Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de noviembre de 2006 Num: 611


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Cuento vivo de Andalucía
DANTE MEDINA
Parábola del bolso
CARLOS EDMUNDO DE ORY
El ordenador
FELIPE BENÍTEZ REYES
Dilemas urbanos
CRISTINA GARCÍA MORALES
Condición anfibia
JOSÉ LUIS GONZÁLEZ VERA
Unas cositas verdes que saltan y hacen croa, croa, croa
MIGUEL ÁNGEL GARCÍA ARGÜEZ
Poesía viva de Andalucía
Las Musarañas
JUAN BONILLA
Coleccionismo
MARCOS GUALDA
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES


Directorio
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Marcos Gualda

Coleccionismo

Acurrucada en su sillón, Marita Carbone es una pasa. El timbre de la puerta suena al compás de su primer cabezazo al vacío. "Ya va." Encuentra las pantuflas sin mirar, palpando el suelo con los pies varias veces antes de alcanzar las vainas. Con caligrafía cansina se dirige a la puerta. "Ya voy." Abre con letra temblorosa. "Buenas tardes, señora." Son dos, como siempre. Con camisa blanca y corbata. "Estos chicos son demasiado jóvenes para usar corbata." Pelo rubio y corto. Mejillas de alba. Altos. Algún grano. Extranjeros, la norma. El nombre en sus placas negras lo confirman. "Ah, sí... pasen, pasen." "¿La hemos despertado?." "Casi, casi, pero no tiene importancia."

Lo primero en el piso es el comedor. Lo primero en el comedor es el mural. Mark se acerca con interés. "¿Le gusta?" "Sí. Son...?" "Grapas. De todos los tamaños. De todos los colores." "¿Lo hizo usted?" "Sí. Con la jubilación me sobra mucho tiempo. Antes las coleccionaba. Sigo coleccionando cosas, pero con las grapas quise acabar. Pensé ordenarlas y dedicarle el tiempo al logopeda poltorriqueño, que asegura que a mi edad es más fácil curar el frenillo. Y qué mejor forma de hacerlo que creativamente. Ante ustedes el resultado: un castillo medieval, con su puente levadizo y sus cocodrilos." "Ingenioso." "Laborioso." "¿Cuántas hay?" "Dos mil doscientas treinta y seis." Patrick desmaya el maletín en el sillón. "¿Y qué más cosas colecciona?" "Todo lo absurdo. Síganme." Marita abre una estela. Hasta el cuarto de baño. "Aquí yace mi panteón de trifásicos. Albos como lápidas." De las paredes y el techo penden sujetos por cadenillas de oro. "Noventa y dos." Mark y Patrick se miran. "Ahora vayamos a la cocina." Marita aparta al gato suavemente, con el pie. "Anda, Minino, deja pasar a los señores." Minino es negro, y pasa por debajo de la escalera que son las piernas zambas de Patrick. Marita se detiene. Con el brazo derecho dibuja la cuarta parte de una circunferencia. "La cocina. Tickets de supermercados. Mejor dicho, fragmentos de ellos. No me interesan enteros, sólo la parte final, donde los establecimientos te agradecen la compra. Conservo felicitaciones de supermercados de Moldavia, Tucumán, Venecia, Triana, Katmandú, e incluso de Cacúa, donde mi hija pasó su luna de miel." El techo, las paredes y hasta el frigorífico están empapelados con recibos de caja, claramente mutilados y ordenados escrupulosamente, sin pisarse unos a otros. "Ochocientos veinticuatro." Mark y Patrick vuelven a mirarse, y se intercambian una sonrisa deshilvanada. Quisieran acabar con esto y comenzar cuanto antes, pero saben que actuar bruscamente podría resultar muy contraproducente para sus objetivos. Paciencia. "Los veo sorprendidos, pero al mismo tiempo encantados y curiosos. Es normal. A todos les ocurre en su primera visita. Pero aún no han visto nada. Acompáñenme. Van a tener el honor de conocer el auténtico santuario de Marita Carbone: mi dormitorio." Marita los conduce a la parte más luminosa del piso. La desnudez del pasillo que atraviesan contrasta cruelmente con los artificios de las habitaciones que han visitado. "Y al fin, el dormitorio." Mark y Patrick entran tímidamente. Los pies clavados. La mirada vagabunda y nómada. "Aquí mis colecciones más preciadas. Mi repertorio de pinzas rotas, serpentinas pisadas, bonobuses finiquitados, cheques sin fondo, pilas usadas, chapas viejas, teclas de vetustas máquinas de escribir, rosarios decolorados, matrículas de sidecares, barajas de cartas, virutas de lápiz..., como ven, todo perfectamente ordenado en sus respectivos cuadros. En los cajones de la cómoda, el ropero y la mesita de noche, guardo otras colecciones, pero les reservo para otro día; de este modo les obligo a volver pronto." Mark y Patrick contemplan aquella descomunal sacristía consagrada al absurdo. No aciertan a decidir si se trata de la aberración de una vieja demente o de la genialidad de una anciana iluminada, la más inmensa exposición de la mundanidad que se pueda imaginar. Patrick siente un desierto en la boca. "¿Y cuántos objetos suman en total todas estas colecciones de su dormitorio?" "Ocho mil ochocientos ochenta y ocho."

Mark y Patrick, en trance, salen de la habitación. Siguen a Marita, que se dirige de nuevo al comedor. "Ya veo por sus caras que les ha gustado. Y yo que me alegro. Pero ahora vayamos a lo suyo. Siéntense." Mark abre su maletín y saca un libro voluminoso, de pastas duras. "Antes de empezar, ¿les apetece tomar algo?" Mark pide un descafeinado. Patrick refresco de limón. "De limón no tengo. De cola." "Es igual." "¿Y de comer?" No quieren nada. "Pues yo me voy a traer unas pastitas para mí, con su permiso. Y mientras me esperan —abre el cajón de la cómoda y saca un álbum de fotos—, y para que no se aburran, aquí tienen: mi colección de códigos de barras de medicamentos." Marita da el primer paso en dirección a la cocina, pero entonces parece recordar algo y se gira, señalando el álbum. "Mil trescientos catorce." Mark y Patrick permanecen en el comedor, hojeando códigos de analgésicos, antiinflamatorios, antibióticos y ansiolíticos, mientras Marita Carbone se pierde en la cocina. Marita abre la puerta del armario empotrado. La colección de fusiles. Coge uno con silenciador. También el tarro de cristal medio lleno que hay al lado. Se desenvaina los pies. Con el fusil en una mano y el tarro en la otra, vuelve al comedor. Mark y Patrick no la oyen llegar. Se agacha en cuclillas, y antes de soltar el tarro lo golpea secamente contra el suelo. Ruido. Mark y Patrick se dislocan el cuello. Marita con las dos manos el fusil. Dispara. Sien y pecho. Marita se agacha de nuevo. Recoge el tarro. Suelta el fusil, inane. Se acerca a los cadáveres, con dos nuevos objetivos claros. Cuidadosamente, con temor a mancharse, despoja a Mark y a Patrick de sus placas negras de identificación. Quita la tapadera al tarro. Deja caer en su interior las placas. "Doce."

Marcos Gualda nació en Huelva, en 1971. Es poeta y narrador, y ha recibido diversos premios y menciones por sus relatos. Realiza programas culturales de radio, imparte talleres de creación literaria y colabora en la prensa de su país. En sus relatos critica la realidad con una ironía disparatada que la endulza.