Usted está aquí: martes 14 de noviembre de 2006 Política La hora de las minorías

Marco Rascón
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La hora de las minorías

Con fraude o sin fraude, el resultado del 2 de julio arrojaría, y de hecho ya arrojó, un país dividido en apretados tercios donde las minorías gozan de alta consideración, pues pueden determinar en estrechos márgenes lo que es la minoría y la mayoría.

Tanto el Partido Acción Nacional, como la coalición Por el Bien de Todos (PRD, PT y Convergencia) o la Alianza por México (PRI, Partido Verde) y los de nuevo registro: Partido Nueva Alianza y Alternativa, constituyen en el universo político, legal e ideológico, que ellos mismos han conformado y decretado como el espectro que contiene la derecha, el centro y la izquierda. Somos, pues, según esa apariencia, una bonita democracia funcional al servicio del mundo global. No obstante, pareciera que las fuentes del poder político ya no se encuentran ni en el Ejecutivo ni en el Legislativo ni en el Judicial, sino en quienes determinan reglas e imponen las condiciones económicas.

El desorden político, las confrontaciones entre Legislativo y Ejecutivo por viajar o no viajar, y las percepciones catastrofistas, los bombazos y las crisis regionales hasta ahora no han impactado estabilidad financiera, medios de comunicación y seguridad, pues en el mundo global éstos son los centros reales del poder.

En la transición que va del régimen priísta de más de 70 años al actual régimen panista-empresarial sí cambiaron algunas cosas, menos las reglas de la política económica ni el proyecto de integración al bloque de América del Norte: ya somos parte funcional e integrante de Norteamérica; en 18 años fuimos desvaneciendo nuestra identidad latinoamericana. Hoy todas las fuerzas políticas legales y sus intelectuales ven al norte con exclusividad, y aun las izquierdas tienen una posición vergonzante con las experiencias de América Latina, en particular con Cuba, Venezuela, Brasil y Chile, que no sólo no explican, sino se deslindan de ellas.

Los cambios arrojados entre el régimen priísta y el panista son fundamentalmente de orden político: la caída del presidencialismo fue sustituida por 32 virreyes. Lo que era una aspiración, regresar al federalismo real (luego de cortarle la cabeza a la institución presidencial), se reconstruyó en 32 gobernadores con poder ilimitado, que a su vez son refugio de las fuerzas del viejo régimen. Frente a ellos, la "Federación" sólo tiene por función entregar presupuestos y participaciones. El Poder Ejecutivo o el presidente se han ido convirtiendo en una imagen protocolaria, y hasta el Senado, representante del "pacto federal", que en el régimen priísta desaparecía poderes a solicitud del presidente, hoy sólo es capaz de "exhortar" al gobernante del caso Oaxaca a que "pida licencia". Se ha establecido la regla de que cada gobernador es más importante que el Senado en su conjunto.

Los gobernadores organizados ya son, por tanto, un gremio, un sindicato que gestiona en conjunto y defiende a cada uno de sus agremiados por separado, constituyendo el quinto poder, pues el de los medios de comunicación es el primero y está sobre el Ejecutivo y el Legislativo.

Bajo esas condiciones, el empate de las fuerzas políticas en el Congreso ha hecho un sistema de minorías que imponen la agenda nacional. En la pasada votación para impedir la salida del Presidente al extranjero, el PRI utilizó esa votación para mandar un mensaje central no a Fox, que ya es historia, sino a Felipe Calderón: sin nosotros no haces nada. El PRI, unificado en torno a una bomba en el auditorio Plutarco Elías Calles, hizo mayoría aliándose con PRD, PT y CD.

Desde su lejano tercer lugar legislativo y electoral el tricolor demostró cuán útil es la suma de minorías con un PRD más preocupado por hacer enojar al Presidente que por hacer política y dejándose usar por la vieja inteligencia priísta, que en este caso demostró agudeza.

La coalición Por el Bien de Todos, bajo la política del "desconocimiento a las instituciones", ha dejado un vacío tan profundo que pueden llenarlo el PRI y personajes del viejo corporativismo como Elba Esther Gordillo, por lo que ahora impondrán la agenda del país, bajo amenaza de usar al Frente Amplio Progresista como ariete.

La tragedia central es que en estas batallas por minorías y mayorías, que unas veces son para medir fuerzas, otras para defender a un gobernador como Ulises Ruiz en Oaxaca, no sólo cambian pragmáticamente, sino que cada vez reiteran su disposición a no reformar al país y cambiar esas reglas del empate, que en el fondo conviene a toda la clase política.

¿De dónde vendrá la demanda de reforma del país ante la claudicación de los partidos como agentes del cambio y la transformación? ¿Qué fuerzas sociales podrían encabezar una política de transformación política y económica? ¿Está agotada la vía democrática o esta "democracia"? ¿Para qué la participación electoral, si ésta arroja, con fraude o sin fraude, minorías que deciden y mayorías inservibles; mayorías que ganan todo y minorías que se extinguen?

 
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