Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de agosto de 2006 Num: 597


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Del deber de la desobediencia civil
HENRY DAVID THOREAU
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

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Una jornada
LUIS TOVAR

Poesía
Reseña de Ricardo Venegas sobre Por las tierras reunidas


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LUIS TOVAR
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CHISTE CON INSTRUCTIVO (II Y ÚLTIMA)


Escena de Los pajarracos

Todo lo dicho antes, esa campaña publicitaria por todo lo alto, no acompañó exactamente al estreno de Los pajarracos, que de cualquier modo y sin arredros acaba de aparecer en cartelera con una pingüe cantidad de copias, que habla claramente de las esperanzas que en ella han depositado sus hacedores y quienes, en las tareas de distribución y exhibición, decidieron secundarlos. Hubo, eso sí, un remedo, una aproximación más bien pálida o, para decirlo rápido, una versión de petatiux. Como se adujo antes, Héctor Hernández y Horacio Rivera se dieron el reiterado lujo de una ponderación digna del regreso ultratumbesco de Buster Keaton o de Charles Chaplin, por decir algo, pues así de fulgurante se prometía el estreno de lo que al final no ha resultado ser sino una comedia más para sumar a la cuenta de las muchas comedias mexicanas recientes, cuyo más notable mérito consiste, si en alguno, en el de haber sido filmadas y nutrir así una producción a la que le urge sumar.

Sumar, sí, pero no de cualquier modo y, si no fuese una esperanza inútil incluso mencionarlo, menos de éste, así no fuera más que por el hecho comprobado de que los malos ejemplos cunden. Lo cual, por cierto, pudiera ser parte de la génesis creativa de Los pajarracos, habida cuenta de las comedias mexicanas estridentes, confusas, mal planteadas, peor ejecutadas, misóginas y anticlimáticas recientemente asestadas al público.

Todos esos epítetos resultan aplicables a Los pajarracos, y para comprobarlo basta un somero análisis de algunos de sus personajes: el protagonista (Rodarte), apodado el Cachondo, no supera nunca los límites de su sobrenombre y sin cesar es llevado de la búsqueda de satisfacción sexual al "castigo" consecuencia de dicha búsqueda, donde "castigo" puede significar, indistintamente, la persecución de la que lo vuelve víctima un hombre corrupto ofendido en su honra de padre; el descubrimiento, súbito y literalmente supino, de la masculinidad de una que se suponía prostituta; o la amenaza de perder el badajo, para decirlo con una expresión española.

HABLANDO DE…

Hablando de iberismos: otro personaje, un párroco interpretado por un José Sefami digno de mejores papeles, resulta ser todo un dechado de lugares comunes: español –como lo es el encarnado por Santiago Segura en Asesino en serio--, lascivo, venal, ambicioso, es hecho morir ni más ni menos que al momento de hallarse corrompiendo sexualmente a una menor de edad, no sin antes haber sido puesto a proferir diálogos alambicados, falsísimos, y a lanzar incesantes puyas a un monaguillo que es, por su parte, otro monumento al cliché: torpe hasta la ignominia e ingenuo hasta la memez, gordo, no para de comer tortas furtivas y de hablar como si tuviese siempre encima la amenaza de recibir un sopapo.

Hablando de clichés: con dificultad podrá encontrarse uno más acabado como el que perpetra Ivonne Montero, consistente en la mujer joven, físicamente agraciada, incapaz de vestir prendas que no sean ajustadas o cortas; incapaz de no hablar y conducirse en el borde mismo de una coquetería más bien suripantesca; incapaz, en fin, de no ser pasto fácil de los apetitos concupiscentes de, claro está, el Cachondo.

Hablando de caricaturas: en realidad todos los personajes lo son, pero baste con mencionar dos: la dueña del table dance que interpreta una Regina Orozco también digna de mejores papeles, inevitablemente lépera, cabrona, gritona, toda ella demasiada; el otro es un conchero-aztecoide-místico-embaucador de ingenuos-antiestadunidense, actuado –es un decir– por César Bono, que cuando no mueve a pena ajena lo hace a fastidio y que representa, él solo, el grado de exceso e incluso de irresponsabilidad xenófoba en los que se llegó a caer: por su voz se habla de los gringos como de una "raza de perros", de que "Coatlicue quiere venganza"...

¿DÓNDE QUEDÓ EL GENERITO?

No hay que llamarse a engaño y pensar, en aras de asignarle forma a lo que no la tiene, que se trata de una farsa o de un esperpento. Nada más lejos de Valle-Inclán o, para quedarnos en los ámbitos del cine nacional, de Luis Estrada. Los pajarracos quiere hacerse eco del thriller en tanto hay en ella la búsqueda, persecución, pérdida y recuperación de un tesoro, implicándose en ello políticos, delincuentes, inocentes y otros personajes; quiere ser comedia de enredos en tanto retuerce, con artificios argumentales poco sostenibles y una que otra falla elemental de verosimilitud, los caminos recorridos por dichos personajes; y finalmente quiere, a saber por qué, funcionar como metáfora reivindicatoria de lo que se supone mexicanismo pero no es más que un folclorismo desmedido hasta el delirio.