Usted está aquí: domingo 10 de septiembre de 2006 Política Viejas y nuevas instituciones

Ilán Semo

Viejas y nuevas instituciones

¿De qué se habla hoy cuando se afirma que la crisis política desatada por los saldos de las elecciones del 2 de julio es, en rigor, una crisis institucional?

La polisemia -léase: la diversidad de significados- que encierra el término "institución" impide formular una respuesta sencilla y directa. Más aún: una respuesta sencilla es probablemente lo menos deseable. La implosión política que vive la sociedad mexicana es, ante todo, una implosión de los horizontes desde los cuales se pensaba tradicionalmente. Seguir pensando en la misma dirección que significa seguramente dejar de pensar. Hay momentos en que la sociedad secuestra los significados de las palabras. ¿Cómo reaccionar? Responder a un problema complejo con los recursos de la retórica de la filiación circunstancial implica (y no se necesita explicarlo) evadir el problema. Así sea como fantasma, es preciso (una vez más) convocar al pensamiento complejo, a nuestra capacidad de propiciar y elaborar categorías, conceptos, paradigmas que cierren la brecha entre una realidad completamente inédita (por ejemplo, por primera vez en México la izquierda y la derecha se hallan en el centro de la emotividad social, eso que se ha llamado la nueva ecología de la ira) y la forma en como nos observamos en ella. El mundo intelectual ha caído bajo la mano (tediosa, pesada, iracunda) de la propaganda. Hay que reconocerlo: se ha estacionado en ese confín donde lo que cuenta es la artillería semántica, la guerra de las consignas. De alguna manera, ha interrumpido momentáneamente su función y su fuerza primordiales: descubrir, formular, producir sentido. Cabría suponer que está obligado a detenerse, a preguntarse por sí mismo, por el sitio de su propia implosión, por aquello que lo mantiene en el estrecho círculo del comentario, del estado de atonía que produce la estridencia. Pero es una suposición. Que yo recuerde, nunca se había dicho tanto para decir tan poco. Tal vez sea lo nuevo de la situación, tal vez sea la fuerza de los hábitos. Es obvio que se ha olvidado la pregunta por la actualidad del pensamiento. Es decir: cómo pensar algo que se ha vuelto súbitamente impensable.

Toda crisis institucional comienza con un cambio radical, una ruptura de la forma como un orden social construye su noción de institución. Si por institución se entiende (con disculpas del esquematismo) esas instancias dedicadas a propiciar la estabilización (y el acotamiento) de las expectativas que una sociedad se hace de sí misma, lo que sucede a partir del 2 de julio es la acelerada (y doble) desestabilización del efecto normalizador que había ejercido el entramado político (vivo por doquier) que se hereda del régimen autoritario y del gigantesco déficit de reformas que deja a su paso el gobierno de Vicente Fox. Un efecto normalizador basado en un principio de autoridad que colocaba la regulación de las instituciones fuera de las instituciones mismas.

El sistema electoral es un ejemplo muy evidente. Si se observa con detenimiento, el Instituto Federal Electoral (IFE) ha sido un organismo dirigido por un cuerpo -los consejeros ciudadanos- que actúa aparentemente a partir de su propia interpretación de las leyes y los hechos electorales. Su relativa autonomía así lo prescribe. Pero de facto es una instancia que se halla en la encrucijada de fuerzas que le plantean, por un lado, los poderes fácticos (la Presidencia, los intereses económicos, las redes corporativas, los medios de comunicación, etcétera) y, por el otro, los partidos políticos. En la balanza de esa encrucijada es la soledad del consejero la que se impone, que termina secuestrado por la inercia de los poderes fácticos. En una institución que no cuenta con la densidad para garantizar la institucionalidad de sus propias prácticas le suceden cosas tan sencillas y tan graves como haber dejado de lado durante tres años a la primera o la segunda fuerza electoral del país, el PRD (según se interprete esa minimalia de votos que significan la diferencia de 0.56 por ciento en el podium de la carrera electoral). Si el IFE no logra demostrar y afincar su institucionalidad frente a los sujetos de su propia materia, los partidos políticos, ¿cómo pensar que puede ser capaz de convencer a la sociedad entera?

Su reforma, urgentísima, tendría que transcurrir, a la brevedad posible, a lo largo de tres caminos.

A) Desaparecer la figura de los consejeros ciudadanos. Son presa fácil de poderes extrainstitucionales (incluso en el mismo Estado). IFE, Congreso y partidos políticos deben ser un organismo, valga la redundancia, orgánico; es decir, que marque, por la fuerza de su entramado, una clara división de poderes.

B) Segunda vuelta. En un esquema multipartidario, como el nuestro, con dificultades irresolubles para definir al partido mayoritario, la segunda elección disiparía dudas, tanto a nivel de elecciones para gobernador como de elecciones presidenciales. Urge esta reforma. De lo contrario, el nudo de la elección nacional y el de Chiapas será el preludio de otros tantos nudos en las 31 elecciones locales por venir.

c) El IFE debe traducir las graves acusaciones que se hacen a los diversos agentes de la política nacional en la sentencia del TEPF sobre las elecciones del 2 de julio en hechos constatables.

Es sólo un ejemplo (debatible, por supuesto) de la complejidad que significa reimaginar el tejido institucional que hoy se cae a pedazos.

 
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