Bazar de asombros 
      HUGO GUTIÉRREZ VEGA
	  
	
	
	
	
	
	
	
	
	
	   		
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              HUGO GUTIÉRREZ VEGA 
     
   
            JUSTICIA A LA MEXICANA
            El 
              señor fue a comprar una botella de cerveza y un paquete de 
              jeringas hipodérmicas a uno de los Superamas adquiridos por 
              el todopoderoso Wal-Mart. Pagó las jeringas en la farmacia, 
              la botella de cerveza en la caja y salió de la multinacional 
              muy quitado de la pena. De repente, cuando estaba abriendo la puerta 
              de su automóvil, un enano iracundo enfundado en una absurda 
              chamarra invernal, lo detuvo acusándolo de haberse robado 
              las jeringas hipodérmicas. El señor mostró 
              el recibo de la farmacia, pero en ese momento el vigilante enano 
              le metió en la bolsa del saco otro paquete (debo advertir 
              que ese producto cuesta 18 pesos). Intentó el señor 
              desembarazarse del acoso del walmartiano, pero éste llamó 
              a la policía y dos enchalecados agentes detuvieron con lujo 
              de violencia al falsamente acusado, lo metieron en una patrulla 
              y, en compañía del avieso enano y de una especie de 
              abogado de la "empresa", recorrieron algunas cuadras de 
              Taxqueña y llegaron a un centro de detención. Ahí, 
              haciendo caso omiso de sus protestas, el señor fue analizado 
              por una demasiado minuciosa médica, mientras el enano y el 
              abogado levantaban un acta acusando de robo por 18 pesos al señor 
              que, en esos momentos, se sentía sumido en una pesadilla, 
              en una obra del teatro del absurdo o en un relato kafkiano. 
            Cuando este bazarista, 
              amigo de la víctima de la transnacional, llegó al 
              centro de detención (un amable policía, asqueado por 
              la impostura, le permitió usar su telefóno celular), 
              ya se habían dado todos los pasos para detener al robador 
              de un paquete de hipodérmicas. Un policía me sugirió 
              que fuera al Superama para pedir el perdón del feroz delincuente. 
              Llegué a la tienda, pregunté por el gerente, esperé 
              unos quince minutos y apareció un encorbatado empleado de 
              la tienda. Me dijo que era el gerente. Le expuse el caso del señor 
              y me dijo que el asunto estaba ya en manos de los abogados del monstruo 
              empresarial. Me sugirió regresar a la cuatro de la tarde 
              para ver si mi petición había sido escuchada. Cuando 
              regresé, el gerente estaba acompañado de un tipo mal 
              encarado y bien entrenado para defender los "intereses" 
              de la empresa y la honradez de sus vigilantes. Me desahució 
              con palpable satisfacción y me despidió con cajas 
              destempladas y, sin el menor respeto por mis canas y mi arrastre 
              de pies, empezó a gritar como poseso una retahíla 
              de denuestos en contra de los rateros que pululan por los pasillos 
              de sus muchas y muy beneméritas tiendas. 
            Al regresar al centro 
              de detención (o algo así), me informaron que el torvo 
              ladrón de los 18 pesos estaba ya en los separos y que sería 
              remitido al Reclusorio Sur esa misma noche, pues el trabajo del 
              enano y de la especie de abogado que lo asesoraba había rendido 
              sus frutos. El empleado del centro me dijo que debíamos pagar 
              una fianza por 15 mil pesos y, ya en plena angustia ante la perspetiva 
              del reclusorio, fui a una afianzadora que tenía una oficina 
              destartalada y un verboso agente que me sugirió obtener el 
              perdón de la empresa a toda costa. "No sabe cómo 
              son esas multinacionales. He visto casos de señoras consignadas 
              por robarse un lápiz labial y niños detenidos por 
              el robo de un bolillo o de una naranja (recordé la atenuante 
              de robo de famélico, pero todo indica que los agentes del 
              ministerio público jamás lo toman en cuenta cuando 
              se trata de bancos o de supermercados). "Le aconsejo que lleguemos 
              a un acuerdo y le saco libre a su amigo en unas horas. El asunto 
              le va a costar 12 mil pesos." 
            Conseguí dinero 
              donde pude y regresé al siniestro lugar. Esperamos unas cinco 
              horas, llegó el abogado de la empresa, pasé a la oficina 
              de un agente del Ministerio Público que se pavoneó 
              de haber votado por Calderón, salí de su cubículo, 
              entregué los 12 mil pesos al agente verboso, esperé 
              otras dos horas, viendo como se repartían mis dineros entre 
              el abogado de la multinacional, el agente del Ministerio Público 
              y el gestor oficioso encargado de los cochupos (Reconozco mi culpa, 
              deploro mi complicidad, pero el fantasma del reclusorio era tan 
              amenazante (en la cárcel de Querétaro hay un señor 
              condenado a dos años de prisión por haberse robado 
              un tanque de gas) que doblé la cabeza y acepté las 
              reglas del juego de "nuestro" sistema judicial. Mea 
              culpa, mea culpa, pero entiendan ustedes mi predicamento. 
            Lo que más me 
              duele es que el enano tramposo e iracundo haya recibido una prima 
              por haber entregado al supuesto ladrón de las hipodérmicas. 
              La experiencia con la justicia mexicana me produjo repulsión 
              y convulsionó mi sentido de la moral. Todavía sueño 
              con esas horas de temor, engaños y corrupciones y me digo 
              como Baroja: "El mundo es ansí." Me lo digo y me 
              apeno por haber participado en un acto de corrupción, pero 
              ¿y el reclusorio y lo que el enano iba a recibir cuando se 
              dictaran el auto de formal prisión y la sentencia condenatoria, 
              y la prima por cada mes o año de prisión, y los 18 
              pesos del horrible delito que se volvieron 12 mil para obtener el 
              perdón del abogadete de la multinacional todopoderosa y de 
              la justicia que está a su incondicional servicio? 
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