Usted está aquí: miércoles 12 de octubre de 2005 Cultura Akira Kasai detuvo el tiempo con una inconmensurable partitura del cuerpo

El ángel del butoh presentó Pollen revolution, lo más relevante en Cuévano

Akira Kasai detuvo el tiempo con una inconmensurable partitura del cuerpo

PABLO ESPINOSA ENVIADO

Ampliar la imagen Akira Kasai ofreci� noche del lunes la primera de dos funciones de su obra maestra, en el teatro Cervantes FOTO Roberto Garc�Ort� Foto: Roberto Garc�Ort�

Guanajuato, Gto, 11 de octubre. La presentación del artista japonés de 62 años, Akira Kasai, con su obra maestra Pollen revolution, constituye sin duda alguna la parte medular, la más impactante, trascendente e insuperable de todo el Festival Internacional Cervantino.

No en balde la fotografía de este alumno de Kazuo Ohno y Tatsumi Hijikata, los padres fundadores de la danza butoh, aparece en la portada del programa de lujo de esta emisión cervantina y en las fotografías de tamaño espectacular que penden encima de la entrada de los túneles de todo Cuévano.

El arte de Kasai es inconmensurable.

Su espectáculo de 70 minutos de duración detiene el tiempo. Es un copo de nieve suspendido en pleno ascenso, una brizna de polen en el momento de fecundar la flor. Retrata el vuelo congelado de una grulla en el crepúsculo. Un cuento zen narrado por un hada. Un haikú expandido, el estallido de un árbol de cerezo en flor.

El polen de una cultura

Akira Kasai fundó en 1971 la escuela Tenshi-kan (Casa de los ángeles) para desarrollar su Teoría de los ángeles (Tenshi-ron), como una prolongación de su aprendizaje con Kazuo Ohno y Tatsumi Hijikata, y después, durante siete años en Stuttgart con el filósofo alemán Rudolf Steiner, el fundador del movimiento conocido como Antroposofía y su método Eurhytmics, o El ritmo de la Belleza, en una elongación estética conocida como post-butoh y con tal amplitud de miras y encanto escenográfico que ha sido comparado por igual con Kazuo Ohno que con Marcel Marceau, Mike Jagger y Vaslav Nijinski. A Akira Kasai también le llaman, con razón, El ángel del butoh.

Pollen revolution basa su portento en un principio zen. "Si el hombre es una partícula del universo, puede ser mayor que el universo. Si alguien -expresa Akira Kasai- es capaz de comprender esto, puede emprender todo tipo de revoluciones. Cambiar el universo".

Eso es lo que hace en escena el ángel del butoh. Pollen revolution es una partitura para el cuerpo tripartita. En el primer movimiento, allegro assai, Kasai aparece vestido como la joven dama Kyokamoko Musume Dojoji, quien encarna con gracia y perplejidad extrema una de las más famosas danzas del kabuki. Devuelta a su condición de estatua, esta hermosa ninfa de kimono mueve apenas una fracción de milímetro, una parte infinitesimal de un músculo de su rostro, que comunica con una de sus falanges, y tiembla en consecuencia el kimono entero. El cuerpo de la joven dama de kimono estalla entonces en pedazos como polen, gineceo magnífico.

El polen en la cultura milenaria japonesa es un símbolo de nueva vida.

Vista de perfil desde el butaquerío, la joven dama kabuki, que no es otra que Akira Kasai en escena, asemeja un cerezo en flor que se mece imperceptiblemente con cantos rituales de danza butoh. Es un verso de marfil, un chopo de agua, un árbol de cerezo bien plantado mas danzante, un amplio surtidor que el viento arquea. Falda de agua, polvo de arroz en su mirada. Un cuento zen narrado con los signos sinópticos del cuerpo.

Una fuerza voltaica anima su ánima, un torrente telúrico mueve sus entrañas todas, explosiones submarinas compulsan el torrente de su sangre.

La magia hipnótica de su moverse quieto escribe versos de un haikú terrible y bello. De pronto tiene alas de velocirráptero y enseguida de ser bestia vuelve a su condición humana, profundamente humana.

Tres asistentes entran en escena para retirarle el polen rojo que circunda su mirada, despojarlo por completo del kimono y vestirlo en traje negro. Su rostro ahora es el espanto, la alegría, el temor, la inocencia, el pavor, la concupiscencia, el estado de gracia y el abismo, todo al mismo tiempo.

El suyo es un cuento de hadas contado por un ogro, un cuento de horror narrado por un hada buena. Sus gestos son el boquear de un pez fuera del agua, el asombro estupefacto de mirar hacia abajo y ver devuelta la rajada entre sus piernas de sirena que vuelven a abrirse como el cortinaje de un tálamo alimentado por el aire fresco de la madrugada. Masculino/femenino, oscuridad/alto resplandor, fuego y nieve, alfa y omega, vida y muerte, ying y yang. Balance eurrítmico.

Luz a medio proscenio

La sonrisa vertical devuelta al alma, la energía del sexo devuelta a sus orígenes, las mieles del jardín de la inocencia arrebatadas a un óleo tenebroso de Hyeronymusch Bosch, El Bosco. La revolución de un hombre solo que sin ser ningún dios devuelve el sentido humano a todo aquello que por fuer de sentimientos destructivos amenazaba con dejar de ser humano.

Una respiración de clepsidra ahoga ahora sus encantos y la dama Kasai, el caballero Akira, está ahora desnudo y ahora está vestido todo en blanco y del cielo lo baña una lluvia de polen, una llovizna de oro como a Dánae en el óleo de Gustav Klimt, como a la oruga le salen alas y se convierte en mariposa y entonces la obra entera cobra sentido: la muerte es una manera distinta de vivir. Recita entonces Akira Kasai todo de blanco: ''Brilliant Light. Darkness. This is my body. Lovely. I don't know but I know: I love you". Y queda entonces su danza de grulla en pleno apareamiento suspendida en al aire como una flecha en flor, una lanza a la que le han salido flores, una daga encendida que se convierte en la pavesa que hace ígnea el alma y despierta las mil explosiones del cuerpo, las mil explosiones del ánima que estalla de tal manera en cada sístole, en cada diástole, en cada grulla que es alcanzada en pleno vuelo por la lanza y se convierte en flor y su vida recomienza e inicia de nuevo la revolución del polen.

Akira Kasai, el ángel del butoh, volvió a nacer entonces a sus 62 años en pleno escenario. Se convirtió en luz a medio proscenio del teatro Cervantes de la ciudad de Guanajuato la noche del lunes 10 de octubre de 2005, fecha que recordarán toda su vida, que es eterna, todos los ángeles que lo vieron danzar desde la copa de los árboles convertidos todos en un estallido sereno de cerezos en flor, adonde acudieron a dormir las grullas, fatigadas de tanta belleza derramada como polen germinal.

Akira Kasai en Guanajuato. Epifanía.

 
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