Usted está aquí: miércoles 22 de febrero de 2006 Política Tristeza nao tem fim

José Steinsleger

Tristeza nao tem fim

A distancia de una guerra mundial que ya no deseaba entender ni soportar, Stefan Zweig (Viena, 1881) publicó en 1941 el penúltimo de los hermosos ensayos escritos con la suave prosa que le dio justa fama: Brasil. Un año después, en Petrópolis, Zweig y su mujer decidieron poner fin a sus días.

Mural periodístico de historia, cultura, geografía, sociedad y economía, el Brasil de Zweig coincide con su anhelo "... de vivir entre lo naciente, lo venidero, lo futuro, y para gozar más conscientemente la seguridad de la paz, la grata atmósfera hospitalaria". Anhelo que asimismo coincide con las fuertes expectativas que suscita el proyecto industrialista liderado por el gobierno de Getulio Vargas.

Zweig observa que siempre será "... arriesgado echar desde el presente un vistazo sobre el futuro. Con sus cincuenta millones de habitantes y su dilatado espacio, Brasil constituye uno de los esfuerzos colonizadores más grandiosos del mundo, y se halla hoy sólo al comienzo de su desarrollo".

Profecía incumplida. Desde hace por lo menos cuatro décadas ya era posible prever que en Brasil se estaba gestando una tragedia de proporciones épicas, fruto directo de políticas y decisiones de gobiernos oligárquicos que excluían a las mayorías de la participación y los beneficios del desarrollo.

En 1952, el economista y experto de Naciones Unidas Josué de Castro incluyó el nordeste en su Geopolítica (mundial) del hambre.

El "nordeste" brasileño abarca ocho estados en los que habitan más de 40 millones de personas, resultando en extensión tan vasto como el que juntos ocupan España, Francia y Grecia: Bahía (capital: Salvador), con un millón de habitantes más que Guatemala; Pernambuco (Recife), Ceará (Fortaleza) y Serguipe (Aracaju), cada uno con un millón más que El Salvador, Honduras y Costa Rica; Paraíba (Joao Pessoa), medio millón más que Panamá; y Piauí (Teresina), Alagoas (Maceió) y Rio Grande do Norte (Natal), con poblaciones respectivas iguales a la de Nicaragua.

A más de medio siglo de aquella investigación que en su momento causó gran impacto político y social, los fenómenos de violencia, miseria y criminalidad en la región se mantienen peor que entonces. En el decenio de 1990, por ejemplo, más de 706 niños fueron asesinados en el paupérrimo estado de Alagoas.

En Grande Sertao, Veredas (1956), novela que rasga los velos de la vasta y desértica región de raquítica vegetación que los brasileños llaman con el eufónico nombre de sertao, Guimaraes Rosa asegura que los campesinos "... viven sin conciencia del pecado original y por lo tanto no saben qué es el bien y qué es el mal. En su inocencia cometen todo lo que nosotros llamamos 'crímenes', pero que para ellos no lo son".

Junto a la descripción literaria, la acción: a mediados de los cincuentas, el abogado y político de Pernambuco Francisco Juliao lidera las Ligas Campesinas, organizadas por los trabajadores rurales del sertao.

El sertao ha estado periódicamente sometido a terribles sequías de consecuencias devastadoras. Según antiguas crónicas, las más trágicas fueron las de 1744, 1790, 1846, 1877, 1915 y 1932, que dejaron un saldo de miles de muertos y secuelas de enfermedad y desnutrición. En 1979 la reiteración del fenómeno llegó a prolongarse durante un lustro, sin encontrar una respuesta eficaz y solidaria de las autoridades. De su lado, los expertos en estadística se han visto obligados a recurrir a las paredes de las iglesias, donde los pobladores del sertao inscriben los nombres de sus muertos.

Las inscripciones revelan que la gran mayoría de las víctimas tenían menos de un año de edad y pasaban hambre. A inicios de los años noventas, el ya fallecido sociólogo Herbert de Souza, director del Instituto Brasileño de Análisis Sociales y Económicos (IBASE), contó una historia digna del Diario del año de la peste, de Daniel Defoe.

La historia cuenta de un investigador social que llamó a la puerta de una casa de Caninde, punto final de peregrinación en el sertao de Ceará, donde una cruz blanca de cinco metros de altura tiene grabados los nombres de centenares de muertos. Como no le respondieron, el hombre entró y se encontró con toda una familia muerta por inanición.

En una vieja edición de mediados de los ochentas de la revista Veja leo que un ingeniero y profesor del Centro de Tecnología de la Universidad de Ceará escribe: "No es exageración afirmar que en esa región existe hoy un campo de concentración disfrazado. Los nordestinos pagaron un precio muy alto y lo seguirán pagando por los tres grandes premios instituidos en Brasil en los últimos veintiún años: el de la incompetencia, el de la corrupción y el de la falta de compromiso de los hombres públicos con su pueblo".

El ingeniero se refería a los 21 años de la dictadura militar (1964-85). Y no a los 21 años en los que, gracias a Dios, el gigante del sur vive en "democracia", mientras 5 mil familias (es decir 0.001 por ciento de las familias brasileñas) tienen un volumen patrimonial equivalente a 42 por ciento del producto interno bruto.

 
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