El facilitador
En aquel tiempo el ex presidente era un león herido. Su hermano -el hermano incómodo- había sido detenido por agentes de la PGR como presunto autor intelectual del homicidio del secretario general del PRI, y la nota periodística no era halagüeña: acusaba al ex presidente de haber pretendido impedir el arresto con ayuda de su escolta personal. Así, con la capacidad de asombro atrofiada por los sucesos del annus horribilis 1994, los mexicanos vivimos pegados al televisor presenciando la muerte del sistema político diseñado para dirimir controversias sobre el único tema importante: la sucesión presidencial.
PRI, RIP, había muerto la dictadura perfecta concebida por Plutarco Elías Calles, asesinada por quien jugó con el sistema y toleró al partido como un mal necesario; el hombre que para halagar a Estados Unidos contempló, como haría el iluminado Hugo Chávez años después, cambiar el nombre del país; ofrecerlo como dote para tener acceso al tálamo nupcial del TLC. "México" suena dinámico, decían algunos corifeos del régimen. Dejemos lo de "Estados Unidos" a los gringos. Douglas MacArthur se despidió diciendo que los viejos militares no mueren, se desvanecen. Eso pasaba con nuestros ex presidentes: se iban a casa sin chistar. ¡El rey ha muerto, viva el rey!, ésa era la regla.
Pero este ex presidente jamás contempló el retiro: aspiraba a gobernar desde las sombras, regresar al poder. Esa tarde, sin embargo, estaba fuera de sí: ¿cómo se atrevía el presidente a golpear a su familia? Con la mente atormentada por la ira debe haberse preguntado una y mil veces: ¿a mí, padre de "su" candidatura, autor del TLC y artífice del México moderno? ¿A mí, darling del neoliberalismo, futuro rector del comercio mundial y aspirante a un maximato de cuatro sexenios para continuar gobernando con incondicionales?
A las dos de la tarde el ex presidente herido, maestro en el manejo de los medios, llamó a un popular noticiario para leer -¿acosado, incrédulo, enfurecido?- un texto que dijo haber preparado "varios días antes". Intentaba convencer al auditorio de que sus comentarios no estaban relacionados con el drama familiar, pero lo delataban el tono de voz y el discurso atropellado. Saludó apresurado al conductor del programa y lanzó a bocajarro una diatriba desordenada contra el nuevo mandatario: lo culpó de la crisis navideña de 1994. Después hablaría de "deslealtades, traiciones y cobardía", insinuando que en el primer mes de gobierno el nuevo presidente había destruido la obra de su administración. Retó al presidente a reconocer un ominoso "error de diciembre", acuñado con el propósito de destruir la credibilidad del nuevo gobierno, al que acusó de traición, porque reconocía en el extranjero errores que ocultaba a los mexicanos. Iba de la ira a la deprecación; se sentía agraviado por las insinuaciones escandalosas sobre un posible encubrimiento de los asesinatos que agobiaron los últimos meses de su gestión. Su furia parecía no tener fin; continuó acosando a los medios hasta que se le negó el derecho de interrumpir la programación. Desesperado, "ofrendó la vida" en un "ayuno" que pareció levantamiento, y que pretendió justificar en aras de "la dignidad, el honor y la verdad". Se refugió en Monterrey, "su tierra", en la humilde casa de una obsecuente "señora Rosy", desde donde retó al poder presidencial.
Solo, sin ejército, sin armas, desde el corazón de su "partido", Solidaridad, se convirtió en un remedo de los caudillos revolucionarios. Armado con la fuerza de la palabra (y la comodidad de un jet privado para ir y venir a la ciudad de México) montó un mise-en-scène destinado a los medios internacionales. Pretendía desatar las fuerzas más retrógradas del sistema para hundirnos en un río revuelto; crear otro polo de disidencia en la frontera norte para destruir al presidente. Al final, la tibia disculpa del procurador sirvió únicamente para alentar los ánimos de los jinetes del Apocalipsis que esperaban ansiosos a las puertas del sistema para conducirnos hacia la "libanización" de México.
Tras la tormenta, el ex presidente apareció en Nueva York, en el ambiente civilizado de la embajada mexicana en Naciones Unidas. Ahí recibió a los medios y dio rienda suelta a la especulación: ¿continuaría retando al gobierno? ¿Recularía? The New York Times lo describió disfrutando una taza de hierbas aromáticas y dialogando con la prensa internacional. Vestía un terno azul marino y zapatos bostonianos. "¿Puedo regresar a México? -se preguntó-: ¡en cualquier momento!" Surprise: ¡ya llegó! La semana pasada, describiéndose como "facilitador de programas sociales", apareció en Bellas Artes, rodeado de políticos y empresarios a quienes benefició. No todos lo celebran: el senador Manuel Bartlett declaró que su apoyo a Madrazo agudizará la crisis del PRI y le hará "severo daño al país".
"Su megalomanía es impresionante", dijo Bartlett, "por medio del dinero pretende ser jefe máximo de la plutocracia." ¿Jugará como antaño con varios candidatos? No parece tener más futuro que la inmunidad del Senado: ¿Pinochet en Tenochtitlán?