Usted está aquí: martes 1 de agosto de 2006 Mundo El silencio de los asesinos

Pedro Miguel

El silencio de los asesinos

L os criminales hacen ruido, pero también necesitan silencio, ese silencio que se impone tras el estruendo de las bombas, cuando ya nadie quiere o puede decir nada. Los cadáveres no hablan y los sobrevivientes están demasiado aterrorizados como para contar la historia. La intimidación opera sobre los testigos, pero lo mejor sería que no los hubiera. No basta con borrar de la faz de la Tierra los organismos de los enemigos: también hay que eliminar sus nombres de cualquier memoria. Es preciso convertir la carnicería en un no-suceso orwelliano.

En el peor de los casos ha de persuadirse a la opinión pública que los muertos eran los verdaderos criminales. Actuamos en defensa propia, afirman los revisionistas obscenos que llaman "holocuento" al exterminio sistemático de judíos en Europa por el gobierno nazi: "sólo somos personas de raza blanca y queremos mantener nuestra cultura y nuestra sangre", dicen. El asesinato en masa siempre va acompañado del mismo discurso, y no importa si las víctimas son armenios o gitanos o indios o negros o judíos o chinos o eslavos o palestinos o libaneses: las muertes en uno y otro bando no son moralmente comparables porque la moral está en el mismo lado que el poder de fuego y las vidas de los niños valen más si sus papás tienen tanques y aviones, o cámaras de gas, o bombas atómicas.

Lo ideal para los asesinos sería que las bombas tuvieran silenciador, que los cuerpos humanos se desvanecieran en el aire tras recibir el impacto de los obuses de artillería y que las bombas de racimo dispersaran, además de dispositivos para matar civiles, semillas de pasto de crecimiento instantáneo: de esa manera se recortaría el lapso entre el exterminio y la inauguración de campos de golf y prados verdes en los antiguos sitios de la guerra.

Pero los individuos de buena voluntad no siempre están al alcance de los bombardeos aéreos y entonces se hace necesario intimidarlos, exigirles silencio, afirmar que son tontos y que están mal informados, acusarlos de complicidad con el terrorismo o -esta vez se han tardado- denunciarlos como enemigos del pueblo fulano, conspiradores, antisemitas. Millán Astray no temía pronunciar la segunda parte de la consigna: "Muera la inteligencia, viva la muerte"

Para su infortunio, los asesinos deben lidiar con la opinión internacional. La organización Jewish Task Force (Fuerza de Tarea Judía, www.jtf.org, con sede en Fresh Meadows, NY) dice sin medias tintas que ahora Israel tiene una nueva oportunidad para deshacerse de los "nazis musulmanes árabes que viven en Judea, Samaria y Gaza": bastaría con "cortarles la electricidad, el agua, los envíos de comida, la ayuda extranjera y otras formas de ayuda" para causar al instante "hambruna y desesperación que los forzaría a abandonar estas áreas bíblicas judías"; "cortar el abastecimiento del enemigo sería un acto de guerra entendible. Aunque los europeos que odian a los judíos y los medios antijudíos criticarían a Israel, los ataques no serían tan severos, pues hasta los críticos sabrían en el fondo que Israel simplemente está haciendo lo que cualquier nación normal debe hacer en tiempos de guerra". Ajá: eso mismo hizo Milosevic en Kosovo y eso mismo hizo Saddam en Kuwait; puras cosas legítimas en tiempos de guerra.

Por ahora es Líbano. "Israel tiene derecho a emprender acciones contra objetivos que preparen ataques contra el país", ha dicho el vocero Adam Ereli, vocero del Departamento de Estado.

El sentido común de la gente de buena voluntad sabe que no hay que callarse nunca, ni ante Franco ni ante Stalin; ni ante Saddam ni ante Milosevic; ni ante Pol Pot ni ante Pinochet; ni ante Hassan, ni ante Bush, ni ante Sharon y Olmert. La gente de buena voluntad no quiere que la carnicería de Qana se repita en Queens, en Haifa o en Iztapalapa. Por eso es importante impedir que se reduzca a los inocentes al silencio total, que se instaure el silencio de los asesinos, que se pronuncie los nombres de los fallecidos, que muchas voces desentonen frente al coro de las piezas de artillería.

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