Usted está aquí: sábado 9 de septiembre de 2006 Cultura Murmullos del páramo, una incursión en la lógica amarga de los sueños

Se estrenó en México la ópera de Julio Estrada; hoy se efectuará la segunda y última función

Murmullos del páramo, una incursión en la lógica amarga de los sueños

El compositor invita al público a elaborar la síntesis entre texto, música y escena

La propuesta, a cargo de Sergio Vela, tiene un marcado matiz onírico

ANGEL VARGAS

Ampliar la imagen Escena de la ópera inspirada en la novela Pedro Páramo, de Juan Rulfo, anoche, durante la función de estreno en la sala Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario Foto: Francisco Olvera

En Comala puede hablarse con los muertos. Allí tiene sentido el sinsentido. Y es justamente allí donde nos traslada la ópera de Julio Estrada, Murmullos del páramo, cuyo estreno en México ocurrió anoche en Sala de Conciertos Nezahualcóyotl del Centro Cultural Universitario, donde se presentará por segunda y última ocasión hoy, a las 20:30 horas.

Una propuesta de contenido y hermosura profusos, alucinantes, con duración de poco más de 100 minutos, en la que el compositor mexicano plantea un nuevo y arriesgado modelo de ópera que apuesta porque sea el espectador quien se encargue de hacer la síntesis entre texto, música y escena.

Bóveda acústica

Basada en el libro capital de Juan Rulfo, Pedro Páramo, los ruidos son el elemento central de la propuesta de Estrada, tanto en la parte de la ejecución vocal como en la creación de una atmósfera sonora que recrea paisajes y ambientes, a la manera como ocurre en la radio con los efectos especiales.

Sólo una ocasión, en la segunda escena del segundo acto, puede escucharse el texto en voz de los cantantes, como ocurre convencionalmente en la ópera tradicional. Fuera de ello todo es murmullos, quejidos, susurros y demás emisiones guturales.

Voz primigenia -''arquetipos", ha definido el compositor-, ésa, que llega directamente a las emociones y los sentimientos, y los sacude y los provoca con electrizantes descargas. Es la voz del inframundo y de los espectros que pueblan la obra rulfiana y que en varios momentos detona escalofríos en el escucha.

La historia y sus diversos entramados, que tienen como eje la búsqueda que hace Miguel Páramo de su padre en Comala, pueden comprenderse gracias a los diálogos de ciertos pasajes que se van insertando de vez en vez conforme transcurre la obra.

Esos diálogos fueron pregrabados por actores y son reproducidos en una serie de 12 bocinas que se distribuyó a lo largo y ancho de la sala para crear con ellas una especie de bóveda acústica, en la que también se reproducen efectos y ambientes con los que el oído puede diseñar personajes y paisajes sonoros muy nítidos, como la lluvia, las aguas corriendo en un río, ladridos, tormentas...

A la construcción de esas atmósferas y paisajes contribuye también el ruidista Llorenc Barberm, quien realiza en tiempo real varios efectos acústicos; así como los músicos Ko Ishikawam, con el sho (instrumento de aliento japonés de tipo ritual); el trombonista Mike Svoboda, el guitarrista Magnus Andersson y Stefano Scodanibbio, en el contrabajo.

Todos ellos con una forma de interpretación diferente a la que convencionalmente se le da a cada uno de esos instrumentos, que obliga el empleo de nuevas técnicas y cuyos resultados sonoros son muy distintos a los habituales.

Penumbra perenne

La propuesta escénica, de cuyo trabajo se encargó Sergio Vela, es marcadamente onírica, en la que las acciones se desarrollan en medio de una penumbra y una bruma perennes y el empleo de una iluminación muy tenue, que confiere un sentido dramático y fantasmagórico a los personajes y las escenas.

El único elemento sobre el escenario es una cama ubicada al centro del mismo, acaso usada como alegoría del universo de los sueños o como puerta de entrada al inframundo. A falta de foso, el ruidista y sus instrumentos y artefactos fueron ubicados en uno de los flancos del escenario, mientras que en el otro se aposentó a los músicos.

Sobre el piso se esparcieron tres toneladas de grano de maíz, con las cuales, por la parte acústica, se producen diversos efectos; mientras que por la visual, hace las veces de desierto, playa y de campo, además de conferir cierto significado ritual.

Inquirido respecto de su trabajo, explica Sergio Vela: la idea de este montaje es ''dar un sentido ritual, pero con la lógica amarga de los sueños. Hay un onirismo constante, áspero, que en momentos deviene estado semihipnótico".

Nada mejor ejemplifica estas palabras del director que diversos cuadros que se desarrollan a lo largo del montaje, desde la participación en varios momentos del danzate de butoh Ko Murobushi, quien con sus movimiento, lo mismo es un fantasma que un sentimiento doloroso, que el pasaje acaso más impactante de toda la obra, casi al final, en el que una cantante pende ahorcada mientras música, ruidos, palabras resuenan estridente, febrilmente.

El elenco estuvo encabezado por las sopranos Fátima Miranda (Doloritas) y Sarah Maria Sun (Susana San Juan), así como los integrantes del ensamble vocal alemán Neue Vocalsolisten.

Juzgar su trabajo resulta imposible con los parámetros prevalecientes, pero si se hace por las emociones y el impacto generado, su desempeño fue más que excelente.

 
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