Todos hablan de la mala economía
y de su pobreza.
Demanda unificadora la nacionalizacion de los hodrocarburos
Bolivia: se desmorona el Estado patriarcal y crece peligro de mano dura
* Hay autoritarismo de los de arriba y de los de abajo
* Presencia fuerte de las mujeres pero sin voz propia
Ximena Bedregal, enviada
Bolivia, un país profundamente
multicultural, donde en el último censo el 65 por ciento se autodeclaró
indígena y donde este dato, más que un elemento estadístico
implica cosmovisiones, tiempos, rituales, lenguajes y estructuras
sociales ajenas a la racionalidad occidental, misma que ha resistido
por 500 años. Es un país donde la colonización
no ha terminado y por tanto la resistencia indígena tampoco.
En esta resistencia se articulan una
memoria de autonomía y autorganización (los aillus y sus
estructuras económico político administrativas), de insubordinación
y guerra (Zarate Willka y la más grande insurgencia india del
continente)
con la subordinación y la inseguridad del violentamente colonizado,
mismas que han llevado a los pueblos indios a ser los grandes artífices
de los cambios y luego a entregarle su consecución y administración
a las castas políticas blanco-mestizas. Sentimiento y práctica
que en los últimos años han venido cambiando fuertemente
y han generado estrategias y proyecciones propias que la población
blanco-mestiza no conoce ni entiende y ante las cuales se aterroriza
en culpógena negación. “Es otro mundo” dicen.
Un
país donde la pobreza extrema abarca a casi dos terceras partes
de la población y donde esa miseria estructura muchos de los
comportamientos sociales y políticos de la gente y de los propios
dirigentes y movimientos sociales, desarrollando comportamientos no
siempre rescatables.
Un país donde gran parte de lo que deberían ser políticas
públicas de Estado son realizadas, sin ningúna coordinación
y menos control, por la cooperación internacional, amarrando
a parte importante de la población en pobreza y miseria a la
práctica de la caridad, a la espera de lo que llegue, y a sectores
importantes de la clase media a las agendas internacionales y a la posibilidad
de –por esta
vía– mantener su nivel de vida.
Un país donde todos los cambios
han sido traicionados por las clases políticas blanco-mestizas
(empezando por la revolución del 52, pasando por las izquierdas
setenteras y finalizando en las nuevas estructuras estatales y político
partidarias de la nueva democracia neoliberal) y sin embargo lo siguen
atravesando todo (o casi todo), incluso el comportamiento y las formas
organizativas de partes importantes de los propios movimientos sociales
y sus organizaciones, copados en sus planteamientos y acciones por los
–abiertos o soterrados– intereses partidarios, corruptos
y corrompedores al extremo.
Un país donde los intereses de las nuevas clases económicamente
dominantes están claramente ubicados, geográficamente,
en la región occidente del país (zona amazónica
y preamazónica), lo que divide a Bolivia ya no sólo culturalmente
(cambas y collas) sino también económicamente, aunque
la mano de obra de la burguesía oriental sea fundamentalmente
andina: migrante o “relocalizada”.
Machismo-caudillismo
Un país donde la simbólica machista, masculinista, se
expresa históricamente en valores generalizados como el heroismo,
el caudillismo, el vanguardismo, el autoritarismo, que campean en los
movimientos sociales mostrando no sólo su carácter patriarcal
sino más en concreto y a corto plazo, su dificultad para entender
su propia diversidad y ya ni decir al género femenino y sus necesidades
dentro de la gran necesidad de cambios.
En pocas palabras, un país donde las insurrecciones, movilizaciones
y demandas, en tanto expresiones de la legítima necesidad general
de cambiar el pavoroso estado de cosas, no pueden ser leídas
simplemente como aquel soñado proceso revolucionario que podría
ser triunfante o derrotado, pero donde la lucha de clases estaría
expresando todas sus potencialidades de futuro y el empeoramiento
de la situación sería sólo responsabilidad de la
burguesía criolla corrupta y vendida y de sus “lacayos
gobernantes”, mientras la ausencia de autocrítica de los
movimientos sociales y en especial de sus líderes se perdona
“para no desunir más al pueblo”.
