Usted está aquí: lunes 26 de diciembre de 2005 Cultura La Casa Azul mantiene vivos el recuerdo y espíritu de Frida Kahlo

El recinto se ha convertido en lugar de peregrinaje para los seguidores de la pintora

La Casa Azul mantiene vivos el recuerdo y espíritu de Frida Kahlo

Los visitantes recorren el edificio entre la veneración y el asombro al ver las pertenencias de la artista

Extranjeros, niños de primaria y secundaria, entre los principales asistentes

MONICA MATEOS-VEGA

Ampliar la imagen La cama en la que muri�ida Kahlo. Encima, su m�ara mortuoria y uno de los cors�de yeso pintados por ella durante una de sus convalecencias FOTO Yazm�Ortega Cort� Foto: Yazm�Ortega Cort�

Quien piense que la fridomanía ha pasado de moda debe acudir a visitar la Casa Azul de Coyoacán, el lugar donde nació, vivió y murió la pintora Frida Kahlo (1907-1954), ahora convertido en uno de los museos más concurridos de la zona.

El recinto es una especie de templo al que acuden legiones de admiradores de la artista mexicana, provenientes de todo el mundo. Para algunos, ingresar a la recámara donde Frida pasó sus últimos minutos, conocer su cama y mirar la urna de barro donde reposan sus cenizas es la culminación de un largo peregrinaje: un acto casi religioso.

El viaje hacia el centro neurálgico de la fridomanía puede empezar, en la ciudad de México, en cualquier recinto que exhiba obra de Kahlo, por ejemplo el Museo de Arte Moderno de Chapultepec, donde se encuentra el emblemático cuadro Las dos Fridas (La Jornada, 20 de diciembre de 2005).

La travesía debe enfilarse luego hacia el sur, por ejemplo, al Museo Dolores Olmedo, en Xochimilco, donde se ubican 26 obras de Frida. Antes de llegar a Coyoacán, también se puede hacer una escala en Altavista, donde se encuentra el Museo Casa Estudio Diego Rivera y Frida Kahlo.

Si bien en ese recinto no existe obra ni pertenencias de la pintora, el lugar es digno de conocerse porque se trata del inmueble que diseñó en 1931 el arquitecto Juan O'Gorman para sus grandes amigos Diego y Frida.

En esta casa Frida se consolidó como pintora al realizar obras como Lo que el agua me dio, El ojo avizor y El difunto Dimas. No se conservaron sus muebles, pues cuando se divorció de Diego Rivera, en 1939, ella misma se encargó de tirar todo a la calle. Eso narran los custodios a los visitantes.

Las habitaciones que ocupó son pequeñas en comparación con la amplitud y luminosidad del estudio de Diego y actualmente sirven para hospedar las exposiciones temporales que organiza el Instituto Nacional de Bellas Artes, organismo que administra este museo.

Fervor hacia Frida

Es en Coyoacán donde Frida revive en el fervor de sus admiradores. La Casa Azul recibe a sus visitantes con dos gigantescos judas hechos por Diego Rivera que flanquean la puerta de entrada. La primera sala exhibe algunas pinturas de formato mediano realizadas por Kahlo.

En el siguiente cuarto están tres trajes de tehuana que pertenecieron a la artista, así como su diario, en el que se aprecian pinturas de acuarela; luego, algunos corsés decorados por su dueña, así como una vitrina repleta con las cajas y frascos de medicina que Frida consumía. A un lado de la cocina, decorada con jarritos de barro, está el cuarto que ocupó Diego.

Los guías del recinto (cuya participación, si no se renta una audioguía, se vuelve indispensable porque los objetos que se exhiben carecen de cédulas explicativas) señalan que, además de los extranjeros que acuden en tropel a buscar el rastro de Frida, también reciben grupos de escolares, en particular niños de primaria y secundaria; "también atendemos a pequeños de prescolar, pero no mucho, pues para ellos es un poco agresiva la biografía de Frida. Les mostramos todo, pero no les damos detalles acerca de los padecimientos y del dolor que siempre acompañaron a la artista".

En el cubo de la escalera para acceder al siguiente nivel se muestra una colección de dos mil exvotos y algunas obras de pintura colonial.

Los corazones laten aprisa en la parte alta de la casa, frente al caballete de la artista, ante su silla de ruedas. En total silencio (algunos con veneración, otros con asombro) el público observa las pertenencias más íntimas y valiosas de Frida: sus pinceles, los frascos de barniz donde combinaba pigmentos y óleos, un retrato de Stalin a medio terminar, libros "comunistas", periódicos envejecidos, su acta de defunción.

En un reducido cuarto, cuyo ventanal da al jardín, se aprecia la cama donde murió Kahlo. Una turista argentina murmura: "qué sencillez, para el monstruo de artista que fue". Sobre el lecho reposa la máscara mortuoria de Frida, realizada en bronce, cubierta por un rebozo, junto a la almohada que cobijó sus sueños y pesadillas, donde se lee la frase bordada: "no me olvides amor mío". La cama tiene un dintel con un espejo.

En la última habitación esta el jarrón con sus cenizas. Según los guías, Diego dispuso que fueran envueltas en un rebozo. También hay otra cama con lintel donde se observa una colección de mariposas disecadas, y en la pared una inscripción realizada por la propia pintora que dice: "cuarto de María Félix, Frida Kahlo, Diego Rivera, Elena y Teresita, Coyoacán, 1953", en alusión a las personas que la acompañaban

siempre en ese espacio.

La visita continúa por el jardín diseñado por Diego, donde viven nueve gatos que juguetean alrededor de una pirámide que exhibe piezas prehispánicas. Los visitantes (admiradores, fieles, fridomaniacos de hueso colorado) no se conforman con un solo recorrido. Algunos vuelven a entrar a la casa, una y otra vez, antes de sentarse a descansar en la cafetería de sillas y mesas amarillas que recientemente se acondicionó en el jardín.

Otros se sientan a ver el video que se proyecta durante todo el día en español e inglés y que describe "la biografía" de la casa. Casi todos se toman fotografías en el exterior, el único sitio donde se permite hacerlo.

Los trabajadores del museo aseguran que el espíritu de Frida se pasea por la que fue su casa de vez en cuando: "la señora de intendencia ya no quiere limpiar la recámara porque Frida la asustó, le tocó la espalda", explican. Tal vez es cierto.

Frida Kahlo permanece entre los muros de tepetate, en los alcatraces, en la jacaranda que plantó y que florece cada primavera, en cada objeto que sus manos tocaron y, sobre todo, en el fervor de quienes la buscan (y la descubren impregnada de tragedia y dolor) en su último y único hogar: la Casa Azul de Coyoacán.

 
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