María Elena Jacinto Rauz, la madre, nunca pronuncia la palabra
violación. Lo llama "eso". Janet, la hermana mayor
y testigo del atentado, tampoco lo nombra, al igual que su madre lo
llama "eso". Humberto Carrasco, el hijo mayor en quien María
Elena se apoya, habla de "eso" o de la "grosería".
Eso
"El sábado 31 de julio de 1999 a las tres y media de la
mañana, dormíamos mis dos hijos, uno de uno y otro de
seis, aquí están, mírelos, ese es, el del pañal,
el otro por allí anda, y mi hermana Paulina, que se vino con
nosotros porque hacía mucho calor y yo tengo un 'cooler' muy
ruidoso pero de algo sirve -cuenta Janet llorosa-. Dormíamos
todos en la misma cama y desperté con el filo de una navaja en
el cuello''. 'Levántense, hijas de su pinche madre'. El ladrón
tenía la cara tapada con una mascada azul. Buscaba qué
robar dentro de la vivienda. A mí y a mis hijos nos amarró
boca abajo en la cama, a Paulina, de 13, con una patada la levantó
y la estuvo picando con su navaja y diciéndole muchas groserías.
'Voy a matar a los chamaquitos'. A Paulina la violó en la misma
cama donde estábamos amarrados". '¿Dónde tienes
el dinero, hija de la chingada?', gritó. Le tuve que decir dónde
guardaba el que me había mandado mi marido. Rompió la
chapa del ropero, lo encontró, nos robó un celular Motorola
y los mil pesos en efectivo.
''Y se fue.
''Pude soltarme y desamarrar a mis hijos. Aterrada, miré a Paulina,
estaba como muerta, toda ensangrentada.
''Lloramos mucho''.
(Todavía hoy, Janet llora y Paulina limpia las lágrimas
que resbalan por sus mejillas redondas. Las limpia como niña,
con toda la palma de la mano).
Mamá, me violó ese hombre
''Apenas íbamos a hacer un año en Mexicali -dice la madre
María Elena-, cuando le pasó esta desgracia a mi hija.
Faltaban nueve días para el año, cuando nos sucedió
esto. Y ahora si que enfrentar todo lo que venía, pues a mí
me dolió tanto lo que le pasó a mi hija. Cuando vi a mi
hija cómo estaba, me desesperé y pensé que a ese
hombre lo podría yo despedazar. Pienso que hasta lo peor podría
haber hecho. Mi hija Janet estaba amarrada con sus hijitos y encontré
a Paulina con las piernas sucias de sangre: 'Mamá, me violó
ese hombre'. '¿Cómo?', le dije. 'Sí', me dijo.
Ora sí que como es una niña, la desgració. Estaba
toda su ropa llena de sangre, así la vi, toda ensangrentada.
''Yo busqué, corrí, pasó un carro y le grité
'¡socorro!': 'Oiga, usted trae radio, pida auxilio -le dije-,
hable a la policía". 'Sí', me dijo. Yo vi que despegó
el radio pero no sabría decir si llamó o no, pero ahí
llevaba un pasaje y enseguida arrancó y ya no supe más.
''Por más que grité y les hablé a mis vecinos,
nadie, nadie salió. Cuando llegó Humberto, él se
encargó de todo, se fue a traer a las autoridades. A cada rato
venían, tuvimos mucha ayuda de la policía porque cada
que agarraban a un ladrón, nos avisaban y en el transcurso del
mes lo detuvieron''.
Cuarenta veces en la cárcel
El violador fue detenido pronto. Las autoridades llamaron a las víctimas,
Paulina y Janet, acompañadas por María Elena y Humberto,
para que lo identificaran. Apodado El Cuervo, su nombre es Antonio Cedeña
Márquez y su ficha policiaca data del 24 de abril de 1986 y cuenta
con 40 encarcelaciones previas. Es de religión católica
y adicto a la heroína. En enero de 1991 fue detenido hasta tres
veces: el 10 de enero por agresión, intoxicado por heroína;
el 14, por asalto y golpes, y el 25, por riña en el bar Azteca.
De la Colosio a la Lucerna
(Continúa la madre, María Elena): -A raíz de eso,
nos cambiamos con Humberto: 'Vénganse para acá, yo las
cuido'. Y no ha dejado de hacerlo. Mi esposo estaba con su barco en
el mar. 'Lleva a Paulina a ver a la doctora Sandra', dijo Humberto,
y llevé a Paulina con la doctora Sandra Montoya, que es buena
y tiene un dispensario.
