Usted está aquí: jueves 24 de marzo de 2005 Mundo Deben estar en algún lugar de la Esma los archivos de las víctimas, dicen dos ex presos

Recuerdan hoy el golpe de Estado de 1976 con una marcha en Buenos Aires

Deben estar en algún lugar de la Esma los archivos de las víctimas, dicen dos ex presos

De al menos 5 mil prisioneros de los marinos, sólo 200 sobrevivieron en las mazmorras

STELLA CALLONI CORRESPONSAL

Ampliar la imagen El ex preso pol�co Enrique Furkman camina por el recinto en donde hace d�das fue torturado FOTO Reuters

Buenos Aires, 23 de marzo. Al cumplirse este jueves 29 años del aniversario del golpe militar que instaló la más cruenta dictadura, entre las varias que se sucedieron en Argentina en el siglo pasado, decenas de organismos humanitarios, pero especialmente las Madres de Plaza de Mayo -divididas en dos agrupaciones-, abuelas, familiares e hijos de detenidos desaparecidos marcharán hacia Plaza de Mayo.

En esta ocasión demandarán, además de justicia, verdad y fin a la impunidad, unidad antimperialista, el cese de la persecución de luchadores sociales, el levantamiento de todos los procesos abiertos desde 1996, el no pago de la deuda externa, no al Area de Libre Comercio de las Américas, entre otras reivindicaciones, dijeron los distintos movimientos que participan.

Dentro de una serie de actividades que se realizan desde hace una semana en todo el país, ayer visitamos lo que queda como testimonio del mayor centro clandestino de detención de la dictadura militar (1976-1983), que funcionó en los predios de la Escuela de Guerra Naval y Escuela de Mecánica de la Armada (Esma), que por decreto del presidente Néstor Kirchner se convertirá en Museo de la Memoria y Espacio para la Promoción de los Derechos Humanos.

Los marinos desalojaron varios edificios y especialmente el destinado a casino de oficiales, donde fueron llevados los 5 mil secuestrados de esa arma, de los cuáles sobrevivieron sólo unas 200 personas.

Dos sobrevivientes del horror, Enrique Furkman y Carlos García, nos acompañan en el dramático recorridos por sótanos, escaleras y pasillos, los lugares donde se torturaba, en los que permanecieron meses encapuchados y engrillados los miles de detenidos desaparecidos de la Esma.

Ambos saben que existía un cuidadoso registro de todas las víctimas que pasaron por el lugar, ya que eran fotografiados y registrados por los represores. "En algún lugar deben estar esos archivos, los microfilmes, y eso ayudaría a saber adónde se llevaron a unos y otros".

Por momentos un escalofrío recorre a los periodistas que transitamos por aquel laberinto donde se siente la presencia y la sombra de la muerte, y por momentos sentimos la desesperación de los secuestrados, que pasaban de las torturas inenarrables a estos galerones de la muerte.

Furkman y García, secuestrados en distintas circunstancias en 1978 y 1977, relatan: "Por aquí entraban los camiones que llevaban a los que iban a ser trasladados en los vuelos de la muerte, después de colocarles la inyección de pentonaval (pentotal)", y entonces el horror se mete en el cuerpo de cada uno de nosotros para no abandonarnos ni aun cuando salimos del laberinto.

Ambos sobrevivientes vieron a las tres monjas francesas secuestradas junto a las primeras madres de Plaza de Mayo, en 1977, y aún les parece verlas allí, donde las fotografiaron poniendo una bandera de Montoneros atrás para acusarlas de colaborar con las guerrillas. Madres, familiares y monjas de aquel operativo de secuestro de fin de año de 1977, que comenzó en la iglesia de Santa Cruz, fueron todos desaparecidos.

"A veces -dice García-, cuando vengo aquí, por momentos me parece verlos a todos y hasta escuchar voces, murmullos, gemidos, y tengo que salir rápido a tomar aire, a sentir que estoy en otra realidad".

