Usted está aquí: lunes 26 de marzo de 2007 Deportes Riverita y Murillo enloquecieron a la afición tapatía

Riverita y Murillo enloquecieron a la afición tapatía

LUMBRERA CHICO

Cuando la verdad impide la simulación, lo que el público ve difícilmente lo olvida y eso fue lo que sucedió en el corazón de los aficionados que el domingo anterior acudieron a la plaza del Nuevo Progreso de Guadalajara para presenciar la novillada que echó el cerrojo al encuentro taurino de ganaderos y empresarios latinoamericanos.

En una tarde en la que hubo de todo -una terrible y sangrienta cornada, varios percances menores pero espectaculares, una muy humana manifestación de miedo ante la fiereza del ganado y tres grandes faenas-, los nombres de Ricardo Rivera, Pepe Murillo y Rafael Rodríguez quedarán para siempre en la memoria de quienes atestiguaron sus hazañas.

Al novillero ecuatoriano Rafael Rodríguez, tocayo del Volcán de Aguascalientes, el primero de la tarde, perteneciente como el resto del encierro a la ganadería de Real de Saltillo, le pegó una horrible voltereta y le metió el pitón en el triángulo de Scarpa para seccionarle la arteria femoral y la vena safena, ocasionándole una espantosa hemorragia que ameritó el traslado inmediato del diestro al quirófano donde una oportuna intervención médica evitó que se desangrara.

El colombiano Ricardo Rivera y el tapatío Pepe Murillo tuvieron que adueñarse del festejo en involuntario mano a mano. Riverita, como también le dicen al joven prospecto sudamericano, se fajó en escalofriante duelo con su primer enemigo, al que toreó con el capote y la muleta pasándoselo muy cerca, sufriendo sin embargo tres maromas, cada una de ellas seguida de una inclemente paliza, tras las cuales mató muy bien y cortó una oreja.

Amedrentado por la suerte que habían corrido sus alternantes, Murillo en un principio se dejó impresionar por los groseros modales del primer ejemplar de su lote, al que más bien con ganas de irse lo despachó de prisa y con muy notoria inseguridad. Pero se repuso del susto cuando saltó a la arena el siguiente, que era de dulce por cierto, y le cuajó una muy completa faena para cortarle las dos orejas mientras los despojos del novillo daban la vuelta al ruedo en homenaje a su bravura.

Riverita volvió a jugarse el pellejo con el quinto de la tarde pero no pudo evitar que éste también le diera una paliza, echándoselo primero al lomo y después pisoteándolo en el suelo. Cuando las asistencias se lo llevaban a la enfermería, el muchacho despertó y hecho un guerrero volvió a la batalla para zumbarse al bicho con la muleta por ambos lados, matarlo de un soberbio estoconazo y tumbarle una oreja, la segunda de su heroica cosecha de esa tarde.

Con el que cerró plaza, exhausto pero contento de lo que había conseguido en el curso de tan dura prueba, Riverita se limitó a cumplir y en cuanto el animal rodó tras el cachetazo del puntillero, cientos de personas invadieron el redondel para llevarse a los dos triunfadores en hombros hasta la calle. Esto, hay que repetirlo, sucedió ocho días atrás y no se olvida. No es posible decir lo mismo de lo que este fin de semana ocurrió en las dos primeras de la feria de Texcoco.

 
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