-Paulina está embarazada -me dijo la doctora.
Añadió: 'Bueno, yo puedo hacer el legrado pero necesito
la autorización del Ministerio Público'".
El calvario de Paulina y su madre
El Ministerio Público le pasó el caso al Hospital General
de Mexicali. Y a partir de ese momento se inició el calvario
de la familia.
Isabel Vericat, licenciada en derecho y abogada en Derechos Humanos
que trabaja con GIRE (Grupo de Información en Reproducción
Elegida) y su segura servilleta viajamos a Mexicali el miércoles
29 de marzo de 2000. En el aeropuerto nos esperaban la abogada de Paulina,
Socorro Maya Quevedo, que ha llevado el caso espléndidamente,
y Liliana Plumeda. Gracias a ellas, entrevistamos primero al sub-procurador
de Derechos Humanos, Federico García Estrada. Fuimos también
al Hospital General de Mexicali, un edificio enorme y feo en el que
la gente entra y sale como Pedro por su casa: una auténtica romería.
Niños, mujeres y ancianos atiborran los pasillos y afuera, como
en todos los hospitales de México, pueden comprarse tortas y
refrescos. Paulina y María Elena permanecieron la semana sin
que les sucediera absolutamente nada.
No me dieron ni agua
(Habla Paulina): ''En estos siete días me trataron mal porque
me tenían en ayunas y no me daban ni agua. Me metieron a donde
meten a todas las mujeres que van a dar a luz. Esperaban subirme "a
piso" para darme de comer''.
-¿A las demás sí les daban de comer?
-Sí.
''Afuera esperaban mi mamá y mi hermano y nunca los dejaron entrar
ni pasarme alimentos''.
-¿Ya le hicieron ''eso" a mi hija? ¿Cómo está?
-preguntaba mi mamá.
-¿Cómo se llama su hija? -le preguntaban. Mi mamá
buscaba el modo de decirles por qué razón estaba yo allí
y le daba pena porque había mucha gente. "Pues mi hija esta
acá porque le van a hacer un legrado". En la tarde, otra
vez lo mismo. Así, a diario. Yo me sentía mal, como si
no fuera gente.
(Habla María Elena): -Ella es una niña, no una mujer de
edad y a mí me preguntaban constantemente que por qué
estaba allí y yo decía: "Por eso". Y me contestaban:
"No, no le han hecho nada, allí está".
Allí me dormía yo. Me llevé mi cobija, me dormí
en el piso los siete días, en un pedacito en la sala. No me despegué
para nada. Cada tres o cuatro horas preguntaba por mi hija a las enfermeras,
a las recepcionistas. Nunca me daban razón y nunca le hicieron
nada. Preguntaban quién era yo y por qué estaba allí:
"¿Qué quiere?". Nos humillaban.
-¿Quién es Paulina del Carmen? -gritaba una enfermera.
¡Habiendo tanta gente y la enfermera gritando! Humberto y yo sentíamos
bien feo. ¿Qué podíamos hacer? ¿Para qué,
pues, gritarlo en esa forma?
Gastamos 6 mil pesos
(Interviene Humberto): ''Nos daban largas, me pidieron un medicamento
para dilatarle la matriz, de 400 pesos, una inyección que nunca
se le puso. Tampoco se le hizo el ultra sonido. '¿Saben qué?
No sirve el aparato. Tienen que hacerse los análisis por fuera.
Nosotros no tenemos el equipo'. Total, gastamos 6 mil. De hecho uno
de los médicos de allí dijo que haría el legrado
porque si le hubiera pasado lo mismo a su hija, él se lo hubiera
hecho y me pidió un medicamento. Lo compré y ya no vi
al doctor. Pasó el viernes, el sábado, el domingo, el
lunes... Todo el día preguntaba yo por él, que tiene una
operación, está en una junta, anda muy ocupado, no ha
salido del quirófano, ya salió. Entraba a las seis de
la mañana y salía a las dos. Entre tantas negativas decidí
madrugar y atajarlo a las seis en el lugar donde checan los doctores.
'Pues fíjese, doctor, que ya tengo una semana, ya compré
el medicamento'. Y me dijo: 'Sí, es cierto, mira, la verdad,
no lo voy a hacer'. Le respondí: 'Me habría dicho eso
desde un principio para no gastar lo que he gastado y tampoco mi hermana
hubiera estado tanto tiempo aquí'. Y se fue y me dejó
con la palabra en la boca. Le valió. Me enojé, fui al
Ministerio Público y a mi hermana la dieron de alta, sólo
para que volviera a entrar el día martes. Resulta que tampoco
le hicieron nada. El director del Hospital General, Ismael Avila Iñiguez,
nos hizo ver los riesgos que corría Paulina. Nos trataron muy
mal y a mí nunca se me va a olvidar.
