Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de mayo de 2007 Num: 635

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dibujos de la realidad
ANTONIO HELGUERA

Renato Leduc: ayer y hoy
RAQUEL DÍAZ DE LEÓN

Entrevista con José Luis Martínez
JAVIER GALINDO ULLOA

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Cabezalcubo
JORGE MOCH

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Luis Tovar
[email protected]

La mejor (II Y ÚLTIMA)

Estructurada narrativamente como un gran flashback, El violín abre con una secuencia que tiene de estremecedor lo mismo que de apegado a hechos que, por desgracia y a consecuencia de la impunidad institucionalizada en nuestro país, son tan reales y punibles como difícil es lograr que reciban el correspondiente castigo. En dicha secuencia se asiste a una crudísima, sobrecogedora, terriblemente bien filmada sesión de vejaciones y torturas que los miembros de un destacamento militar inflingen a un grupo de campesinos e indígenas levantados en armas contra el gobierno. Los varones son golpeados mientras las mujeres son violadas, entre otros atropellos a la dignidad, y ambos actos abominables se perpetran haciendo patente un salvajismo que cancela cualquier posibilidad de asociar al ejército con esa idea que, fuera de la pantalla, se nos ha querido inocular durante décadas, según la cual esos hombres de uniforme verde conforman una institución respetable, siempre respetuosa de los derechos humanos, a la cual hay que ver -en bloque, sin dudar y sin fisuras-, como eso que la Constitución le dicta: el garante de la soberanía nacional, e incluso como a un cuerpo benigna y permanentemente angélico, cuya entrega y sacrificio son apreciables en cada decomiso de estupefacientes, en cada sitio donde se aplica en Plan DN-III…

Como bien se sabe, Rojo amanecer había sido hasta ahora el más reciente -aunque a final de cuentas malogrado- intento de presentar al Ejército Mexicano, vía un largometraje de ficción, como el verdadero autor de alguno de sus no pocos actos de criminalidad palmaria, simple y llana. Jorge Fons, director de aquella cinta, fue víctima de una censura hoy superada, por lo menos hasta cierto punto, misma que por su parte el Francisco Vargas autor del guión anticipó y supo vencer con la habilidad del narrador capaz de denunciar con la sola sugerencia, capaz de llenar con sus dedos las llagas a partir de la sutileza de quien conoce bien al receptor de su mensaje y, consecuentemente, le permite participar del relato dejando que lo complemente.


Ángel Tavira,
fotograma de El violín

El valor y el talento indispensables para poner así de relieve el rostro infame de una milicia culpable de mucho más que sólo estar "obedeciendo órdenes"; la muy eficiente confección de un relato en el que ficción plausible y realidad parecen una y la misma cosa; en donde resuenan, vivos a más no poder, los ecos de algo que puede estar sucediendo en este mismo instante en muchísimos puntos de la geografía mexicana en particular y latinoamericana en general… Esos ya constituirían, por sí solos, méritos suficientes para colocar a El violín en una categoría aparte dentro del cine nacional. Empero, no serían bastantes para considerarla, sin lugar a dudas, la mejor película mexicana filmada en largos, muy largos años; una obra maestra incuestionable.

A lo anterior debe agregarse, dicho sin un orden particular, una larga lista de cualidades fílmicas, entre las cuales destacan un ritmo narrativo sostenido de principio a fin; una edición precisa e impecable; un nivel de tensión dramática elevadísimo, que en manos algo menos hábiles habría decaído después de un par de secuencias; un manejo de la cámara que sabe desplazarse, abrir o cerrar el campo visual en el momento justo; una composición de cuadro que al cada vez más raro lujo de cumplir cabalmente sus funciones añade plasticidad y no poca elegancia; una dirección de actores que se diría propia de alguien con muchísima experiencia, no de un operaprimista en largometraje de ficción; una fotografía en blanco y negro cargada de significados y alusiones, tanto en el sentido estrictamente conceptual en cuanto a lo primero, como en el histórico-cinematográfico en cuanto a lo segundo.

Dirá usted que se exagera, pero a todo lo anterior tiene que sumarse –o, si se quiere, de este modo hay que resumir- algo que El violín reivindica al ofrecerlo sin mesura: belleza. Alta paradoja, ésta de hablar bellamente de los polos inconciliables de la naturaleza humana; metáfora que no es tal sino una verdad pura y dura, la que consiste en representar uno de esos polos, el orientado hacia la creación y la preservación de lo creado, en la figura entrañable de un anciano violinista manco capaz de arriesgar la vida para salvar la de los suyos, y configurar el otro, el tanático, en un oficial del ejército que ganará el duelo así salga derrotado en lo más profundo. Aunque quizá –magnífica vuelta de tuerca, remate por todo lo alto--, sea exactamente al contrario.