Usted está aquí: jueves 19 de abril de 2007 Política Narcos convierten en campo de batalla un hospital de Tijuana

Mueren dos policías y un delincuente; los sicarios acudieron a liberar a uno de sus cómplices

Narcos convierten en campo de batalla un hospital de Tijuana

Ráfagas sacudieron la sala de urgencias

Enfermos y familiares debieron ser desalojados

ARTURO CANO, ANTONIO HERAS ENVIADO, CORRESPONSAL

Ampliar la imagen Agentes de varias corporaciones, durante la balacera Foto: Notimex

Tijuana, BC, 18 de abril. Cuando sonaron los primeros cuatro balazos, Ana Lilia González Aguirre marcó el 066 en su celular. Antes de que le contestaran, las ráfagas sacudieron la sala de urgencias y ella, echada al suelo, gritó: ''¡Un 10-50, un 10/50!''

Con algunos empleados del hospital general, Ana Lilia, policía municipal retirada, comenzó a guiar a los 50 o 60 familiares de internos hacia una salida. Poco antes había dejado a su hermano, enfermo de pancreatitis, en el tercer piso del nosocomio y había bajado acompañada por un custodio y un cachorro que llevó a vender.

Todo comenzó alrededor de las 11 de la mañana -dos horas menos que la ciudad de México- en las inmediaciones de la central camionera, donde un grupo de sicarios se enfrentó a policías federales. Una ambulancia de la Cruz Roja recogió a un herido y lo llevó al hospital general. Pero en cosa de minutos sus cómplices arribaron al nosocomio.

Y sonaron los primeros tiros; todo fue carreras, gritos, terror, encima del dolor de los enfermos. Los familiares salían y los que pudieron sacaron a sus pacientes. El grupo de Ana Lilia se dirigió a una farmacia enfrente del hospital, el mismo donde falleció Luis Donaldo Colosio, el 23 de marzo de 1994, y desde ahí vieron pasar ''una camioneta Ford Lobo blanca, con el frente chocado''. Luego, otro grupo de gente echó a correr hacia la farmacia al grito de ''¡ahí viene, ahí viene!'', y una señora al lado de Ana Lilia dijo haber visto a un ''malandro'' (delincuente) asomar el cuerpo y luego arrepentirse y volver a entrar al hospital.

En muy poco tiempo el nosocomio fue rodeado por patrullas de todas las policías y cuatro vehículos del Ejército Mexicano. Un helicóptero comenzó a sobrevolar el edificio y el entubado río Tijuana, que queda enfrente.

Pero el desalojo de personal y pacientes, salvo en la balaceada zona de urgencias, no fue inmediato. Cuando se supo que los sicarios, en número indeterminado, seguían dentro, se ordenó el desalojo. De los pisos superiores salieron hasta una hora después de la primera y más cruenta balacera. Siguieron horas de confusión, de rumores, de angustia y desesperanza. Tres decenas de pacientes fueron llevados a un deportivo ubicado junto al nosocomio de 120 camas, y una docena a otros hospitales. Muchos de sus familiares, enterados por la radio o la televisión de los hechos violentos, iban de un lado a otro preguntando por ellos.

En los alrededores la cosa no se veía mejor. Acompañada por su madre, Marina Arvide, de 17 años, batallaba con sus muletas en busca de un taxi. Más allá, una joven pareja con un bebé en brazos no sabía a dónde ir. Y así por el estilo.

En un salón del pequeño centro deportivo, los médicos hacían lo que podían para despachar a los angustiados padres de los bebés enfermos. Uno escribió una receta sobre las rodillas, otro auscultaba, uno más simplemente apapachaba a una madre primeriza. Gabriela, con su bebé de 25 días de nacido en brazos, narra que a ella la sacaron como a la una de la tarde.

A unos pasos, el médico César Romano repetía la historia que luego sería oficial. A un grupo de sicarios le fue marcado el alto, se siguieron de largo y se enfrentaron a tiros con agentes de la Policía Federal Preventiva (PFP). Ahí murió un delincuente y otro, herido, fue llevado al nosocomio. Sus cómplices fueron a rescatarlo y no a rematarlo, como sugería la primera versión.

