Cárceles: notas médicas
Las cárceles, como espejos de la sociedad, pueden ser rompecabezas imposibles de armar. O sobran o faltan piezas. Las continuas escenas de violencia, las fotografías de los familiares en las afueras de las penitenciarías para saber si su pariente fue o no uno de los muertos, los insoportables retratos de los reos decapitados, las escenas de los policías convertidos en rehenes y de los reclusos transformados en jueces, así como la brutal sobrepoblación carcelaria reflejan algunas de las crudísimas realidades de ese submundo que es una de las entradas y traspatio de la sociedad contemporánea.
Dos notas recientes, una periodística y otra médica, alargan y completan la caterva de acontecimientos señalada; además, me confrontan con ese dilema passoliano que sustenta, siguiendo a John Berger, que "... la realidad es lo único que podemos amar. No hay nada más". ¿Cierto o no cierto? Carezco de respuesta: vivir implica sumergirse en la realidad. En la realidad del amor y en la de los decapitados, en la de las pieles de los amores y en la de las de las mujeres violadas y asesinadas. ¿Es cierto: "... la realidad es lo único que podemos amar. No hay más?" Agrego dos reflexiones a la realidad carcelaria.
La primera es periodística (New York Times, 13 de agosto de 2006). La del rotativo estadunidense recoge la opinión de grupos médicos de prestigio quienes sugieren que los prisioneros sean utilizados para investigar productos farmacológicos. A la luz de lo que sucede en muchas investigaciones médicas llevadas a cabo por científicos estadunidenses o de otras naciones, las reglas y los convenios éticos que deben proteger a los pacientes se violan, en menor o mayor grado, con "mucha frecuencia", sobre todo, cuando los experimentos se realizan en países pobres (es bien sabido que la historia de la medicina está manchada por múltiples fechorías "en aras de la investigación y del saber").
El reo, por incontables motivos, es una persona frágil, cuya independencia y derechos humanos son endebles. Si en personas sanas o enfermas se violan los principios morales, ¿qué no sucederá con los prisioneros? Prominentes investigadores y grupos médicos estadunidenses han sugerido que se modifiquen las reglas y que se permita "nuevamente" experimentar productos farmacéuticos en presos. Escribo "nuevamente" porque en los últimos años las investigaciones en las prisiones fueron prohibidas, ya que en el pasado se violaron, en numerosas ocasiones, los principios "mínimos" de la ética de la investigación.
Mientras investigadores y centros de la envergadura del Institute of Medicine of the Nacional Academy of Sciences sostienen que los reos participantes recibirán beneficios, quienes se oponen a esa iniciativa aseguran lo contrario, basados en experiencias previas. La salud precaria de muchos reos, la falta de confidencialidad, la posible coerción y la ausencia de autonomía son, entre otras, razones suficientes para cuestionar la ética y la validez de la experimentación en las prisiones. Y agrego: se sabe que en éstas escasean productos básicos como penicilina o antihipertensivos, ¿por qué no obligar a las autoridades de las penitenciarías y a las farmacéuticas a implicarse en esos rubros y después investigar?
La nota del New York Times explica que la industria biomédica confronta una escasez de sujetos para efectuar sus experimentos, a lo que añado que es muy probable que las compañías farmacéuticas no ofrecerán los mismos beneficios y cuidados a los reos que a los voluntarios que participen en programas similares. Imposible soslayar que la población carcelaria se ha cuadruplicado en años recientes y que los reos son personas cautivas -a diferencia de los sujetos voluntarios, que suelen abandonar con frecuencia los programas de investigación. Todo un dechado de contradicciones, donde, por supuesto, "lo malo" pesa más que "lo bueno".
El artículo de The Lancet (8 de julio de 2006) explica, sucintamente, que la tasa de suicidios de prisioneros liberados entre la primera semana y el primer mes en Inglaterra y País de Gales es mucho mayor que la de la población general y similar a lo que sucede en enfermos siquiátricos. El estudio concluye que la responsabilidad de estos hechos recae en las autoridades carcelarias, en los encargados de la salud de los reos, en el valor de la libertad condicional y en los servicios sociales. El corolario es obvio: al recluso no se le rehabilita y una vez fuera la sociedad suele ofrecerle pocas oportunidades.
El vínculo entre el deseo de realizar investigación en reos para incrementar las ganancias de las farmacéuticas y de los administradores de las prisiones, y el suicidio de reclusos recientemente liberados debería entretejerse en las redes de los códigos mínimos de la ética y en las prioridades de quienes dictan los reglamentos de los presidios para la readaptación social de los prisioneros.