Se trata –desde mi mirada feminista– de una de las expresiones
continentales más profundas de la crisis del patriarcado, donde
conviven sus intrínsecas incapacidades económicas, políticas
y sociales para (ahora en su fase neoliberal
que ha empeorado la situación) dar solución a las necesidades
básicas de una de las poblaciones más diversas y complejas
del continente, en la que hay lecturas y
acciones lineales, autoritarias, dicotomizantes y excluyentes en todos
los sectores, incluso en los insurrectos movimientos sociales, además
llenos de sentimientos heroicos.
El autoritarismo de las clases dominantes
frente al autoritarismo de los sectores subordinados iracundos. Una
mirada cercana, cotidiana, inmersa en los hechos, diálogos y
movilizaciones diarias como la que he venido viviendo en estas semanas
de estar en Bolivia, termina por alejar cualquier visión romántico-revolucionaria
de los sucesos y hace sentir/pensar/saber que, como dicen aquí
“la cosa está jodida, todo puede pasar y, lo peor, ningún
escenario posible es esperanzador”: ¿Una represión
que acabe con las movilizaciones? ¿Un golpe de estado que recobre
lo más brutal del autoritarismo? ¿Un mantenimiento de
las movilizaciones a un plazo corto/mediano que –ante un dejar
hacer del gobierno y ante la parálisis de las actividades y el
aumento de la pobreza– polarice, derechice y hasta fascistice
las posturas de esa mayoría cuantitativa que no participa de
las movilizaciones? ¿Una salida de Carlos Mesa de la presidencia
para que entre quién, el presidente del senado, Hormando Vaca
Díaz, un representante de la burguesía más dura
de este país? ¿Una división del país en
pequeños paisitos? ¿Una guerra civil? Bolivia tiene experiencias
de la radicalización popular que finalmente le termina por abrir
las puertas a la más recalcitrante derecha ¿Se repetirá
la historia una vez más?
Mayo:
otra vez en las calles
Mayo crece con nuevas movilizaciones, marchas, paros y bloqueos, centrados
–hasta ahora– principalmente en las vecinísimas ciudades
de El Alto y La Paz. La gente corre antes de las diez de la mañana
a hacer sus trámites y actividades
porque a es a hora todo se paraliza; llegan los marchistas urbanos y
mineros desde El Alto, los campesinos desde las provincias del sur y
de los Yungas. El centro se llena de movilizaciones, de gases y los
ruidos de autos y micros se reemplazan con los gritos, consignas y explosiones
de los “cachorros de dinamita” que retumban uno tras otro
en todo el hueco paceño. Las fuerzas sociales bolivianas aprietan
el cerco. Pero ¿qué cercan?
En los primeros días de movilización, los diferentes contingentes
traen las más variadas demandas, los heladeros de El Alto quieren
que se vayan los peruanos que han traído helados industriales
que les quitan el mercado a sus “cremitas”caseras de medio
peso.
Los maestros quieren sus salarios y
mejores condiciones de trabajo. Un contingente de mujeres quiere que
alguna obra pública no les dañen sus casas. Los sin tierra
piden tierra y que la expropien a los nuevos latifundistas chilenos
que han abarcado grandes extensiones de propiedades. Los de las Juntas
de Vecinos de El Alto, al lado de los mineros y algunos fabriles, piden
cierre del parlamento y que se vaya el presidente Mesa. El contingente
de la federación de Mujeres de El Alto marcha entonando canciones
contra los políticos y el gobierno hambreador.
Y aunque en la medida que pasan los días se ha ido generalizando
como suerte de demanda unificadora la de nacionalización de los
hidrocarburos y en menor medida la de Asamblea Constituyente, en los
diversos contingentes la suma de las demandas abarca todo lo arriba
enumerado. Todos los líderes sociales hablan de la “Agenda
de Octubre” pero cada uno tiene diferente versión de esa
agenda, manifiestan públicamente sus diferencias y se dicen barbaridades
entre uno y otro sector. El dirigente que discursivamente se manifiesta
más radical es Jaime Solares, secretario ejecutivo de la Central
Obrera Boliviana (COB), que además de la nacionalización
de los hidrocarburos exige el cierre del parlamento, la salida de Mesa,
hace llamados a un “gobierno cívico militar progresista
y patriota” y saludó el llamado golpista de un par de tenientes
coroneles autodenominados “patriotas y nacionalistas”.
