Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 1 de octubre de 2006 Num: 604


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Una visita a Breendonk
MARCO ANTONIO CAMPOS
Fastos de Ulan Bator
LEANDRO ARELLANO
El largo aliento de Raymond Chandler
ADRIÁN MEDINA LIBERTY
Calles mezquinas . . .
BRADBURN YOUNG
El bueno, el feo y el malo
JUAN TOVAR
El Nobel y la prueba del siete
RICARDO BADA
Al vuelo
ROGELIO GUEDEA
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
Y Ahora Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

La Jornada Virtual
NAIEF YEHYA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Indicavía Sonorosa
ALONSO ARREOLA

Tetraedro
JORGE MOCH

Novela
Reseña de Jorge Alberto Gudiño Hernández sobre Colección de monstruos pretéritos


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HUGO GUTIÉRREZ VEGA

UNAMUNO E IBEROAMÉRICA (VII DE XI)

Pensaba con razón Unamuno, al igual que De la Riva, que la evolución literaria de los pueblos de Iberoámerica "ha andado siempre con veinte años de retraso respecto de la europea". Cuando en el viejo Continente estaba el romanticismo en su apogeo, América Latina aún se encontraba inmersa en un neoclasisismo correcto, pero muy poco imaginativo. En el momento de iniciación al romanticismo, según De la Riva, la literatura latinoamericana se convierte en el reflejo de un reflejo, pues predomina en sus escritores la imitación de los españoles que, a su vez, acusaban una fuerte influencia de los alemanes, franceses e ingleses. El proceso consistía en seguir las huellas de Byron, Chateaubriand, Hugo o Lamartine a través de la obra de Espronceda, Zorrilla o el Duque de Rivas. Por estas razones, Unamuno afirma tajantemente (don Miguel era hombre de gestos enfáticos que, a veces, lo inclinaban hacia la arbitrariedad) que el "afrancesamiento americano es de segundo grado, mediato, y puede afirmarse que lo más corriente es que los americanos se afrancesen a la española del mismo modo y por las mismas razones por las que los españoles se afrancesan y tomando de Francia lo que aquí de ella se toma, y dejándole lo que le dejamos nosotros". Ilustra esta teoría con el ejemplo de Fígaro, autor leído ampliamente en Iberoamérica. Es una pena que don Miguel no haya abundado en sus ensayos en el análisis del llamado "segundo Romanticismo" (la excepción es el trabajo sobre José Asunción Silva que ya hemos estudiado en estas reflexiones) y en figuras de una originalidad tan fuerte que supereraron las influencia recibidas. Me refiero a Bécquer y a Rosalía de Catro, a la cubano-española Gertrudis Gómez de Avellaneda, al argentino Alberdi, al que sí menciona en sus reflexiones sobre la literatura hispanoamericana, y al mexicano Manuel Acuña. En cambio, en el mismo ensayo habla con moderado elogio del teatro romántico mexicano sin mencionar a sus autores principales: Fernando Calderón e Ignacio Rodríguez Galván. Este último, dramaturgo y poeta de acusada personalidad, es el autor de La profecía de Guatimoc, visión romántica de la historia azteca. Curiosamente, la falta de información manifiesta en algunos aspectos del ensayo al que me he venido refiriendo proviene de la fuente en la que abrevó don Miguel: el parroquialista estudio de De la Riva Agüero. Esto impidió al gran filósofo de mirada de águila ampliar su perspectiva y observar con mayor detenimiento al teatro novohispano. Afectado por el desinterés de De la Riva en lo que estaba más allá de las fronteras de su país, don Miguel no menciona la rica tradición teatral de la Nueva España, viva en los corrales de comedias de México, Puebla y Querétaro, y en sus autores como Sor Juana, Alarcón, Cervantes de Salazar, Juan Pérez Ramírez y González de Eslava. Esta sólida base explica que, después de la Independencia, haya seguido adelante la evolución del teatro mexicano. Así lo demuestran las obras de Lizardi, de Manuel Eduardo de Gorostiza, comediógrafo que muestra afinidades con los Moratín; las de los románticos Calderón y Rodríguez Galván y, un poco más tarde, las de Peón Contreras, Othón, Rosas Moreno y Marcelino Dávalos, entre otros. En este aspecto, México es una excepción, es cierto, pues el movimiento teatral de los otros países latinoamericanos no tuvo la misma fuerza y se manifestó más tarde que en la antigua Nueva España. Afortunadamente, De la Riva da pie a don Miguel para que profundice sus estudios sobre Ricardo Palma y Manuel González Prada. Esto le permite afinar su visión de lo latinoamericano y moderar sus pulsiones eurocentristas. Aquí hago una pausa para matizar algunas de las observaciones que he venido haciendo: la intención de los ensayos de don Miguel sobre tomas latinoamericanos no es la propia de los eruditos que realizan recuentos espectaculares o elaboran listas en las que figuran todos, aunque no sean todos los que están. Desconfiaba de esas erudiciones tumultuosas que se consumen en sí mismas. Su propósito era aventurar teorías y provocar discusiones sobre un tema que lo apasionaba y consideraba de gran importancia para el desarrollo de nuestra comunidad.

(Continuará)

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