las sombras. Nadie sabía a ciencia cierta dónde estaban los enemigos, pero la verdad es que estaban en todas partes. Una mañana de abril de 1967, el entonces corresponsal del Financial Times, Leslie Colitt, sorprendió a todos los estudiantes de la Universidad Libre de Berlín al enumerar la lista de los posibles espías de la cia que trabajaban en ese centro de estudios. La difamación de muchos profesores –que los medios gráficos hicieron circular– nos sirvió para darnos cuenta del callejón sin salida del espionaje alemán y corregir ese grave e injusto malentendido de la Guerra fría.

Tal vez ningún espía de la Stasi haya vivido menos en la clandestinidad que Günther Gillaume. Su vida política y social era tan intensa como la de cualquier político socialdemócrata alemán en la época de Konrad Adenauer (1949–1965). Günther Gillaume nació en Berlín el año de 1927. A finales de la segunda guerra mundial, Günter Bröhl –su verdadero nombre– se desempeñó como ayudante en la artillería antiaérea, a su regreso del frente trabajó como fotógrafo en una revista y, unos años después, como redactor en una editorial. En octubre de 1950, la Stasi reclutó a Guillaume, lo sometió a un riguroso entrenamiento y, en abril de 1956, se le envió a Frankfurt, donde puso primero una cafetería frente a la catedral, Boom am Dom. Guillaume se había casado unos años antes con Christel Boom, una agente de la Stasi perfectamente adiestrada, y tuvieron un hijo.

Hacia julio de 1957, mientras su esposa trabajaba como secretaria particular del secretario de la socialdemocracia en el estado de Hessen, él obtuvo su credencial de miembro del Partido Social Demócrata. En el transcurso de los años sesenta, Günther Guillaume fue ascendiendo los peldaños de una carrera política siempre en segundo plano; no era un protagonista, sino el asesor por excelencia en cuestiones interalemanas, un workaholic ejemplar, siempre atento, puntual y obsesivo, nadie dudaba de su compromiso con los ideales socialdemócratas. En marzo de 1968, Guillaume resultó electo en la Asamblea Central de la ciudad de Frankfurt y, al año siguiente, dirigió con gran éxito la campaña electoral de Georg Leber, por ese entonces ministro federal de Comunicaciones.

El día que Günther Guillaume conoció a Willy Brandt supo que estaba muy próxima la culminación de su tarea. Había trabajado doce años en el Partido Social Demócrata y ahora, en 1971, se acercaba la aventura final. De modo que no fue por una negligencia política alemana, sino por una experiencia acendrada y fructífera, que Guillaume se convirtió en el coordinador de asesores de Willy Brandt, el jefe de gobierno de la República Federal de Alemania. En la oficina de la Cancillería tuvo acceso a los secretos de Estado, a las informaciones militares de la otan y a las conversaciones en el círculo más íntimo del jefe del gobierno. El año de 1972, Willy Brandt se perfilaba como uno de los políticos más importantes de Europa, había ganado las elecciones con un cuarenta y cinco por ciento de los votos, su política de apertura con la Unión Soviética (Ostpolitik) significaba un gran paso hacia el futuro de, en ese tiempo, la Comunidad Económica Europea. Por esos años, Guillaume se había vuelto también un confidente, viajaba con Brandt a Noruega, su segunda patria, donde tenía una casa, conocía los asuntos más íntimos de su vida y mantenía informado al detalle a Markus Wolf y a la Stasi.

El 1 de mayo de 1974, Hans Dietrich Genscher, ministro del Interior, envió a Willy Brandt el expediente de Horst Herold, director de Inteligencia y Contraespionaje de Alemania Federal: en ese expediente se presentaban copias fotografiadas de los informes confidenciales que Günther Guillaume enviaba a la Stasi sobre la vida privada de Willy Brandt –su consumo excesivo de alcohol, sus relaciones íntimas con otras mujeres y sus estados depresivos. "Quien, como yo, haya nacido en 1913 –escribía Brandt–, no podrá quejarse de falta de experiencias aterradoras o de un inimaginable número de profundas decepciones." Los colaboradores de Brandt temieron desde el primer momento que el escándalo fuera minando el prestigio del Partido Social Demócrata, tuviera graves consecuencias en las próximas elecciones y lanzara por la borda cuatro años de conquistas políticas. Michael Frayn, autor de la obra Copenhague, estrenó hace dos años (2005), en Londres, Democracia, drama basado en la traición de Guillaume y la soledad de Willy Brandt.

El escándalo Guillaume estalló cinco días después de haber inaugurado el edificio de la primera Representación Permanente de la República Federal en la rda. Según Markus Wolf, la renuncia de Brandt no estaba planeada por la Stasi, "más bien fue un enorme error estratégico, el control de los daños fue –escribe en sus memorias– un trabajo arduo y difícil". Los argumentos de Markus son poco creíbles, recuerdan más bien una intempestiva coartada. Aunque los Servicios de Inteligencia de Bonn tenían –desde mayo de 1973– claros indicios de que Guillaume era un agente de la Stasi, transcurrió casi un año hasta su captura –uno de los enigmas que nunca se han explicado. El miércoles 24 de abril de 1974, los Servicios de Inteligencia del Ejército capturan al matrimonio Guillaume, se les acusa de espionaje y violación de secretos militares. En el momento de ser esposado, Günther Guillaume les dijo: "Soy un ciudadano de la rda y oficial de la Stasi, les solicito respeto a mi rango militar." Willy Brandt renunció el 7 de mayo a la jefatura del gobierno; de este modo la Stasi había alcanzado, sin duda, su mayor hazaña.