Usted está aquí: sábado 7 de octubre de 2006 Cultura Ritual alrededor del agotamiento irreversible del tiempo y el cuerpo, en el teatro Juárez

La compañía de Restrepo escenificó una obra inspirada en la música de Messiaen

Ritual alrededor del agotamiento irreversible del tiempo y el cuerpo, en el teatro Juárez

ARTURO JIMENEZ ENVIADO

Guanajuato, Gto., 6 de octubre. El 15 de enero de 1941, cuando el compositor francés Olivier Messiaen estrenó en un campo de concentración su obra Cuarteto para el fin del tiempo, escrita ahí mismo, no tenía ningún motivo para imaginar que más de seis décadas después iba a ser recreada, ritualizada, por un grupo de artistas del Caribe colombiano de la compañía El Colegio del Cuerpo, dirigida por Alvaro Restrepo.

Pero menos pudo haber supuesto Messiaen que esa recreación sería bajo las formas de la danza, ni que música y movimientos conmoverían al escaso auditorio del teatro Juárez, que la noche del jueves resistió la tentación generalizada de trasladarse al Auditorio del Estado para presenciar la danza butoh de la compañía japonesa Sankai Juku.

La coreografía que Messiaen no visualizó en aquel infierno nazi se llama Cuarteto para el fin del cuerpo y logró, como definió el propio compositor para el caso de su música, una meditación mística sobre el ritmo y, por tanto, sobre el tiempo. ''El tiempo medido, relativo, fisiológico (¿biológico?) que se divide de mil maneras... siendo la más inmediata para nosotros la conversión perpetua del futuro en pasado", escribió.

Así que los espectadores pudieron acercarse al tiempo de Messiaen y Restrepo: oír la música en vivo de violín, clarinete, violonchelo y piano; ver los retos a la gravedad y el elevado nivel técnico de varios de los 16 jóvenes cartagenenses, en su mayoría reclutados de barrios populares de la bella ciudad amurallada.

Las formas del tiempo

La obra, el rito, se desplegó luego que retiraran del escenario un metrónomo que contaba los segundos, que un ángel anunciara en off: ''Ya no habrá más tiempo", y que en la oscuridad se formaran años clave de la historia mundial (1492, 1968 y otros) mediante números fosforescentes en las espaldas de las y los bailarines.

Estos escondían sus rostros detrás de mallas y máscaras que relativizaban y enriquecían la composición visual, y su vestuario recordaba el raído uniforme de los presos en los campos de concentración, como el que portaban Messiaen, los músicos que interpretaron por primera vez Cuarteto para el fin del tiempo y los 10 mil compañeros que los escuchaban.

Con movimientos individuales, en parejas o en grupo, y con una capa-faldón dorado y un enorme compás-espada que también fue manecillas de reloj, cuernos y alas de animales fantásticos, se fue representando de muchas maneras el agotamiento irreversible del tiempo y del cuerpo: movimientos circulares, pendulares, giros, caminatas y carreras en rectas o diagonales, sacudimientos vigorosos o agonizantes.

Como ha dicho Restrepo, además de la atmósfera sonora, el sentido poético de los títulos de los movimientos de la obra de Messiaen también le dieron pautas para la coreografía y la estructura dramática.

Y el coreógrafo colombiano tuvo razón, pues esos títulos son: Liturgia de cristal, Cántico para el ángel que anuncia el fin del tiempo, Abismo de los pájaros, Intermedio, Loa a la eternidad de Jesús, Danza del furor para las siete trompetas, Caos del arco iris para el ángel que anuncia el fin del tiempo y Loa a la inmortalidad de Jesús.

De todo lo anterior se explica la belleza visual que el público del teatro Juárez pudo presenciar durante la segunda noche cervantina.

 
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