Usted está aquí: sábado 28 de mayo de 2005 Política Desvía De los Santos a la tv dinero para infraestructura

Desvía De los Santos a la tv dinero para infraestructura

El Programa de Acciones en SLP, "caja chica" del gobernador panista

JAIME AVILES ENVIADO

Ampliar la imagen Los habitantes de Charco Cercado, acosados por la pobreza, ofrecen a los viajeros pieles de animales que cuelgan a la orilla de la carretera FOTO Mauricio Palos Gutierrez

San Luis Potosí, SLP, 27 de mayo. Para adquirir en Televisa los derechos de la Semana de la Comunicación 2005 (con el ultraconservador ex presidente del gobierno español José María Aznar incluido en el paquete), el gobernador neopanista de San Luis Potosí, Marcelo de los Santos Fraga, desvió alrededor de 30 millones de pesos del Programa de Acciones Concertadas, destinado exclusivamente a la construcción de obras de infraestructura.

Para que esta ciudad fuese la sede del concurso Nuestra Belleza México, otro producto comercial de Televisa, recurrió al mismo expediente, invocando el pretexto del "fomento al turismo", sin atender las denuncias del diputado Eduardo Martínez Benavente de que el Programa de Acciones Concertadas es la caja chica del Ejecutivo local para pagar los servicios de organizaciones sociales "amigas", como Antorcha Campesina, grupo de choque contra la oposición.

Para colocar a la entidad que administra en el primer plano del panorama deportivo nacional, De los Santos remodeló el estadio 20 de Noviembre a un costo aparente de 14 millones de pesos, que en realidad podría ascender al doble, y en un acto de nepotismo encubierto logró que su hijo Marcelo de los Santos Anaya fuese nombrado presidente del equipo Tuneros, que desde el año pasado compite en la Liga Mexicana de Beisbol ocupando con asiduidad un lugar en el sótano de la tabla.

Lo extravagante de este caso fue el argumento que De los Santos invocó para no licitar la concesión de las obras remodeladoras, que le fueron asignadas a la constructora GECSA, de la familia Johnson. De acuerdo con el informe que el 31 de enero de 2004 publicó el Periódico Oficial del Estado, la decisión se tomó para "evitar la alteración del orden social por parte de los aficionados al beisbol y de la población en general" si por causa del papeleo burocrático se retrasara el remozamiento del estadio, y eso dejara a Tuneros fuera de la temporada que estaba por comenzar, expectativa que en realidad no le quitaba el sueño ni impacientaba a nadie.

Ternura navideña

Pero de todas las medidas que tomó De los Santos para "mejorar" la imagen del estado, ninguna fue tan visionaria como la que dictó la mañana del 25 de diciembre pasado, cuando mandó desalojar por la fuerza a los vendedores de alimañas del desierto, que se encuentran hace muchas décadas a la orilla de la carretera que va de San Luis Potosí a Matehuala, a la altura del kilómetro 80, donde se asienta el ejido Charco Cercado.

La señora Higinia Maldonado López, los ojos claros, roja y dura la agrietada piel de los pómulos, hablando con labios secos y pocos dientes, cubierta de harapos de la cabeza a los pies, aún recuerda la inesperada visita de las camionetas blancas y de los hombres que repartiendo empellones comenzaron a empacar las víboras y los pájaros y los cactos en venta, acatando la doctrina social del gobernador para quien "eso no es pobreza, es espectáculo".

-Nomás vimos que nos estaban robado y nos fuimos encima de ellos. ¡De aquí no salen, desgraciados!, les gritaba yo, tapándoles el camino con mi cuerpo...

Otros vendedores bloquearon la carretera, amenazando con crear un conflicto mayor, y desde la casa de gobierno, en la colonia Lomas de San Luis, llegó la instrucción de dejarlos tranquilos y devolverles sus cosas. A doña Higinia, sin embargo, lo que más le duele es que a mediados de 2003 De los Santos, personalmente, le prometió ayuda. Claro, el hombre estaba en plena campaña electoral, todavía no declaraba que los habitantes de Charco Cercado prefieren "teatralizar" su miseria porque eso les deja más que el trabajo en el campo.

-Ese hombre para acá ya no vuelve, porque sabe que lo agarramos y lo sentamos en una espinera como esa...

