Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 13 de agosto de 2006 Num: 597


Portada
Presentación
Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA
Del deber de la desobediencia civil
HENRY DAVID THOREAU
Lo que el viento a Juárez
Mentiras transparentes
FELIPE GARRIDO

Columnas:
A Lápiz
ENRIQUE LÓPEZ AGUILAR

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Mujeres Insumisas
ANGÉLICA ABELLEYRA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Teatro
NOÉ MORALES MUÑOZ

Una jornada
LUIS TOVAR

Poesía
Reseña de Ricardo Venegas sobre Por las tierras reunidas


Directorio
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HUGO GUTIÉRREZ VEGA

LA EPOPEYA DE UNA MUJER

Esta columna es un homenaje a una mujer de su casa ("sus labores", dirían las peninsulares), llena de una serie de virtudes, humorista (en algunos momentos realmente ingeniosa, como un personaje de Wilde) y defensora sin estridencias de su núcleo familiar. En suma: "una mujer para todas las estaciones". Era religiosa sin ser mocha, moralista sin beaturronerías, llevaba las riendas de su casa con delicadeza y, a su manera, fue una excelente compañera, muy hábil para la esgrima verbal, una madre sin miedo y sin tacha, una abuela rodeada de los nietos que, día a día, buscaban su apoyo para crecer y afirmarse en el mundo. Su nombre, Alma Luz, tiene mucho que ver con la función que cumplió: iluminar los caminos de los suyos y rendir cada jornada con la naturalidad del sol que se pone y de la luna que va asomando su cara ancha para llenar de luces azules el cuarto de los niños con los juguetes desparramados por el suelo. Le gustaba la ciudad en la que vivía y sabía gozar sus placeres sencillos y cotidianos. Los viajes ampliaban sus panoramas y siempre le dejaban un cúmulo de recuerdos y de entusiasmos que sabía expresar con gracia y deslumbramiento. Se trataba, por lo tanto, de una mujer que hizo más de lo que tenía que hacer y derramó a manos llenas los frutos de su generosidad y de su afecto. Por estas razones llamo epopeya a este relato de su existencia, sus asombros, sus precavidas certezas, su ingenio y el amor que supo inspirar en su familia y en sus amigos. Fue mi amiga dilecta, y recuerdo que tuvimos varias conversaciones que me hicieron apreciar su entusiasmo por los frutos de la vida y sus regocijos por esas cosas que forman la épica de lo cotidiano. ("Son las cosas que hacemos a diario", canta otra querida amiga, Cecilia Touisaint.) Como manejaba su habilidad verbal y tenía una visión humorista del existir y de sus contrastres ("la vida es enigmática y artera y mi emoción es tan pequeña que...", decía Francisco González León en su poema terminado con los puntos suspensivos más elocuentes de la poesía mexicana), esperó la muerte sin estridencias ni autocompasiones. Más bien ignoró, y quiso ignorar que andaba cerca y, a pesar de las limitaciones crecientes, siguió adelante, fumando sus cigarrillos, bebiendo su copa de tequila, presidiendo, al lado de su compañero, las reuniones familiares e intentando gozar de los pocos "alimentos terrenales" que la enfermedad todavía no le arrebataba. Su buen humor se manifestaba sobre todo en las improvisaciones y en su notable memoria. Reía de buen grado al hablar de la pareja de ancianos que estaba en pleno tratamiento de sus problemas sexuales. "El trata y yo miento", informaba la entusiasta anciana de la anécdota.

En la misa del funeral, el presbítero a cargo del sermón insistió mucho en el tema del perdón de las culpas, tabarra constante de una Iglesia que basa sus formas de control en el sentimiento de culpa y en la fragilidad de las conciencias individuales. "En el hombre hay más cosas dignas de compasión que de odio", decía Camus. Por lo tanto, nuestras culpas de seres humanos pequeños y quebradizos, salvo excepciones lamentablemente grandes, son fácilmente perdonables y no hacen falta tantos conjuros y rogativas. Se puede decir que la mayoría de los hombres pasamos, aunque sea con un seis, el arduo examen postrero. Alma Luz debe haber superado esa prueba con facilidad y estoy seguro de que, en el balance último, la vida le salió debiendo.

Me pregunto hasta dónde habría podido llegar en estas jornadas una mujer con una inteligencia tan amplia y con una actitud tan antisolemne y humorística. Siempre recordamos, pero nunca atenuamos, las diferencias que existen entre los géneros, pero, al margen de estas especulaciones, quiero creer que mi amiga gozó las cosas que hizo, tuvo sus momentos dorados y sus quebrantos y descalabros, pero fue fiel a su proyecto vital y a la obligación de buscar la felicidad de la gente que la rodeaba.

Adiós, amiga, Alma Luz, espero que al llegar a ese lugar que desconocemos (a cada quien su credo), hayas dicho alguna de tus ocurrencias y hayas demostrado tu preocupación por que todo estuviera en orden y concierto. Te despido con la sonrisa feliz que mantuviste en una buena parte de tu epopeya individual.

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