Solares,
ese líder de la tan internacionalmente admirada COB es, como
lo han demostrado organismos de derechos humanos y lo ha denunciado
la federación de periodistas en dos congresos, un ex paramilitar
que en la dictadura de Hugo Banzer trabajó en sus aparatos de
seguridad y durante el gobierno de Luis García Mesa fue responsable
directo de la desaparición de Renato Ticona Estrada y de las
torturas a Pedro Mariobo (militante del MIR y ex ministro). Los líderes
de los diversos movimientos sociales se niegan a tocar el tema y cuando
sale a relucir dicen o que es “una maniobra para debilitar a las
fuerzas populares” o que “son nomás declaraciones
que no se han probado”.
Felipe Quispe insiste en que “se debe reconstituir el sistema
de Aillus originarios” (sistema de organización económico
familiar originario de los andes aimaras) y que si no se da esto “ahora
... el Movimiento Indígena tiene preparados otros caminos para
su restitución”, y sus contingentes entran a La Paz en
un perfecto orden –casi militar– de cuatro en fondo, batiendo
sus whipalas (bandera indígena multicolor), tronando sus látigos
y al grito de naxunalixaxon manta nacionalización queremos),
en una actitud simbólica que parecía mostrar que todo
está bajo su control.Ya en la ciudad estallan dinamita, cosa
que llama la atención pues ésta en general era posesión
y símbolo de los mineros, lo que puede significar una planificación
que dé sorpresas. El lunes 30, ya en el centro, algunos obligaron
a chicotazo limpio a los señores de corbata a acársela,
a los pequeños comercios a cerrar, a los indígenas mirones
a incorporarse a la marcha y a los amarógrafos de televisión
a apagar sus aparatos. Actos más que simbólicos sobre
su rabia y visión sobre el blanco/mestizo y urbano.
Con la memoria de octubre, cuando las bases rebasaron a sus líderes,
éstas hacen asambleas y reuniones en los barrios y localidades
inmediatas. Casi imposible entrar a ellas, pero luego nos informan:
“la gente se está radicalizando, quieren la nacionalización
de los hidrocarburos, el
cierre del parlamento, la salida de Mesa y los más jóvenes
quieren irse a la guerra civil porque, dicen, no van a lograr nada de
otra manera. Están bravos, están diciendo que se van a
tomar el parlamento a lo macho (término muy usado en el lenguaje
popular), caiga quién caiga”. Los dirigentes no obedecen
a estas asambleas “informales”, cada cual maniobra según
el partido al que pertenece.
Un grupo de jóvenes indígenas raperos cantan en aimara
a ritmo de rap: “queremos paz pero necesitamos un poco de guerra
para que se equilibren las cosas”. ¿Qué es lo que
cercan las fuerzas sociales bolivianas? cercan al sistema, al capitalista
neoliberal que 21 años después
del decreto 21060 que lo instauró, muestra su imposibilidad en
un país como Bolivia. (Ese decreto terminó con el modelo
de estado de la revolución del 52, legalizando las bases del
neoliberalismo a través del fin de las subvenciones estatales,
de la privatización –capitalización– de la
minería, de la libre contratación de los trabajadores,
la relocalización de los mineros en las regiones donde se instalaba
la burguesía, etcétera). Cercan también al sistema
colonialista mantenido por las clases políticas, al Estado blanco-mestizo
que administra al país con criterios raciales para beneficio
del capital. Cercan a la injusticia que viven cada día. Pero,
como dice la aimarista y estudiosa de la cultura indígena Silvia
Rivera Cusicanqui, lo hacen con una enorme capacidad de veto general
pero estructurando más lo que no se quiere que lo que se quiere
y puede.
Movimientos sociales atravesados por la política tradicional
y sus partidos con una memoria y práctica caudillista y machista
que termina por simplificar las demandas en función de sus podercitos.
