Usted está aquí: sábado 2 de septiembre de 2006 Política A dos meses de las elecciones

Enrique Calderón Alzati

A dos meses de las elecciones

Desde 1988, la izquierda mexicana no había tenido otra oportunidad tan propicia para alcanzar el poder y desde allí transformar el país como las elecciones de 2006. Las condiciones incluso eran ahora mejores, prácticamente perfectas. La administración foxista había fracasado en casi todo lo que se había propuesto; el sexenio terminaba en la debacle y el vacío de poder; todas las expectativas que Fox había generado se habían vuelto en su contra y en contra de su partido; la decepción de los jóvenes que habían contribuido con sus votos a la victoria del ranchero con botas era inmensa, sólo había terminado para ellos en desempleo y desesperanza.

El PRI, desprestigiado desde aquellos años del 88 por el fraude cometido, y otras cosas más, ya no gobernaba en el país completo, sólo en poco más de la mitad, pero vivía en una crisis permanente por sus pleitos internos; la autodesignación de Roberto Madrazo como candidato lo descalificaba de manera absoluta. Aun los mismos priístas lo denostaban y desconfiaban de él; sus votos no irían al PAN, el rival de siempre, más fácil sería que se inclinaran por el PRD.

Otras cosas más hacían la victoria no sólo posible sino cercana: el PRD gobernaba ahora varios estados y muchísimos municipios; su presencia en el Congreso había dejado de ser simbólica; el candidato mismo era parte del sistema, gobernando la capital de la República los cinco años anteriores, y su partido contaba con un presupuesto de varios cientos de millones para la campaña. Qué gran diferencia con aquella otra campaña de 1988, en la que el candidato había tenido que viajar solo recorriendo el país en una camioneta, recibido en cada pueblo por la gente, sin comités de bienvenida ni estructuras partidarias, enfrentado a un gobierno monolítico y desprestigiado, pero fuerte, con todos los medios de comunicación no sólo cerrados, sino totalmente en su contra.

En aquella ocasión, el triunfo le había sido arrebatado a la izquierda con un fraude monumental, posible sólo por las alianzas oscuras de quienes sin escrúpulo alguno podían ser jueces y parte, matar y engañar en aras de la patria. De aquel proceso había surgido un engendro de presidente llamado Salinas, con un grupo de colaboradores que eran más bien cómplices de aquel fraude, pero también se había cristalizado un movimiento social de izquierda que crecería y se fortalecería con el tiempo, estableciendo las bases para que en 2006 se concretara esta nueva oportunidad de rescatar el país y devolverlo a la senda del progreso y la esperanza. Sólo otro gran fraude impediría la victoria, pero esto parecía imposible por la existencia de instituciones que habían ya demostrado su funcionalidad.

En abril las encuestas encargadas por el PRD indicaban una clara ventaja para López Obrador, no había motivo de preocupación ni necesidad de confrontarse en debates que lo pudieran poner en aprietos; de su proyecto de gobierno, la población sabía de algunos puntos de apoyo a los ancianos, pero en lo esencial lo que planteaba era la continuidad del modelo económico que tantos aprietos y problemas había traído al país. Resultaba difícil verlo como un candidato de izquierda, él mismo negó serlo.

Luego vino el 2 de julio y con él la certeza del triunfo empezó a desdibujarse primero y a resquebrajarse después. ¿Cómo explicar todo esto? En principio estaba la participación ilegal del Presidente, y cabía la posibilidad de un fraude de tipo hormiga, pero había también otras cosas que analizar y que no podían ser pasadas por alto. ¿Cuántas gentes que rechazaban la posibilidad de votar otra vez por el PAN tenían dudas sobre la cercanía de López Obrador con gentes turbias como René Bejarano o como el contador Ponce? ¿Por qué no había explicaciones al respecto? Más importante aún resultaba para muchos que en el equipo de campaña de López Obrador tuvieran posiciones de mando ex colaboradores cercanos del mismo Salinas, que de alguna manera habían sido partícipes del fraude en 88. ¿Qué explicaciones se dieron? ¿Era acaso una forma de prepararse contra otro fraude? ¿Se trataba de subrayar una distancia con el ingeniero Cárdenas? ¿Era sólo una muestra de su desdén por la democracia o por la izquierda? Durante los meses finales la expresión "voy a votar por el menos malo" se hizo frecuente, como producto de la saturación de una competencia de descalificaciones y vacíos, que en su momento final contribuyeron al resultado.

Antes se había dado el intento fallido de desafuero en su contra, y con él, el mejor momento político de López Obrador, que lo aprovechó con un gran acto en el Zócalo, cuyo escenario evocaba desafortunadamente imágenes del fascismo alemán de los años 30; para la inmensa mayoría, el mitin simbolizaba el triunfo de la voluntad ciudadana, para otros un mensaje de riesgo. Los grupos empresariales tuvieron miedo, no porque la izquierda pudiera llegar al país, pues las experiencias de Brasil, de Chile y de Argentina eran ejemplos de convivencia real, el miedo era de otro tipo, era el miedo al establecimiento de una posible dictadura, al mesianismo, que en otros tiempos había terminado en destrucción. Ni el PRD ni su candidato hicieron algo para neutralizar esta idea.

El triunfo que se vislumbraba en esos días era aparente, los fantasmas que habían sido sembrados fueron menospreciados, muchos hablaban de anular su voto. El resto de la historia lo conocemos, el final no; sin embargo, para la izquierda nacional la disyuntiva es clara: seguir hasta la autodestrucción o reconocer una derrota innecesaria pero real y prepararse para una nueva etapa, de mayor madurez y menos claroscuros.

 
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