Usted está aquí: miércoles 12 de octubre de 2005 Política Imaginación y poder

Luis Linares Zapata

Imaginación y poder

La tragedia que inundó varios estados del país puso al descubierto, una vez más, el abandono y la improvisación en la que se debaten millones de mexicanos que habitan el turbulento sur de la República. Trátese de Chiapas, de Oaxaca, Veracruz, Tabasco, Hidalgo o Puebla, las imágenes que transmiten las televisoras y narran los diarios parecen sacadas de un archivo donde lo ya visto hasta el cansancio hiere, sin recato, las retinas de audiencias y lectores. En 1998, hace apenas unos cuantos años, ahí mismo sucedieron hechos similares con casi iguales daños en propiedades y pérdida de vidas. Y, a lo que parece, dentro de unas cuantas docenas de meses adicionales se volverán a padecer desastres calcados. Poco se aprende y, menos aún, se emprenden aventuras constructivas de largo aliento que pongan a esos abatidos conciudadanos a salvo de contingencias climáticas. La furia de la naturaleza no es invencible y la desgracia no puede ni debe continuar como destino inevitable, tampoco enraizarse como un horizonte de sufrimientos al que se vive expuesto y condenado para siempre.

Por desgracia, la valentía, el arrojo, la visión de largo plazo y la generosidad no son cualidades que adornen a las actuales elites mexicanas, que son precisamente las encargadas de enfrentar los problemas macro. Los altos funcionarios federales y estatales, y empresarios que los acompañan, se dedican ante todo a repartirse bienes, posiciones y oportunidades con la ferocidad de una temporada de caza electoral. Medios que, canalizados con imaginación, ambiciones de grandeza y voluntad política de trascender, bien pudieran detonar y concluir una empresa de grandes dimensiones humanas. La primera que emprendería la moribunda administración de los gerentes que gobierna México. Aventura que, por cierto, tampoco se han permitido visualizar los partidos y sus burocracias, ocupados en múltiples cuan pinchurrientas urgencias y pleitos internos por ocupar un escalón jerárquico más elevado que el del rival.

Por estos aciagos días, diputados federales y hacendistas siguen trenzados en forcejeos inacabables. Con manos ávidas intentan repartirse el botín remanente de un presupuesto que desfallece bajo torpe disputa legal, mientras la tormenta desatada a su derredor termina por desvanecerse en solitario. Los recursos para financiar la tarea reconstructiva existen. Grandes cantidades de ellos sudan magros intereses en los bancos nacionales, y otros, mayores aún, aguardan tiempos extraños para su uso convertidos en bonos del tesoro estadunidense. Esto último se asienta por si alguna falta hiciera adquirir bienes, servicios o tecnología de fuera, pagadera en cualquiera moneda de las llamadas duras. Nadie se ha atrevido siquiera a mencionar, a sugerir y menos a proponer con bases firmes y ánimos de Estado que los remanentes presupuestales (unos 100 mil millones de pesos), que hasta hoy no han sido ejercidos, acaben como respaldo de lo que hace mucho se pudo hacer: sujetar una naturaleza accidentada donde viven millones de mexicanos dejados a lo que dicte su mala suerte, subdesarrolladas capacidades, la presencia creciente de ciclones o la crónica desorganización que incide, con pesada indiferencia, en la falta de previsión.

El escenario de desastre de varias maneras le vino de perlas al presidente Fox y a su inseparable esposa. Por una parte cumplieron con lo que debían hacer: auxiliar al que sufre, en lo posible, al menos con su presencia y disposición de ánimo. Un rol más que adecuado a las posibilidades de don Vicente, quien a menudo recuerda sus pasadas andanzas de candidato. Pero ya con la popularidad repuesta y sobrepasada la trifulca que al habitante de Los Pinos le ocasionan las crecientes denuncias de abusivo tráfico de influencias de sus entenados, da por terminada su participación y se apresta a emprender nuevo viaje. La emergencia fue superada, declara con voz de triunfador envalentonado. Parece aceptar que de lo que resta se harán cargo funcionarios federales menores junto con los transparentes gobernadores de los estados afectados. Todos ellos concentrados en los recursos adicionales para sus arcas, ávidas de clientes, negocios personales y favores con tufo electoral.

Dentro de algunos pocos años se verán de nueva cuenta inundaciones, pérdidas y tragedias que bien se pudieron evitar de ahora en adelante. El diseño de represas múltiples a lo largo de las acequias hasta formar complejos para desfogo controlado, la adecuada canalización de los cauces de arroyos y ríos, los asentamientos protegidos contra avalanchas y torrentes, edificados en conjuntos y zonas elevadas; altos puentes que resistan impetuosas corrientes, aún mayores a las provocadas por Stan; las carreteras elevadas a lo largo de cientos de kilómetros en costas planas y montañas escarpadas, los sistemas de alerta con sus protocolos de acción, el acopio de instrumentos para atacar las emergencias, puestos a disposición de ayuntamientos o comunidades asentadas en zonas de riesgo, tendrán que esperar una camada de hombres y mujeres que estén dispuestos a correr la aventura demandada por esta postrada república.

La movilización de los recursos para enfrentar tales retos está al alcance de aquellos que, con arrojo y patriotismo verdadero, con deseos de superar la adversidad, puedan emprender esa aventura constructiva de grandes dimensiones que, esperanzada, desearía la población. Por lo que toca a las actuales elites decisorias, el problema y sus soluciones reales, una vez más, les recordará su pequeñez.

 
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