Las memorias y los olvidos de Octubre
El levantamiento de octubre (del 2003) mostró la mayor crisis
del sistema y la mayor capacidad de movilización de los sectores
sociales populares. Capacidad movilizadora que en muchas partes se logró
con un gran autoritarismo, con amenazas y hasta con castigos (son muchos
y repetitivos los testimonios en ese sentido), pero que logra infligir
una derrota temporal (en lo político, no en lo económico)
a los sectores políticos tradicionales, representantes de la
oligarquía y el poder y establece dos elementos principales hasta
ese momento nebulosos: una suerte de noción de soberanía
(uniendo las luchas por el agua, gas, tierra, coca) y la noción
de “refundar el país”. El primero se concretiza en
una idea general de recuperar las riquezas naturales de manos de las
transnacionales y la segunda en la demanda de Asamblea Constituyente,
retomada de una ya planteada en el 2002 por los pueblos indígenas
de la Amazonía en una gran marcha hacia La Paz. La oligarquía
cruceña también reacciona y hace explícita la vieja
demanda de autonomía aprovechando la ley de referéndum
(primer acto del presidente Mesa) para plantearla de una
manera legal a través de la recolección de firmas.
La
derrota política no dura mucho, los partidos políticos
que apoyaron a Sánchez de Lozada, derrocado en octubre, se recuperan
rápidamente. En parte por su poder sobre sectores de los movimientos
sociales, muchos de ellos pertenecientes a estos partidos donde los
caudillos no quieren quedar fuera de sus prebendas, y en parte por la
incapacidad legislativa principalmente del MAS (Movimiento al Socialismo),
que en función de mantener su poder en las bases, un perfil suave
ante la opinión pública, más su poca visión
sobre la legislación, deja las iniciativas principales a estos
mismos partidos. Las más importantes: la ley de convocatoria
a la constituyente que en sus principales propuestas –hechas desde
los partidos– no representa a los sectores populares y menos aún
a los indígenas, y el juicio a Sánchez de Lozada, que
fue diseñado por el propio partido del derrocado presidente y
que los parlamentarios de oposición tuvieron que votar o dejar
a éste impune.
Por otra parte, octubre y su mes y medio de paros y bloqueos trajo más
pobreza generando cuestionamientos en muchos sectores sobre los resultados
de los paros y bloqueos en el ya pauperizado bolsillo de los ciudadanos
bolivianos. “¡Ya pues! ¿hasta cuando? otra Bolivia
queremos, pero tenemos que vender y trabajar para vivir! le gritaban
a la marcha que bajaba de El Alto en muchas partes de su camino. Estos
no son reclamos aislados y sectores que ayer apoyaron a Evo Morales,
hoy piden “que una mano dura ponga orden”. No hay que invisibilizar
tampoco que amplios sectores urbanos de La Paz y de los otros ocho departamentos
de Bolivia apoyaron el discurso del presidente a través del cual
reiteró que no reprimirá, dio su apoyo al parlamento como
institución legal, aunque no esté de acuerdo con él,
dijo ,y abogó por el respeto a la Constitución. Retórica
que sin duda recoge el sentimiento de una parte importante de la población.
En otras palabras, una suerte de empate de fuerzas parece atravesar
al país mientras la división se ahonda y polariza cada
día más.
Finalmente, el discurso general, insurgente y radical de los líderes
populares se queda ahí, sin llevar a las bases reflexiones que
profundicen las propuestas y las alternativas para hacerlas viables
en los hechos y en el imaginario social. Un grupo de señoras
de El Alto me planteaba que la nacionalización del gas y del
agua iba a significar que ellas “ya no pagaran esos servicios
nunca más”. Los dirigentes señalan reiteradamente
que discutir y reflexionar los cómos, se produciría una
vez nacionalizados los hidrocarburos ya que ahora eso es “distraer
las luchas principales”.
Mientras tanto los que van diseñando las pautas concretas son
los que ellos mismos llaman “sus enemigos”. La sobrevaloración
de la política ha hecho que se olviden de lo concreto de la economía.
