Número 115 | Jueves 2 de febrero de 2006
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

Hablo por Caín  
 
Por Joaquín Hurtado
Sancho amigo, ¿duermes?
¿Duermes, amigo Sancho?
El Quijote, Cap. XVII

Y en durmiéndose uno cree que con sólo creerlo ya estás dormido, porque en estarlo te cubrirás en el más preciado fuero: el sereno dormir, el dormir sereno: sin dolor, sin retortijones, sin tripas ni sondas que entran, salen, se enroscan y hurgan; sin fiebres, parálisis, mordeduras, rasguñones, molimientos, tembladeras, comezones ni quebrantos; sin cortaduras, inflamaderas, vomitonas, pinchazos, electrocuciones, carrasperas, rozaduras ni diarreas; sin hemorragias y sin las rabiosas inmovilidades que esta fantasma vida nos obsequia con risueña impunidad.

Pero el sueño no llega porque en llegando sabrías que él estuvo aquí partiendo en dos las espesas horas de la noche. Y entonces haz de dormir con los ojos cerrados de luz tortura llenos; abiertos de par en par ante un páramo erizado debajo encima con los unmil achaques, malandanzas y borrascas de la culpa sin culpable.

Abres, cierras, bajas, remueves los párpados, telón de teatro sin público. ¿Cuál público? Él, sólo él. El hermano más sangre mía por la sangre derramada. ¿Cuál público? Nadie, porque este espectáculo ya está muy visto y de tanto verlo empiezas a odiarlo y la gente va adquiriendo el viejo vicio del hastío. Es que no hay otro horror que se iguale a la náusea de ver cómo agonizas sin gracia en un morirse de moribundo eterno, que no acierta a irse y dejar que las luces del escenario se extingan, porque en yéndose se sabrá que esto ya se acabó sin duda alguna.

El morirse no es más que devolver al insidioso polvo los huesos pulidos, perfectos, blanqueados, relucientes. Y te vuelves cosa aceptable. Y en aceptando lo que somos es más sencillo, más probable que él venga y acalle este discurrir del delirio atizado por sospechas, remordimientos, rencores, odios, envidias y tristezas en mis párpados que ya se abren, ya se cierran, ya se elevan, ya vuelan, ya se van yendo a sitio conocido, porque en conociendo uno reconoce sólo puntitos que se nos vuelven familiares, cómodos por la fuerza del miedo.

Mejor morir durmiendo, así saber que al menos un sueño te lo trajo, envuelto en sombra, en alucinación envuelto, cual cosa de encantamiento; todo por el simple y estúpido deseo de sólo verlo allegarse untado a estas paredes manchadas de ajenas sangres de sida ajeno, y qué solas y qué tristes las murallas de los moribundos muertos de la sala del malbienmorir donde qué bueno, pero qué malo, es urgente que se escuche, que al escuchar se oiga la inútil, la leve, la extraña, la portentosa voz que se ha de colar hasta el dolor más aguijón más colmillo; palabras violentas, palabras dulces, palabras y sólo palabras: hermano, ¿duermes?, ¿duermes, hermano mío?