En el sótano estaba lo necesario para recibir a los secuestrados, muchos de los cuáles ya ingresaban heridos o con golpes, inclusive hasta enfermería para recuperar a los que "debían seguir" siendo torturados.

"Aunque estuviéramos en otro lugar, sabíamos que estaban torturando, porque bajaba fuertemente la luz, la radio y la televisión por la intensidad de las descargas".

A pesar de las capuchas que ambos tuvieron por un buen tiempo, se daban cuenta cuando otros detenidos eran colocados en una colchoneta entre dos tabiques de madera, como un cajón de muerto, que separaba a unos y otros, y sabían que se llevaban a los "elegidos" para los vuelos de la muerte, donde iban más de 30 personas.

"La perversión era tan grande que hasta habían inventado que ellos en realidad los tiraban vivos y que si morían en el mar era porque Dios no había querido ayudarlos". También en ese lugar escuchaban las bendiciones de los capellanes navales a los que iban a ser asesinados.

Después del sótano recorrimos la llamada Capucha, un largo galerón en L en el altillo cruzado por hierros grises que bajan al piso. La planta baja, como el sótano, el tercer piso (altillo) y el sobrealtillo, eran espacios utilizados por los grupos de tareas de la marina, que constantemente cambiaban su estructura interna modificando los tabiques.

Del sótano, los secuestrados, luego de las sesiones de torturas que podían durar días, eran llevados a la Capucha y desde allí se los trasladaba a nuevas sesiones, o a la muerte.

"A veces escuchábamos una explosión y se sentía un olor muy fuerte. Era cuando algunos cuerpos eran volados con explosivos, en un lugar de la marina, cruzando una calle aquí mismo, cuando quemaban los cuerpos. Eso nunca se puede olvidar", relatan ambos sobrevivientes.

Luego vamos a la Capuchita, que estuvo a cargo de la inteligencia naval, donde era todo más duro que en la Capucha y, además, allí mismo torturaban para que escuchara el resto de los prisioneros.

También vamos a la Pecera, donde eran llevados los detenidos para hacer trabajos de periodismo y recopilación de informes, así como falsificar documentos para los represores para los operativos especiales. "Nunca sabremos por qué azar elegían a unos o a otros para someternos a trabajo esclavo, pero esa fue la historia".

Pero quizás uno de los momentos más dolorosos del recorrido fue entrar a los dos cuartos, uno más grande que el otro, que eufemísticamente llamaban "maternidad".

Allí llevaban a las prisioneras embarazadas; los niños nacían rodeados de represores y luego eran arrancados a sus madres para ser repartidos como botín de guerra entre militares, policías o familias amigas. Desde allí partían las madres hacia la noche y niebla de la muerte y desaparición.

En otro sitio se acumulaban objetos robados a los plagiados, que significaron miles y miles de pesos, en dinero de botín y muerte.

El olor de la muerte está allí; terminamos deambulando como si también nos hubiéramos perdido para siempre en ese laberinto. Allí, señalan Furkman y García, le pusieron la inyección de la muerte a Norma Arrostito, dirigente montonera que fue mantenida con vida bajo terribles torturas y luego dada por muerta en un enfrentamiento con militares.

"Pero un año después estaba todavía allí en los sótanos de la Esma, en la Capucha, apartada de todos pero a la vista de todos. Hasta el día que un enfermero entró y le puso una inyección que la mató en segundos".

Hay un silencio muy intenso en ese final del recorrido, que fue como andar por todos los laberintos de la dictadura que dejó 30 mil desaparecidos y una herida que nunca sanará, "porque nosotros, los familiares, los hijos, los niños recuperados y la historia que se está escribiendo serán la memoria colectiva del futuro".

Así lo creen estos dos hombres que llegaron allí con 26 y 27 años y sobrevivieron para sentir -como dicen- enormes culpas, pero también la certeza de que sus testimonios ayudarán en el futuro "para que nunca más suceda, para que esta historia nunca la vivan nuestros hijos".

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.