El legítimo deseo popular de cambios no parece llegar más
allá de consignas generales que muevan a lo más dolido
y humillado del país.
Y ¿que pasa con las mujeres en esta convulsa Bolivia?
Si bien históricamente mujeres de los sectores sociales más
radicales fueron activas partícipes de los movimientos populares
y de la revolución -recordemos a las barzolas (mujeres, principalmente
indígenas, armadas y movilizadas) de la revolución y posrevolución
del 52 y a los comités de amas de casa de las minas- el advenimiento
de la nueva ola del feminismo impulsó esta participación
en lo público con mayor extensión.
En Bolivia el feminismo nunca se constituyó en un movimiento.
Su presencia se expresó más bien en organizaciones de
mujeres conformadas como organismos no gubernamentales (Ong´s)
que negándose a autonombrarse feministas empezaron a hacer trabajo
con mujeres populares apoyadas por la cooperación internacional
y que bajo sus agendas y directrices trabajaron en la década
de los 80 y 90 impulsando la organización en función de
la distribución de alimentos, lo que aumentaba la dependencia
y reproducía los roles femeninos; y de proyectos productivos
de escaso alcance que a corto y mediano plazo fracasaban. Sin embargo
tuvieron efecto en la generación de liderazgos femeninos. Esta
presencia se hace más fuerte con las consecuencias de la relocalización
y aumento de la pobreza que trae el decreto 21060, donde la capacidad
comerciante de las mujeres aimaras y quechuas hace que la economía
familiar se sostenga fundamentalmente en ellas. La hoy ciudad de El
Alto, hasta entonces sólo un barrio de La Paz, desarrolla una
economía basada mayoritariamente en el pequeño comercio,
que vive de la pequeña venta diaria y donde más del 95
por ciento son mujeres. La Federación de Gremiales está
a su vez compuesta en un 80 por ciento de mujeres. La Federación
de Juntas de Vecinos está también integrada casi en su
totalidad por mujeres.
No obstante esta composición, los líderes principales
han sido y siguen siendo hombres, aunque en las direcciones intermedias
fueron apareciendo mujeres y en los lideratos de base su número
es mayoritario. Hacia la segunda mitad de los 90 aparecen las primeras
federaciones de mujeres, así como la Federación de Mujeres
Campesinas Bartolina Siza.
Sin embargo esta presencia y participación no ha significado
un cambio en la forma de hacer la política, se han reproducido
a imagen y semejanza de los partidos y de las organizaciones masculinas:
estructuras y decisiones totalmente cupulares, manejo corporativo de
las mujeres, repartición de los recursos según las necesidades
proselitistas de sus partidos, corrupción entre las dirigentas,
divisiones constantes, lideratos que son derrocados y cambiados constantemente.
La injerencia de los partidos políticos en ellas ha sido una
constante y ha derivado en un uso brutal de los intereses y necesidades
de las mujeres. La federación de Mujeres Campesinas Bartolina
Siza, por ejemplo, está dividida en tantas partes como sectores
tienen el MAS y el MIP (Movimiento Indígena Pachakuti). La estrategia
más conocida en algunas organizaciones indígenas para
la participación de las mujeres es el Chachahuarmi (liderato
en pareja, marido y mujer), “dicen va a haber un mallku (alcalde)
y una mama talla (alcaldesa), pero sabemos que la mamatalla se termina
ocupando de los niños y quedamos en las mismas, como el despacho
de la primera dama.
Sin embargo sabemos que en el pasado había organizaciones paralelas
de las mujeres lo que no es de conocimiento común en el movimiento
indígena, menos en la parte femenina e insistimos mucho que eso
se considere” (entrevista con la investigadora Denise Arnold).
En El Alto hoy existen dos Federaciones de Mujeres (FMA) subdivididas
en tantas corrientes antagónicas como divisiones y candidatos
han tenido el MIR o CONDEPA. Estuvimos presentes en el IV Congreso de
la FMA, mismo que terminó a golpes porque un sector quería
continuar con el evento y discutir sus propuestas para la movilización
y para la Asamblea Constituyente y otro quería obedecer las órdenes
de la Central Obrera Departamental a la que pertenecen, suspender el
congreso e incorporarse de inmediato a las manifestaciones. Ganó
esta última, no por votación sino de hecho y ahora ante
la situación social general, su congreso –que les costó
meses de organización– está suspendido indefinidamente
y se encuentran sin directiva. Bajé con ellas en una de las marchas
hacia La Paz, al terminar la manifestación después de
una buena gaseada, pasaron lista de asistencia, misma que me prohibieron
filmar.
