Usted está aquí: sábado 4 de noviembre de 2006 Cultura Cuando los diablos se van de fiesta

Cuando los diablos se van de fiesta

La población afromestiza de la Costa Chica celebra el Día de Muertos

ARTURO JIMENEZ

Ampliar la imagen Escenificación de la Danza de los diablos, en el municipio guerrerense de Cuajinicuilapa, corazón de la Costa Chica Foto: José Carlo González

Cuajinicuilapa, Gro., 3 de noviembre. En estos días los diablos de la Costa Chica salen del infierno y llegan a la tierra para apoderarse de las calles, danzar, comerse las ofrendas, divertirse y erotizar aún más esta región cultural afromestiza. Antes de retornar al panteón tomarán por tres días las avenidas de los pueblos con bailes, música y su capacidad para el teatro, el humor y el relajo con los mortales.

Símbolo o personificación de los muertos que durante estos días nos visitan, los negros, mulatos y mestizos disfrazados de diablos se aparecen en el camposanto desde el 31 de octubre. Sólo regresarán a ultratumba hasta el 2 de noviembre, cargados de dulce de calabaza, pan de yema, frutas, cerveza, aguardiente y dinero.

Es una comedia colectiva en la que el guión general deja la puerta abierta a la participación del público. En dos columnas ellos van casi siempre con ropajes oscuros y máscaras sofisticadas de carnaza, fieltro, cuernos de chivo y crines de caballo, o sencillas, de cartón y barbas de cinta de casete.

Hay un Diablo Mayor, Tenango, Pancho o jefe, y su mujer, La Minga, madre de los diablos y omnipresente en otras danzas regionales. Ella carga un bebé de plástico y baila con el Tenango, sus hijos diablos o los espectadores, a quienes provoca con sus nalgas exageradas y a veces les endilga al pequeño.

Los descendientes de los esclavos africanos traídos a esta región durante la Colonia que participan en la Danza de los diablos en diversas fechas, sobre todo en Día de Muertos, quizá ya no conozcan el símbolo y el contenido primigenio de estos rituales, pero aún dominan la forma, que puede ser fondo.

O como dice el escritor, periodista y promotor cultural Eduardo Añorve, en la Costa Chica el mito, tal vez, se haya olvidado, pero aún queda el rito, con lo cual los afromexicanos de esta región cultural que comparten Oaxaca y Guerrero tienen suficiente: fiesta, cohesión comunitaria, identidad, vitales en estos tiempos de homogenización mundial.

La Danza de los diablos tiene varias influencias, como los rituales en honor del dios negro Ruja, a quien los esclavos pedían ser liberados. Con el tiempo esos rituales se fueron sustituyendo por la celebración del Día de Muertos, con orígenes en el México antiguo e influencia católica.

Con saludables diferencias en las coreografías, el vestuario, las máscaras de barbas y cuernos, los sones y la manera de interpretarlos, la Danza de los diablos, junto con otras como la de Vaqueros o Toro de Petate, se hicieron presentes esta temporada en pueblos y comunidades como Cuajinicuilapa, El Quizá y Cerro de las Tablas, en Guerrero, y Lo de Soto, San Francisco del Maguey y Tapextla, en Oaxaca.

Los instrumentos son una flauta, como se le llama en la Costa Chica a la harmónica; una charrasca, quijada de burro o de caballo cuyos dientes se raspan con una pata de venado, y un bote o tigra, especie de tambor de origen africano a cuyo cuero se conecta una vara que, untada con cera de Campeche y tallada con la mano, produce un sonido como el de la respiración de un gran felino.

Desde la fonda El Ocaso, mientras por la carretera Panamericana pasan camiones de carga con pintas de ¡Fuera PFP y Ulises Ruiz de Oaxaca!, estado vecino a sólo cinco minutos, comienza un recorrido que durará tres días y que revelará más de una sorpresa sobre las culturas de origen africano en México, cuyos aportes son proporcionales al enorme velo de ignorancia que se ha tendido sobre ellas.

 
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