Con todo, hubo calma entre los desalojados, pero no en el hospital, donde alrededor de las 13:30 horas locales volvieron los balazos. Todo mundo, afuera, se tiró al suelo. Luego de cuatro horas y disparos al por mayor parecía increíble que ningún paciente ni empleado del nosocomio se contara entre las víctimas, sobre todo cuando se miraba el estado de la entrada de urgencias, cosa posible al filo de las tres de la tarde, luego de que policías federales sacaron a un delincuente y se lo llevaron en una patrulla. ¿Sólo un sicario mantuvo a raya a centenares de policías y soldados? Misterio tijuanense.

Lo cierto es que en el intento de rescate cayeron sin vida, a las puertas del área de urgencias, José Adrián López Torres, agente de la Policía Estatal Preventiva, y Rodolfo García Parrales, custodio del penal de La Mesa, quien vigilaba a un preso enfermo. Ahí también murió uno de los delincuentes.

El detenido sano fue identificado como Ernesto Sánchez Vega, El Chivo. El otro, el herido que no pudo ser rescatado, es Daniel Estrada, El Macaco, según el comandante de la policía municipal, Jaime Niebla.

Ambos formaban parte de un comando que viajaba en tres vehículos y fueron interceptados en la Vía Rápida Oriente, cerca de la Fiscalía contra el Robo de Vehículos de la procuraduría estatal y de la central camionera, según dijo en entrevista telefónica el procurador de Justicia del estado, Antonio Martínez Luna, quien confirmó el enfrentamiento entre elementos de la Operación Baja California y los delincuentes.

Fuentes policiacas identificaron a El Macaco como sicario del cártel de los Arellano Félix. El procurador señaló que estos hechos prueban que la Operación Baja California, puesta en marcha por el presidente Felipe Calderón en enero pasado, ha dado resultados: ''Se logró evitar algo mayor. Para eso está el operativo, (los agentes federales) reaccionaron ante un vehículo sospechoso, repelieron una agresión, impactaron a dos, uno lesionado y otro muerto, además de que en el hospital se aseguró a un tercero''.

Alberto Capella, presidente del Consejo Ciudadano de Seguridad Pública, quien a fines del año pasado encabezó una marcha contra la ''pasividad'' de las autoridades frente al crimen, dijo que ''este hecho prueba la decisión de combatir a quien sea''.

-¿Por qué los sicarios se arriesgaron al rescate?

-Eso habla de la seguridad que sentían antes del operativo.

En tanto se confirma si el ya prolongado operativo funciona de verdad, reporteros, personal del hospital y familiares de los enfermos caminaban por el lugar donde unas horas antes llovieron balas. Inclusive, algunos tomaban balas, casquillos y hasta trozos de cemento que volaron con los tiros.

Nadie tocó, sin embargo, las pertenencias abandonadas de los familiares de los enfermos: cobijas, chamarras, botellas de agua, recetas, papelitos con los teléfonos de los médicos, preciados objetos que quedaron ahí, en medio de los tiros.

Frente a la entrada del nosocomio hay un enorme anuncio espectacular: no se sabe si presume la foto del gobernador Eugenio Elorduy o que 232 mil familias del estado cuentan con el Seguro Popular. La inseguridad no ha alejado las inversiones, fue la más reciente declaración del mandatario sobre el tema.

La enorme cara del gobernador se salvó, porque la balacera fue en la parte de atrás, justo donde están los policías municipales, del ayuntamiento priísta echándose puyas con los estatales (los amenazaban en broma con soltar a un perro enjaulado). Adentro, las fuerzas federales y estatales; ellos en la puerta, lejecitos de los hechos.

Es la Tijuana de Jorge Hank Rhon, candidato a gobernador de Baja California, que se presume tan segura como la vecina San Diego. Los policías del alcalde con licencia portan un enorme brazalete. Dice, con letras enormes y doradas: ''México, zona segura''. El hospital de los balazos está apenas a dos kilómetros de la frontera con Estados Unidos.

 
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