No obstante, ha crecido la conciencia participativa y “es algo
común en los diversos sectores la demanda de participación,
pero hay que ver que las mujeres no son adecuadamente tomadas en cuenta,
no se les permite hablar en reuniones o asambleas, sus intervenciones
no se toman en cuenta con suficiente seriedad o en otros casos las usan
como meros ornamentos”(entrevista con la investigadora Alison
Spedding).
Por
otro lado es constante un discurso anti Ong´s. “Piden dinero
en nuestro nombre, sus funcionarias viven como ricas, reparten las cosas
como quieren y nos dividen” dicen líderes del Alto. Es
evidente que las funcionarias de Ong´s, blancas, urbanas y clasemedieras,
no han logrado comprender la realidad cultural de las aimaras y quechuas
y frecuentemente trasladan su mirada occidental a esa otra realidad.
Las mujeres reciben lo que les dan y en cada oportunidad que tienen
piden más, por su enorme necesidad, pero las siguen viendo con
la desconfianza con que se mira al “k´aras”(blanco
colonizador).“Las Ong´s son parte del sistema de dependencia
del país y es la manera en que la burguesía boliviana
mantiene su nivel de vida viviendo de los pobres y de los pueblos indígenas”
plantea Denise Arnold. Si bien hay Ong´s que trabajan medianamente
bien, las hay –y muchas– que además han provocado
serios problemas en las comunidades.
Spedding considera que “el discurso directamente feminista ha
sido viciado, en parte por venir de Ong´s dirigidas por señoras
de clase media, con una actitud muy maternalista que aparecen convencidas
de que ellas saben lo que necesitan las mujeres de base. Si, por ejemplo,
se habla del problema de que las niñas asisten menos a la escuela,
dan por supuesto que es porque esas niñas están cuidando
a sus hermanitos, y no captan su participación en las actividades
productivas y económicas.
Trasladan otros modelos y eso crea rechazo”. Como plantea Arnold,
todo ese proceso de la equidad y la visibilización y participación
de las mujeres ha sido también la estructuración de las
mujeres de las elites, la colocación en los espacios de poder
de sus puntos de vista y demandas y las posibilidades para conformar
foros políticos y tener lujosos talleres en diferentes lugares
del
país y con ello proponer sus propias perspectivas a nombre de
todas.
A nivel de las alcaldías ha habido un aumento del número
de mujeres alcaldesas, aunque es en la estructura municipal de concejales
donde las hay más. “En esta estructura se cambia mucho,
raro es quien logra durar sus cinco años y eso les ha dado más
oportunidad de participar, hasta tal punto que ya parece que se ha vuelto
habitual que candidateen para concejales. “Tienen una asociación,
ACOBOL, Asociación de Concejalas de Bolivia, con financiamiento
de USAID, que funciona como una Ong grande. Han hecho muchos talleres
y evidentemente tiene cierto éxito. Sin embargo no tienen todavía
las ideas políticas para manejar la gestión en favor de
sus intereses, sólo el uno por ciento de los proyectos son para
mujeres y de ese uno por ciento, el 90 por ciento son de asuntos materno
infantiles, reproduciendo a través de esa vía casi de
Ong's y con ayuda internacional, las limitaciones tradicionales y no
hacen proyectos productivos que impulsen una cierta autonomía”
(Denise Arnold).
El proceso de las alcaldesas y concejalas no ha sido fácil. Bolivia
ha acuñado el concepto de “acoso político”
para designar “las acciones de violencia contra mujeres que ejercen
representación política y que provienen de concejales
varones de sus mismos partidos, de hombres y mujeres de otros partidos,
de representaciones sindicales y de organizaciones sociales y comunales”
y que se ejercen para que renuncien a sus cargos, para debilitarlas
moralmente y/o para debilitar o evitar el cumplimiento de sus funciones.
