Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 6 de mayo de 2007 Num: 635

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Dibujos de la realidad
ANTONIO HELGUERA

Renato Leduc: ayer y hoy
RAQUEL DÍAZ DE LEÓN

Entrevista con José Luis Martínez
JAVIER GALINDO ULLOA

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Columnas:
La Casa Sosegada
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Javier Sicilia

Así la voz o la nostalgia del origen

Mallarmé decía del poeta que "era la voz de la tribu". Sin embrago, el propio Mallarmé, con toda su estatura poética, no lo era. Pertenecía al mundo moderno que ha fracturado a la tribu atomizándola en individuos. Si algo enunciaba su afirmación, era el lugar de la nostalgia, el lugar en el que, como Isaías, Homero, Netzahualcoyotl, o Dante –quizá el último poeta que dio voz a la última tribu de Occidente, la cristiandad– el poeta fue alguna vez el depositario de los significados de un pueblo.

¿Se equivocaba Mallarmé? En el sentido de ser la voz de la tribu en un mundo roto, sí; en el sentido en que el poeta busca recuperar los significados profundos que puedan dar fundamento a la tribu, no.

Desde Baudelaire, el poeta más conciente de su arte, la poesía no ha sido otra cosa que la búsqueda desgarrada por recuperar las palabras fundadoras de la tribu, la voz adámica que la hace posible.

Así la voz, de Francisco Torres Córdova (Conaculta, 2006), es, como su título lo revela, la manifestación de esa búsqueda. Si algo la caracteriza no es la tarea de decir lo que un mundo atomizado quiere decir –tarea imposible–, sino la de nombrar al mundo en su más pura elementalidad: el pasaje y la mujer. En Así la voz, no hay un lugar de referencia, porque la tribu ha dejado de existir; no hay tampoco un nombre de mujer, porque la amada en nuestro mundo se ha multiplicado en una infinidad de imágenes eróticas. Hay sólo la elementalidad que los hace posibles, el espacio que sólo puebla la voz y que al nombrar el principio permite la aparición de lo humano. Como si imitara al Dios creador, Francisco Torres, revive en pequeño el acto divino por el que el mundo vuelve a hacerse –"Viene de lejos. En la quietud trenzada por el tiempo, su peso y contorno de animal agitan las ramas del silencio; su calor avanza y toca la piel, la bautiza, la rasga o la florece, si es verdad, siempre desde adentro [...]"–, y al revivirlo rememora, no a la tribu, sino el lugar de su posibilidad.

Desde el principio –La ranura del ojo (1981) y La flauta en el desierto (1994)–, Francisco Torres ha sido un poeta de la elementalidad –de ahí su fascinación por Odysseas Elytis, de quien ha traducido parte de su obra–: el paisaje y la mujer arden en cualquier territorio como un fuego subterráneo que de pronto se abre paso entre las capas del tiempo y se eleva para recuperar el sentido.

Mientras otros poetas se extravían en un lenguaje privado, como el mundo que nos tocó vivir, Francisco Torres sigue el camino de los orígenes. Si habita la ciudad de México, desconfía de su paisaje. Hecha, como todas las urbes, de cemento, hierro, coches y mercancía, la voz se extingue en ella; ha dejado de nombrar, para simplemente señalar y comunicar. La ciudad de Francisco Torres es, en cambio, otra: la que no contiene nada que no sea el mar, las rocas, la tierra, el agua "que transcurre y anida // Callada en la cuenca de las manos" y la presencia de lo femenino: "Una mujer descalza frente al mar/ [...] Brusco milagro de luz y carne", sitios donde todo está por hacerse, donde lo elemental, al nombrarse, crea la posibilidad de recuperar los nombres y refundar a la tribu. No es casualidad que su primer libro se llame La ranura del ojo. No basta el ojo, sin la ranura que hace posible mirar el resplandor de las cosas que la voz nombra.

Frente a la fealdad de nuestra civilización hecha de objetos sin significados y de lenguajes vacíos, el poeta regresa a los orígenes para reencontrar lo que perdimos y nos fracturó. El mundo que nos entrega no es mejor que el que vivimos, es su principio: fresco e inocente, sin fracturas, sin el ruido donde la palabra se seca, recién salido de la voz que lo recrea, del soplo que vivifica todo: "Al levantarse el viento// las ventanas ciegas las puertas desquiciada/ las manos rotas y porosos huesos del alma// el largo sudor sobre sudor y hambre// los patios solos// una tarde casi igual a las demás/ de no ser apenas/ por el soplo arbolado de sus bordes/ y el sutil doblez de su horizonte// al levantarse el viento// un viento// sanarán."

Además opino que hay que respetar los Acuerdos de San Andrés, liberar a todos los zapatistas presos, derruir el Costco-cm del Casino de la Selva, esclarecer los crímenes de las asesinadas de Juárez, sacar a la Minera San Xavier del Cerro de San Pedro, liberar a los presos de Atenco y de la appo, y hacer que Ulises Ruiz salga de Oaxaca.