Usted está aquí: jueves 19 de mayo de 2005 Política Curva plana

Soledad Loaeza

Curva plana

Los funcionarios y simpatizantes del actual gobierno federal justifican la lentitud en el proceso de decisiones, el desorden y los numerosos errores de la administración con el argumento de que todo ello es natural en la trayectoria de la curva de aprendizaje de funcionarios novatos. Sin embargo, el desempeño de muchos de ellos en los últimos cinco años describe una retobona línea horizontal más que una graciosa y ágil curva ascendente. Muchas pueden ser las causas de este torpor. Hace unas semanas el presidente Fox dio una pista para entender las muchas dificultades que se le han cruzado en el ejercicio del poder presidencial. Cuando declaró que sigue sintiéndose más empresario que presidente de la República puso al descubierto la profunda incomprensión que está en el origen de su incomodidad con el cargo que ocupa.

Vicente Fox no ha estado dispuesto a renunciar a su identidad como ciudadano privado, a pesar de que ocupa la posición más pública del país. Peor todavía, la política de comunicación de la Presidencia, que desde el año 2000 ha buscado hacer de la vida privada del Presidente un capital político, ha agravado la confusión entre lo público y lo privado. Este problema no aqueja sólo al Presidente: la señora Sahagún de Fox y un número nada despreciable de funcionarios del presente gobierno corren el riesgo de tener que enfrentar a los contralores de la Secretaría de la Función Pública, precisamente porque no han sabido distinguir los asuntos personales de los de la república y, peor todavía, mezclan indiscriminadamente recursos públicos y privados.

La declaración del presidente Fox a propósito de su fidelidad esencial a su identidad empresarial -quizá debió haber dicho como funcionario de empresa privada- resulta ofensiva para quienes creemos que no hay cargo más honroso que la Presidencia de la República, el cual nos representa a todos los mexicanos.

El jefe del Ejecutivo tampoco ve diferencia ninguna entre la lógica empresarial y la lógica de la función pública: mientras una está inspirada en el interés privado, la guía de la segunda es el interés público. De ahí que le parezca legítimo expresar ante los medios sus muy personales opiniones a propósito de la situación de los afroestadunidenses en relación con los emigrantes mexicanos, sin tomar en cuenta que, como es Presidente de la República, lo que dice nos involucra a todos sus gobernados. De la misma manera que las consecuencias de lo que dice las sufriremos los mexicanos de una u otra manera, y no sólo él.

La confusión entre lo público y lo privado fue uno de los grandes pecados de los gobernantes y funcionarios del PRI que tendían a mezclar ambos con una naturalidad ofensiva. De ahí los enriquecimientos inexplicables, los abusos de primeras damas y esposas de altos funcionarios que disponían de los recursos públicos como si fueran parte del gasto familiar, las majaderías de delfines y princesas que aprendían a mandar antes que a leer y escribir.

Ahora todos los días nos enfrentamos de nuevo con el mismo patrimonialismo del pasado, agravado por la completa inconsciencia de los nuevos funcionarios que no entienden que es moralmente inaceptable que como tales representen intereses privados. Por ejemplo, los funcionarios de carrera -es decir, anteriores a la colonización que Acción Nacional ha emprendido en secretarías de Estado y empresas descentralizadas- comentan escandalizados que al iniciarse el presente gobierno un flamante subsecretario de una de las secretarías de infraestructura anunció sin rubor alguno que él estaba allí para promover las propuestas de un poderoso empresario. El primer secretario de Relaciones Exteriores del gobierno de Fox llegó a Tlatelolco con un lanzallamas, cuyo combustible era el despecho contra los cubanos que habían sido sus amigos, pero con los que luego se enojó por asuntos personales. Ahora quedan pocos rescoldos de lo que fue la política exterior mexicana.

Foxistas y panistas originarios de la empresa privada se niegan a asumir la disciplina de la función pública. Sin embargo, si quieren ser buenos gobernantes tienen la obligación no sólo de hacer el trabajo para el que han sido elegidos o designados, sino también de domar sus debilidades personales, sus apetitos, sus prejuicios, sus opiniones no educadas, sus simpatías y sus antipatías. Como hacían cuando tenían un subgerente, un gerente o un dueño que les daba directamente órdenes, ante el que se doblaban en respetuosa reverencia y le decían exactamente lo que quería oir, y al que tenían el deber de enriquecer. El comportamiento y la incontinencia verbal de muchos de los altos funcionarios bisoños sugiere antes que nada la reacción eufórica de quien, sujeto a los grilletes del reloj marcador, encuentra súbitamente la liberación. Para ellos el Bien Común de plano no existe, a pesar de que Acción Nacional insiste en que ésa es la brújula de su proyecto nacional. Ya no es mucho lo que esperamos del gobierno del cambio. Nos conformamos con que no haya más destrozos.

 
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