“Algunos de estos casos llamaron la atención incluso de
la opinión pública por su grado de violencia y dieron
cuenta que el ´acoso político´ se perfila como un
fenómeno estructural de magnitud política y social”
(investigadora Ximena Machicao).
En el ámbito de las movilizaciones, las mujeres ya desde octubre
han tenido una enorme presencia pero como dice la feminista Julieta
Paredes “el autoritarismo, el caudillismo, absolutamente presentes
como fruto de las formas concretas en que se expresa nuestro sistema
patriarcal, totalmente metido y campeante en las organizaciones y movilizaciones
populares, las deja sin voz propia.
Y aunque hay un inicio de valoración de nuestra palabra, ésta
se expresa en voz y boca de los varones donde las mujeres participan
como una decoración gritona... pero análisis, propuestas
desde ellas, nada. Una presencia fuerte como número pero una
participación segundona,sin identidad”.
En la Universidad de San Andrés, donde están alojando
los marchistas rurales, se puede ver al atardecer que unos se reunen,
analizan y discuten; otros descansan y reponen fuerzas, mientras ellas
cocinan, lavan la ropa de todos, hacen orden y los atienden hasta altas
horas de la madrugada. Al llegar el nuevo día todos y todas salen
a las marchas.
Paredes también subraya que en las mujeres “la idea de
participación, visibilidad y valentía pasa por la consigna
de ¡Las mujeres no retroceden compañeras! la idea heroica
de estar en primera línea de combate, de hacerse matar primero
para ser suficientemente dignas del proceso”.
Feministas
en Bolivia hay muy pocas; iniciativas de feministas ante la actual situación,
menos. La única iniciativa feminista que pudimos conocer es la
de la “Asamblea Feminista” una congregación amplia
de mujeres de organizaciones sociales, Ong´s, amas de casa y mujeres
sueltas, impulsada por una de las fracciones del ahora dividido grupo
de Mujeres Creando, misma que dice haber hecho una autocrítica
de muchas de sus actitudes anteriores y que ha llamado a esta grupalidad
de reflexión colectiva para tratar de “profundizar temas
como la delegación a otros de las conquistas”, el cómo
“ir más allá de sacar un gobierno o cambiar la ley
de hidrocarburos, sino socavar y
destrozar las bases del patriarcado” de –contrariamente
al pensamiento de los líderes– “valorizar la diversidad
de demandas y propuestas de las bases en tanto muestran la diversidad
de este país y enseñan el respeto y la legitimación
de los demás” y particularmente de “llevar planteamientos
feministas a los lugares públicos y asambleas para que las mujeres
pierdan el miedo, tengan un discurso en qué apoyarse y se fortalezcan
entre ellas”. Sin embargo, también confiesan: “para
eso necesitamos tiempo, por eso planteamos y estamos peleando y defendiendo
el tiempo que permita profundizar y continuar con este proceso”
que sin duda es lo más difícil cuando cada día
hay una nueva situación, cada día hay que correr a salvar
algo, cada día hay que estar en un lugar diferente, y varias
veces al día hay que responder a cien llamados de cosas nuevas
que van pasando. El gran dilema de las mujeres no es solamente la invisibilización,
la ningunización, la usurpación de su voz, la utilización
proselitista de su fuerza por poderosos y desposeídos por igual.
Tal vez el dilema más grande que nos plantea el patriarcado,
especialmente en sus momentos de crisis, es que éstas se tornan
tan peligrosas que en función de salvarnos y salvar a alguien
más nunca tenemos tiempo para desarrollar nuestra propia voz,
pensamiento y mirada. Los momentos más tramposos del patriarcado
para las mujeres, suelen ser los que la patriarcal izquierda llama "momentos
revolucionarios" porque fácilmente nos engañan haciéndonos
creer que esa revolución será para todos y todas. Hasta
ahora no ha conocido la historia una sola revolución de desposeídos
que sea para nosotras, y la de Bolivia no parece ser la que inaugure
el cambio.