Mediocracia y hermenéutica
Hermenéutica en griego significa "interpretación". En política la interpretación del sentido de la acción de un político o una obra del mismo permite formarse una opinión sobre dicho actor. La opinión llega a concluir que es una acción justa, una institución necesaria, un personaje honesto, o lo contrario. Gracias a esa interpretación el ciudadano puede tomar sus decisiones de elegir o no a un candidato, de aprobar o desaprobar una acción política o la obra de un gobernante. En la tradición política dicho juicio interpretativo político se llamaba la "opinión pública".
A finales del siglo XVIII también en México surgieron gacetas, pequeños periódicos y diarios donde dicha "opinión pública" enfrentaba a las monarquías absolutas en nombre de la burguesía creciente, y gracias a ello se formuló el derecho a la "libertad de prensa". El movimiento obrero usó también de inmediato ese medio para luchar por sus justos intereses. Dicho derecho a la libertad expresaba un momento central de la naciente democracia burguesa que enfrentaba al Estado, que frecuentemente ejercitaba el poder de manera despótica. La "libertad de prensa" era una garantía de los derechos ciudadanos.
Hoy la situación se ha invertido. Estando los medios de comunicación (televisión, radio, prensa) en gran medida en manos de capitales privados o de trasnacionales de la comunicación, para las cuales el objetivo de los medios es el "divertimento" (el pan y circo para un pueblo romano en tiempos del imperio), y no la "educación", porque el contenido de la comunicación no es considerado un medio de cultura, sino una mercancía que se vende al mejor postor. En realidad, la gran televisión vende tiempo de programas en gran medida superficiales y fetichizados que son pagados como propaganda por los capitales en competencia para informar o formar la opinión de los compradores en el amplio mercado que abren dichos medios de comunicación. De manera que éstos han dejado de ser expresión de la "opinión pública" (y mucho menos política), para transformarse en formadores o conformadores de la "opinión pública", pero no como una comunidad política, sino como una pluralidad de compradores, es decir, mercado.
En otro tiempo el ciudadano enfrentaba al Estado gracias a la "libertad de prensa". Ahora la "libertad de los medios de comunicación" ataca a la "opinión pública" (como mercado) conformando sus juicios, sus interpretaciones, sus gustos a los productos del mercado de los capitales que pueden pagar la propaganda (en la que consisten los programas de televisión, radio, etcétera). ¿Y quién defiende ahora al ciudadano, a la comunidad, al pueblo? ¿Quién expresa la opinión de los ciudadanos?
Pero la situación empeora cuando los medios de comunicación comprenden que para mejorar su negocio necesitan ayuda de los gobiernos. Los medios se lanzan a la obtención del poder político como un medio para asegurar el monopolio (ante otros competidores como los medios alternativos, las universidades, etcétera) para aumentar sus ganancias. Así nace la mediocracia (el poder político de los medios), que en vez de enfrentar al Estado en nombre de los ciudadanos, enfrenta ahora a los ciudadanos (como mercado) con la complicidad del Estado (cuando el gobierno no representa a los ciudadanos, sino a las elites políticas en complicidad con el gran capital).
¿Qué pueden ofrecer los medios a los políticos corruptos? Pueden ofrecer, nada menos, la posibilidad de formar o conformar la "opinión pública" (que de política es tratada como mercado). La mercadotecnia que impone a la Coca-Cola sobre la Pepsi-Cola puede igualmente imponer un partido sobre otro, un candidato sobre otro, piensan ellos.
Como la política, en última instancia, es interpretación (hermenéutica) de los hechos, de las acciones, de las personas, de las instituciones políticas, es decir, son juicios de valor políticos, quien gana la interpretación de la realidad triunfa en política. Si se logra relacionar la imagen de un candidato, y es muy fácil y frecuente hacerlo, con otra imagen autoritaria, con un acto de corrupción, con lo demagógico, etcétera (simplemente colocando su imagen junto a otras imágenes, sin que sea necesario agregarle ninguna expresión verbal que habría que probar), al final receptor, televidente, público (mercado político) se forma por contigüidad, por semejanza o causalidad (diría D. Hume) un juicio de valor negativo sobre tal persona. Las imágenes culpabilizan sin necesidad de probar el juicio de valor subyacente. Así, los medios se transforman en mediocracia, porque constituyen el juicio de los ciudadanos sobre todos los eventos políticos.
Cuando la mediocracia es además monopólica en el proceso hermenéutico político, se transforma en un superpoder que controla a todos los poderes. Cuando el Estado le concede ese monopolio para garantizar que dicho superpoder se use para cumplir con fines de una elite en el poder no sólo se corrompe el Estado, sino que igualmente se pervierten los medios de comunicación. Lo peor es que el ciudadano ya no goza de los beneficios de la "libertad de prensa", tan justa y necesaria, sino que es usada en su contra.
Por ello nace ante nuestros ojos un nuevo derecho que hay que luchar por su reconocimiento. Lo denominaré "el derecho a la información veraz". Es decir, el ciudadano, la comunidad política, el pueblo, tiene derecho a ser "bien informado". Tiene derecho a tener diversas fuentes de información sin monopolios de algunas trasnacionales del negocio de la comunicación. Tiene derecho a tener medios de comunicación alternativos que se propongan la finalidad ética, honesta y justa de la comunicación: la educación del pueblo, con programas atractivos y de excelente nivel, con debates de altura, con intervención de las universidades en su programación (como las televisiones en Alemania, Francia e Inglaterra, donde los medios de comunicación son mayoritariamente públicos, donde la propaganda es mínima, donde la información de los partidos políticos es proporcional, en horas estelares y gratuita).
Entregar la tarea de la interpretación política a la mediocracia en manos de corporaciones, cuya finalidad es el lucro, es el suicidio político y cultural de un Estado, de un pueblo. ¡Los que por objetivos de corto plazo propagandístico entregan a la mediocracia el monopolio de la educación del pueblo y el manejo de la interpretación del acontecer político de un país, además de inmorales, son corruptos, y no podrán esperar que las generaciones futuras recuerden sus nombres honorablemente!
* Filósofo