-La mano de la indignada mujer apunta a una inmensa y redonda bisnaga, salpicada de gruesas espinas en forma de estrella, que debe tener entre 200 y 300 años de edad y que, según doña Higinia, vale 100 pesos, como casi todas las mercancías de su negocio.

Desde el fondo de una estrecha jaula de alambre oxidado, con los delgados barrotes torcidos por las abolladuras, miran fijamente los ojos amarillos de un búho que todavía no termina de emplumarse; una liviana pelusa le recubre la panza y el buche, mientras que en torno de sus garras, que ya muestran filos prominentes, hay cabecitas de ratones negros que le han servido de almuerzo.

-¿Cuánto vale este pájaro?

Doña Higinia informa con desdén:

-350...

Aves de pico amarillo

Otra mujer, de cutis un poco más saludable -no se adivinan en el rostro manchas que podrían ser cancerígenas-, se acerca con una cajita de la que extrae un ave del tamaño de un bolillo.

-Esta es águila -dice y tasa, respondiendo a mi curiosidad-: 250 pesos.

-¿Y éstos que son? -pregunto en cuclillas frente a una más de estas calamitosas jaulas en la que cuatro aves de pico amarillo se amontonan y aletean sobre costras de excremento, azules las patas, moradas las cuencas de los ojos, gris, todavía sin pluma, duro como una pelota de golf el prominente buche.

-Halcones -dice la nieta de doña Higinia, una muchachita de 16 años, calzada con zapatos de plástico y un deshilachado vestido de ciudad, que no deja de coquetearle al fotógrafo, para el cual sacará un ejemplar y lo hará posar ante su cámara como un muñeco, insistiendo en que el muchacho se lo compre por el mismo precio que el búho: 350 pesos.

Las jaulas forman una torre lamentable a la vera de un palo muy alto, de cuya punta cuelga un mecate de cinco metros de largo que va hasta la punta de otro palo igual de alto. Del mecate penden muchos frascos de vidrio, llenos de una sustancia amarilla, que parecen análisis clínicos de orina, pero en realidad contienen grasa de víbora de cascabel. Y amarradas, flotando verticales entre los potes, hay por lo menos dos docenas de víboras de cascabel, abiertas en canal y secadas con sal y humo, que en la cola conservan los numerosos anillos que delatan su prolongada y venenosa existencia.

-¿Cuánto? -digo apuntándoles con la pluma atómica.

-Cien pesos la que quieras...

-¿Y el aceite?

-Cien pesos...

-¿Y las plantitas?

-Cien pesos...

-¿Y las bisnagas?

-Todo a cien pesos...

Sedientos

Una troca repleta de extraterrestres -hombres, mujeres y niños con el rostro quemado de insolación y trapos de todos colores en torno de la cabeza y del cuerpo- sale de la carretera y se detiene ante el puesto de doña Higinia. El chofer levanta la tapa del motor y le echa agua con una botella de plástico, después de susurrarle algo a la anciana. Esta camina, seguida por mí, hasta la parte posterior del vehículo donde, por la cara externa de la caja de carga, cuelga una víbora de panza blanca y piel tibia, el fundillo hinchado y sucio de caca y una mancha roja donde tuvo la cabeza.

-¿A cómo? -pregunta la vieja.

Uno de los hombres que atestan la camioneta, parado y asido a un tubo del que se aferran muchas manos, lanza una oferta.

-Cincuenta pesitos, doña -dice con humildad.

-Veinte -replica la vendedora que se niega a comprar.

-Cuarenta -rebaja el de arriba.

-No -la mujer se retira, segura de sí, agitando la mano con desánimo.

-¿De dónde vienen? -pregunto.

-De San Juan Sin Agua -contestan los sedientos.

Ellos son la prueba de que el gobernador tiene razón. Habla Fausto, un muchacho de 15 años, que está a punto de terminar la preparatoria (de sólo dos años) en el ejido El Huizache, donde la escuela se llama "José Feliciano Torres Peláez", que es también el nombre del comandante de la Policía Federal Preventiva que la fundó y la dirige.

-Venimos de pizcar tomate -dice Fausto-. Trabajamos de las ocho de la mañana a las cuatro de la tarde y nos pagan 80 pesos al día, pero no nos dan de comer. El año pasado nos daban 50 pesos y un taco.

-¿Y qué es mejor?

-Irse a Estados Unidos...

 
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