En el terreno de las convicciones
El doctor Avila Iñiguez nos hace pasar a su despacho a Isabel
Vericat, a Silvia Reséndiz Flores y a mí, y de inmediato
Isabel lleva la batuta de la entrevista. Lúcida y convincente,
Isabel Vericat se crece mientras Avila Iñiguez, que de entrada
no me pareció nada antipático porque le encontré
un ligero parecido con Manuel Peimbert, se fue desinflando. Joven, nada
prepotente (a diferencia del doctor Carlos Alberto Astorga Othón,
director de ISESALUD), el doctor Avila Iñiguez respondió
a todas nuestras preguntas y sin capote se enfrentó a Isabel,
que lo embistió como toro de Miura.
-Paulina llega aquí con una autorización del Ministerio
Público para una interrupción del embarazo por violación.
Entonces, como directivo de un Hospital General, mi función consiste
así, entre comillas, en dar una orden para que uno de los ginecólogos
del hospital la cumpliera.
''Aquí nosotros íbamos saliendo de un problema laboral
muy serio. Tomé la dirección de este hospital en septiembre
luego de un paro de diez o 15 días. El jefe de Ginecobstetricia
me dijo: 'Consulté a los médicos de servicio y ellos no
están dispuestos a realizar el procedimiento'.
-¿Qué razón adujeron?
-Dijeron que son médicos para preservar la vida no para quitarla.
Fue una decisión muy propia del servicio de Ginecobstetricia.
-Un objetor de conciencia es todo lo respetable que se merece, pero
a nivel institucional siempre tiene que haber médicos dispuestos
a cumplir, porque el aborto por violación es legal según
el artículo 136 del Código Penal de Baja California.
-Así es. Cuando nos pusimos a buscar un poquito de antecedentes
vimos que era la primera vez que había un caso semejante y enfrenté
el primer bloqueo de los médicos. Al día siguiente, yo
tenía una especie de motín aquí con los médicos
ginecólogos. Dijeron que no estaban de acuerdo y que si era necesario
se iban a amparar, porque no había ninguna autoridad que los
obligara a realizar algo contra lo cual estaban y para lo cual no habían
sido formados. Una pregunta que me exigían los médicos
era: "¿Por qué el Hospital General de Mexicali es
el que tiene que resolverle estos casos al Ministerio Público?
El Ministerio Público tiene presupuesto para atender a sus judiciales
en hospitales particulares''.
-Pero el derecho de Paulina era totalmente legal.
-Los médicos alegaron: "Si es una situación legal,
que la haga el Ministerio Público. No tiene por qué involucrar
al hospital".
-Oiga, doctor, pero es una operación muy fácil, ¿no?
-Es el de la extracción manual intrauterina... El problema es
que en este asunto se entró al terreno de las convicciones y
lo más difícil es obligar a la gente a hacer algo con
lo que no está de acuerdo.
'''No, ¿sabes qué?, yo no estoy dispuesto'. Los médicos
sabían que Paulina era menor de edad y que era un aborto por
violación. Uno de los médicos me dijo: 'Ninguno de nosotros
vamos a realizar el procedimiento. Es más, si tú me presionas
yo renuncio', y el doctor Leonardo Garza, jefe de Ginecobstetricia,
renunció. Esto sucedió durante el primer internamiento
de Paulina, el de los ocho días.
''Ante esta situación, yo le pedí tiempo a la familia:
'¿Saben qué? Yo tengo un problema laboral'. La niña
ya había estado una semana entre los 'ahorita y al rato' de los
médicos que no estaban convencidos''.
-¿Y por qué la tenían en ayuno? ¿Por qué
no podía comer?
-La situación del ayuno era propiamente para que uno de los médicos
que aceptara hacer el procedimiento lo hiciera en cualquier momento.
''Me detuvieron 36 horas en los separos de la Judicial por desacato
a la orden del Ministerio Público. Llamé al doctor Astorga
Othón: '¿Sabe qué? Los médicos no quieren
hacerlo'. '¿Sabes qué? -me respondió Astorga Othón-,
yo voy a hablar con el Ministerio Público porque soy la autoridad
de salud en el estado y por mí debió haber llegado esa
orden'''.
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