Usted está aquí: viernes 1 de junio de 2007 Política Displicencia de altos funcionarios marcó la ceremonia en Los Pinos

Nunca prestaron atención a niños indígenas que leyeron propuestas para el PND

Displicencia de altos funcionarios marcó la ceremonia en Los Pinos

ROSA ELVIRA VARGAS

Cuando Agustín Carstens, secretario de Hacienda, se refirió al "diagnóstico desapasionado" a partir del cual se elaboró el Plan Nacional de Desarrollo (PND) estaba, involuntariamente, definiendo la ceremonia en la que tal documento se presentó: desapasionada.

Porque ese adjetivo, que puede sustituirse, según el diccionario, por otros como frío, indiferente, impasible, apático, indolente o displicente, describe con precisión el ambiente que se vivió ayer por la mañana en Palacio Nacional, donde acaso el único detalle memorable lo dio la ubicación en el presídium: el presidente Felipe Calderón Hinojosa, en segunda fila, justo detrás de su más cercano colaborador, Juan Camilo Mouriño.

Pero aquello fue tan poco vibrante que, incluso ya iniciada la ceremonia, el gobernador del Banco de México, Guillermo Ortiz, no podía reprimir el bostezo. Hacía esfuerzos por disimular, pero al menos en una ocasión no alcanzó a controlar que la elocuencia del gesto y la somnolencia lo traicionaran de manera ostensible.

De acuerdo con lo visto, no por sexenal el cumplimiento de la obligación de entregar un PND hace tener, o por lo menos así se vio esta vez, grandes expectativas.

Ni forma ni fondo dieron para algo más que los saludos, de inicio y despedida, y charlas fugaces entre los funcionarios de alto rango, incluidos los gobernadores. Y el atisbo, claro, de su lenguaje corporal.

Porque también era posible distinguir otros signos, quizá de efecto calculado, como ubicar en el presídium a dos personajes que no son parte, al menos formalmente, de la estructura administrativa ni de gobierno: Luis Carlos Ugalde, presidente del Instituto Federal Electoral, y José Luis Soberanes, titular de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

El sitial de honor que se destinó a ambos no se concedió, por ejemplo, a ningún integrante del gabinete ampliado u órganos desconcentrados. Sin embargo, a Soberanes la deferencia de Los Pinos no le sirvió cuando, a punto de retirarse de Palacio Nacional, un grupo de mujeres lo abucheó, le lanzó reclamos por su reciente posición ante la ley que despenaliza el aborto y le reprochó el papel que jugó en el caso de la indígena Ernestina Ascensión.

Allá adelante, pues, los prolegómenos del acto eran una tertulia inaccesible para quienes no podían moverse de su sitio predestinado; y ni intentarlo, pues para eso estaban los cordones de terciopelo azul y la vigilancia férrea de los elementos del Estado Mayor Presidencial para que nadie se brincara las trancas, la prensa en primer lugar, por supuesto.

Contrastes de la popularidad

Pero aún así los contrastes de la popularidad en el grupo político en el poder eran notorios: literal asedio a Mouriño, jefe de la Oficina de la Presidencia, y el general Guillermo Galván, secretario de la Defensa Nacional. A ambos los buscaban incluso sus propios pares del gabinete. El primero, en su bronceado perfecto y su barba "del tercer día", se dejaba querer mientras se daba tiempo para hablar por celular; a su vez, el militar de mayor rango, prácticamente sin moverse de su sitio, recibía parabienes, efusivos abrazos y quizás hasta informes, tanto de gobernadores como de secretarios de despacho.

En el otro extremo, el de la soledad más auténtica, al yucateco Patricio Patrón Laviada parecían cobrarle la derrota reciente en los comicios de su entidad. Apenas recibía fugaces saludos de cortesía, incluso de mandatarios estatales no panistas. Y no a ese extremo, pero también poco solicitada, aparecía la secretaria de Energía, Georgina Kessel, quien casi a punto del arribo de Calderón halló refugio en la titular de Educación Pública, Josefina Vázquez Mota.

Y eran precisamente todos ellos, los responsables de la conducción del país, quienes nunca prestaron atención a los seis niños indígenas -qué otros en estos tiempos de renovado folclorismo- que leían algunas de las propuestas para el PND que llegaron a Los Pinos por diversas vías.

Esto, por supuesto, ocurría antes de la llegada de Calderón y su esposa, Margarita Zavala, pues para ese momento los mismos menores cumplieron la labor de acompañantes de la pareja, mezclados, por supuesto, con la nutrida escolta presidencial.

Una vez en el presídium, el jefe del Ejecutivo -quien, por cierto, cambió en su indumentaria el broche con el escudo nacional por un delgado gafete muy similar al que usan los militares para distinguir su arma o servicio de procedencia- no ocupó la primera fila; quizá fue así porque el atril quedaba justamente a la altura donde él se encontraba, pues el escenario tenía cierta inclinación. A saber.

Mientras se daban los discursos, los gobernadores asistentes -las ausencias también contaron- tampoco se esforzaban por atender: Eugenio Elorduy, de Baja California, no tuvo prisa por cortar una llamada telefónica, mientras Lázaro Cárdenas, de Michoacán, y Ulises Ruiz, de Oaxaca, intercambiaban comentarios.

Exactamente a las 10:20 horas, cuando los invitados desalojaban con lentitud el Palacio Nacional, por la puerta de honor salían, de regreso a Los Pinos, los vehículos donde se traslada el Presidente.

Y lo que es el paisanaje. Hace seis años, Calderón Hinojosa rechazó contender por la gubernatura de su estado y sí lo hizo, en cambio, el hoy alcalde de Morelia, Salvador López Orduña, quien perdió ante Cárdenas Batel. Ayer los tres estuvieron en Palacio Nacional. Y a punto de iniciar la contienda electoral en Michoacán, Chavo López porfía: dentro de una semana pedirá licencia y de nuevo irá a la lid.

¿De veras alguien puede en México hacer diagnósticos desapasionados?

 
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