Usted está aquí: lunes 23 de octubre de 2006 Deportes Notas sobre la falsa nostalgia de los taurinos

Notas sobre la falsa nostalgia de los taurinos

LUMBRERA CHICO

Los taurinos somos gente sencilla. Nos conformamos con poco. Malos toros, malos toreros, mala cerveza, pepitas, sol a plomo. No somos exigentes porque lo nuestro es la nostalgia. Atesoramos faenas, cornadas, carteles, fechas exactas, nombres de diestros y de astados, colores de ternos, broncas de época, frases de crónicas inolvidables. Nuestra misión en la vida es recordar el pasado, falsamente glorioso, y negar el futuro porque los toros de antes, aunque no nos conste, eran más grandes, más bravos y más fieros y no volverán... así jamás hayan existido en México

Fragmentos de películas grabadas en El Toreo de la colonia Condesa a mediados de los años 30, que preservan imágenes heroicas de Rodolfo Gaona, Cagancho, Fermín Espinosa, El Soldado, Garza, Silverio y Manolete, nos muestran a los viejos ídolos pegando lances de capa o tandas de muleta a toretes tan magros y adelantados como los que vemos hoy en los ruedos mexicanos del siglo XXI. Porque todo parte de una mentira cultural: aquí nunca han echado las empresas elefantes como los que salen en Las Ventas, en La Maestranza o en Ronda.

Ese de allá es otro encaste, otra arquitectura muscular, otro desarrollo genético. Lo que se lidia acá es hijo de su propio árbol genealógico y siempre ha sido así. Quizá la clave estribe en que desde el siglo XVI, cuando Hernán Cortés pidió reses bravas para montar la primera corrida de toros en la América continental, lo que le embarcaron en el puerto andaluz de Sanlúcar de Barrameda eran apenas erales, o novillitos de poca monta, escasos de fuerza y susceptibles de manipulación para que pudieran sobrevivir dentro de aquellas cáscaras de nuez los dos meses que dilataba la travesía de Sevilla a La Habana, sin destrozar la nave y mandarla a pique y sin ser tan faltos de fuerza y de resistencia que no les alcanzaran las pilas para llegar al nuevo mundo coleando, respirando y con ganas de embestirle al primer caballo que se les pusiera por delante.

¿Será que siempre nos llegaron de España toritos bonsai, que aquí se reprodujeron chiquitos pero, desde luego, picosos de acuerdo con las características de la cocina local? Puede ser. De todos modos, esos bichos que en estas tierras adquirieron rasgos propios y expresaron una ganadería brava típicamente mexicana dieron la materia prima que a muchas y largas generaciones de taurinos, hoy en día, nos permiten vivir para recordar.

Yo abro mi museo personal de recuerdos y, a botepronto, lo primero que se me viene a la memoria es la tarde luminosa de 1960 y tantos en que el diestro sevillano Diego Puerta, vestido de rojo y oro, le cuajó un faenón a su primer enemigo en la Plaza México y al entrar a matar, dejando un estoconazo en todo lo alto, se llevó un cornadón en la ingle y mientras el bicho se derrumbaba entre espumarajos de sangre que le chorreaban de los belfos, él caía desmayado en brazos de su cuadrilla con una señora hemorragia en la entrepierna al tiempo que los pañuelos y el juez le otorgaban merecidamente las dos orejas. ¿Cómo olvidar algo así?

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.